lunes, 29 de julio de 2019

Seyens: Stern| Capítulo 30 :D (Actualizado el 23 del 09 del 2019)

30

La tarde del domingo caía mientras Simeón se hallaba sentado en un campo, con los ojos cerrados, procurando relajarse y olvidarse de todo por una vez. De la culpabilidad que le corría desde el ataque a Víctor…

Su hermano decía hacerlo a menudo, que no solo era sencillo sino que funcionaba. Lo que ocurría es que desgraciadamente Simeón no era como su hermano. Semil era tranquilo y confiado, no le costaba nada desconectar y resguardarse en su mundo. Para Simeón, de mente inquieta y carácter alocado e infantil, era mucho más complicado y más cuando la razón de esa tensión no le era ajena. Ese fracaso de la manada.

Y es que por más que no fuera su culpa, ni la de su hermano, (ninguno de ellos podía prever que alguien socorriera a Víctor), Ulrika había actuado como si lo fuera, repartiendo su furia por toda la manada, haciéndolos sentir débiles, inútiles y culpables. Hasta que ella misma acabó temblando de la furia y Semil tuvo que convencerla de que se fuera, y se tranquilizara un poco. Así no llegarían a nada.

Fue entonces cuando Simeón aprovechó para acercarse a su hermano. Después de la conversación con Víctor, justo antes del ataque, se hallaba lleno de dudas. En especial a lo último que le había dicho su amigo, antes de que se convirtiera. Insinuando que podría volverse una bestia capaz de algo tan atroz como matar a Dianne.

Pero al llegar a junto a él no supo cómo comenzar, sin dar a entender que empezaba a desconfiar de él. Así fue que decidió aparcar el tema para otro momento y señalando a Ulrika, dijo:

—¿Cómo lo hace? —Por un momento Semil pareció confundido sobre su pregunta, solo alcanzando a preguntar:

—¿Hacer el qué?

—Relajarse, no perder los nervios —contestó Simeón. —Perdona que me entrometa, pero es que he visto que últimamente está siempre tensa e irritable. Al punto de explotar ante cualquier nimiedad y… No sé, ¿es que siempre ha sido así? Y si sí, ¿cómo hace para no descontrolarse y transformarse? —Le explicó.

—Pues no, antes no lo era. —Vio la necesidad de aclarar el otro. —No digo que fuera todo lo opuesto. De hecho, Ulrika siempre ha tenido mal carácter, pero antes estaba… No sé… Más feliz. Sonreía y sabía ver el lado agradable de su entorno. Ahora, en cambio, parece que todo aquello se ha perdido. Desde que Derek fue asesinado ella no es la misma. —Agachó la cabeza, algo afectado, tenía una breve idea de por qué el estado de su alfa le afectaba tanto, pero prefería no pensar en ello.

—Derek... —Murmuró Simeón, recordaba ese nombre, no solo por las escasas cartas de su hermano, mientras estaba en Berlín; sino que le había parecido verlo en un evento junto a él. —Se trataba de…

—Su marido —afirmó Semil, sin inmutarse —. Su marido y el alfa de nuestra manada. —Su hermano lo observó realmente sorprendido ¿Alfa? ¿Entonces Ulrika no había estado siempre al frente de ellos?

—No me digas que realmente crees que alguien como ella es capaz de estar al frente de toda una manada durante tanto tiempo —le comentó Semil, incrédulo, su hermano era más ingenuo de lo que creía. –—Derek, en cambio, era distinto. Fue él quién me sacó de la cárcel, ¿lo sabías?

Simeón negó con la cabeza, cada vez más intrigado.

—Creía que en verdad habías cumplido tu condena —explicó. Su hermano se río, algo más alegre.

—En parte —afirmó —. Pero en verdad llegamos a un trato. Yo me uniría a él y a la manada a cambio de unos cuantos favores, entre ellos el librarme de mi condena. Pues se trataba de una persona muy influyente en la capital —desveló, nostálgico —. Pero eso ya te lo explicaré con detalle en otro momento.

Simeón parpadeó sorprendido, estaba descubriendo que su hermano no era tan angelical como lo había visto hasta ahora. No solo mataba gente sin reparos, sino que había accedido a la licántropía voluntariamente, haciendo tratos con el alfa de esos lobos de los que formaba parte desde hace unos pocos años.

—Bien, como te decía —continuó Semil. —Nuestro alfa era una persona muy distinta a ella. Inteligente y seguro de sí mismo, Derek controlaba todo con astucia y persuasión, al contrario del miedo que induce Ulrika, y lo hacía bien. También era un excelente estratega y…—Vaciló un poco, taciturno. —La única persona por la cual el corazón de nuestra actual ama latía.

Simeón arqueó una ceja observándolo, había algo en su hermano cuando hablaba de Ulrika, al inicio había pensado que era simple subordinación, pero ahora, aquella luz en sus ojos… Le recordaba demasiado a la que poseía él cuando Dianne sufría.

Lo cual seguramente debe estar haciendo ahora. Aunque si Víctor tiene razón, tal vez hice bien”. Meditó para si mismo y sus ojos se cruzaron con los de su hermano.

—Él murió, ¿verdad? —le preguntó, entonces. Semil no hizo más que asentir.

—Tal vez no entiendas mucho nuestros métodos pero debes comprender que todo lo que hacemos es para sobrevivir —continuó —. Derek quería controlar esta ciudad, evitar justo esto que está pasando con las distintas razas en plena guerra por alimentarse. Y sí, he dicho, guerra. No podemos estar todos los depredadores habitando el mismo sitio. No podemos renunciar a alimentarnos por una raza en concreto, moriríamos. Y desde luego... —Se quedó callado sosteniendo su barbilla, pensativo. —No podemos renunciar a nuestros hábitos por un engreído ilusionista, que se cree protector del universo, como Eivan Roswell —pronunció el nombre del padre de Víctor con rabia contenida.

—Entonces es cierto —intervino Simeón. —¡Lo matasteis!—Como respuesta su hermano le brindó una mirada fría.

—Veo que Víctor te sigue conociendo demasiado bien —afirmó —. En fin, tampoco es que él sepa toda la historia de todos modos. Derek, al contrario que nuestra ama, no nos instaba a matar si eso no era necesario. Pretendía que controláramos la ciudad de una forma discreta. Por aquel entonces, muy pocos demonios y vampiros la habitaban, menos estando interesados, como lo están ahora, por poseerla. No serían un obstáculo. Tampoco tendría que serlo Eivan Roswell sino se las diera de héroe. Nos desafió, Sim. Estaba determinado a echar a todos los seres, según él, nocivos de la ciudad. Y Derek no pudo más que responder a sus amenazas para conseguir su propósito. Organizar un ataque con la manada y ejecutarlo. El problema por el cual Víctor nos odia es por qué nos vio hacerlo. Los atacamos a los tres y no precisamente por impulso. Es probable que no lo recuerdes, que Eivan por una razón u otra te hiciera olvidarlo, pero resulta que tu tan “querido amigo” —entrecomilló, refiriéndose a Víctor. —Estaba desarrollando poderes psíquicos. Creo que fuiste incluso testigo de uno de ellos. Ulrika convenció a nuestro alfa de matarlo a él y a Giovanna, por temor a que se convirtieran, pero algo salió mal.

Simeón tragó seco, su corazón acelerándose. No podía creer que los eventos llegasen a aquel extremo. No estaba seguro de a qué se refería su hermano con lo de los poderes de Víctor desarrollados en su juventud pero… Giovanna, en otro tiempo la había amado. Y ser consciente de que por aquel entonces su propio hermano había complotado un plan para matarla, era duro. Por más que odiase a la chica por lo que le había hecho en el pasado, la prefería lejos de él, como lo estaba ahora, antes que muerta.

—¿Có-Cómo fue? —preguntó con temor. —¿Qué fue lo que falló?

—¿Víctor? ¿Giovanna?, ¿quizás los dos? La verdad no sé establecer cual de ellos fue más imprevisible. Todo ocurrió durante la boda de Nicolas y Vanessa. Comenzamos por asustar a los caballos para que los asistentes volvieran a pie, y pasamos a la acción. Siguiendo a Eivan y su familia hasta que quedaron solos, y Derek pudo mandar uno de nuestros miembros más débiles a atacarle como distracción. Pero Víctor estaba tan asustado… Era algo extraño, ¿sabes? como si hubiera predicho nuestro ataque. Algo imposible, por cierto. Si no fuera porque, en el fondo, es un cobarde, nos hubiéramos preocupado. Se dedicó a esquivarnos, a la par que intentaba huir y convencer a su hermana de seguirlo. Pero ella era una impulsiva. En cuanto vio que su adorado papá estaba en peligro intentó atacarnos, defenderlo. Fue así que acabó mordida aquel día —le contó Semil. Simeón apretó los puños, esa muchacha…

—¿Mordida? —preguntó. —¿Entonces Giovanna es...?

—Un licántropo, sí. Parecerá cruel, pero gracias a aquel ataque supimos que no era una amenaza. Que ella, al contrario de Víctor, no iba a sufrir ninguna transformación súbita. La salvó —afirmó Semil. —El problema de la batalla fue precisamente ese. Eivan nos estaba demandando más trabajo del que imaginábamos, era demasiado hábil, pero Derek lo habría tenido de no meterse ella en medio. Ese gesto, por ínfimo que fuera, nos desestabilizó, y las mentes de varios miembros de la manada quedaron a merced de ese ingenioso Seyen. Esas mentes le permitieron adivinar nuestras intenciones y lograr matar a nuestro líder. Pero no predecir la reacción de Ulrika, quién enloqueció y arremetió contra él mientras el hombre intentaba convencer a sus hijos de partir. A partir de ahí todo fue un caos, nos olvidamos de Víctor y Giovanna en favor de ayudar a nuestra ama. Y cuando, con Eivan muerto, algunos de nosotros intentaron localizarlos ya estaban demasiado lejos. Podríamos haberlos rastreado pero dado el estado de la manada, los miembros muertos o heridos que la componían ahora, no era recomendable. Así que atendimos los heridos y enterramos a los muertos, procurando olvidar el asunto del dominio. Ulrika, por su parte, se sumió en una fuerte depresión de la que no se recuperó hasta ahora, animada por el deseo de culminar su trabajo.

—¡Oh! Vaya… No sé qué decir —dijo Simeón, después de conocer toda la historia, todo esto era más complicado de lo que creía.

—No digas nada. El caso es que desde entonces Ulrika fue volviéndose cada vez más dura y fría, hasta que se convirtió en la mujer que conoces ahora. Y la verdad no es que se controle, solo encontró un modo más efectivo de canalizar su ira —explicó Semil, sonriendo maliciosamente.

—¿Cuál?

—¿Te acuerdas de aquel plebeyo que nos traicionó? —Simeón asintió con curiosidad ¿Qué tenía que ver aquel chiquillo en todo aquello? —Como su creadora nos suplicó que lo mantuviéramos vivo, lo metimos en un calabozo. El mismo calabozo al cual nuestra ama, furiosa, acaba de bajar. —Enseguida, su sonrisa se volvió fría, haciendo que su hermano lo mirara como si no lo reconociera a la par que tragaba seco.

—¿Lo está torturando? —Susurró, asustado. Semil asintió con una expresión más serena.

—Se podría decir así, aunque lo cierto es que lo que está haciendo es simplemente desatar su furia contra él. Su traición impidió que, en su momento, redujéramos aquella seyen pelirroja que salvó a Víctor. Así que en cierto modo es culpa suya —concluyó. Simeón no podía creerlo, en la mirada de su hermano no había ni una pizca de remordimiento, es más, era como si disfrutara de todo aquello.

¿Entonces era cierto lo que decía Víctor? ¿Era posible volverse uno así de cruel una vez transformado en licántropo? ¿Cómo era, entonces, que existía gente como ese plebeyo, renegados de su verdadera naturaleza y con buen corazón?

—No te comprendo, ¿cómo lo haces? —preguntó entonces, Simeón, asombrado.

—¿Hacer el qué?

—Quedarte así, impasible ante la crueldad de los acontecimientos. Disfrutar de ello, incluso. Te conozco, hermano, no siempre eras así. En algún momento, no sé cómo, lograste acallar tu conciencia ante tales atrocidades —explicó el hermano menor, a lo que el mayor simplemente se rió. Y dijo:

—Hay muchos factores que te hacen inmune a los sentimientos humanos. Las veces que te transformas, la cantidad de gente a la que mates. Tu sufrimiento como humano, incluso. En sí, ser licántropo es como poseer una doble personalidad, solo que ésta es un animal agresivo. Si quieres evitar las emociones debes localizar tu parte licántropa y dejarla adquirir terreno, llenarte con su fuego… Como es obvio, el modo más sencillo es transformándote y, una vez hecho eso, dejar actuar a tus instintos más primitivos. Pero también puedes hacerlo siendo humano, concentrarte para abrir una puerta a la energía lobuna, y cerrar otra. Haciendo así que el fuego te recorra sin transformarte. Y en el momento en que tu interior esté lleno de aquella energía todo se borrara. Sin culpa, sin remordimientos —Semil chasqueó los dedos, sonriente. —Prueba a hacerlo algún día, te sentará bien —le recomendó y dicho esto fue a junto de Ulrika, quién justo en aquellos momentos volvía más animada...


Concentrarte para abrir una puerta a la energía lobuna, y cerrar otra. Haciendo así que el fuego te recorra sin transformarte. Y en el momento en que tu interior esté lleno de aquella energía todo se borrara. Sin culpa, sin remordimientos”. Rememoró Simeón, ¿era posible aquello? ¿Silenciar los sentimientos con un simple ejercicio de concentración? Parecía increíble, casi irreal.

Aun así, se sintió tentado a probar, eso podría ser la solución a sus problemas, a la culpabilidad que le embargaba cada vez que rememoraba el ataque a Víctor. Y el asombro, traición, y dolor que le había parecido ver en su rostro. Lo siento no era suficiente, nunca lo sería, pero tampoco se podía permitir hacer más.

Traicionar a su manada, peor aún, a su propio hermano, se le hacía impensable. Era mejor dejar que los hechos siguieran su curso, ignorando sus propios sentimientos al respeto. Olvidar su amistad fragmentada. No la necesitaba.

Podría intentarlo.” Pensó. “Suprimir todo por un segundo” Y se dispuso a probar, cuando alguien lo interrumpió.

—¡Simeón! —volteó la cabeza para encontrarse con Dave, que en estos instantes se acercaba a él. Hizo una mueca, sorprendido, ¿desde cuándo el chico se le acercaba así? Y menos luego de que dejara de hablarle a Víctor.

—Dave —Simeón forzó una sonrisa amable. —¿Ocurre algo?

—No sé. Dímelo tú. Estás distinto, me evitas, ¡nos evitas a todos! —Se quejó reclamante. Simeón bufó, era cierto, lo había estado evitando, a él y a todos los amigos humanos que tenía. O al menos a todos los que había podido, ya que le gustase o no seguía compartiendo clases con Raymond. Y este no solo no aceptaba un no por respuesta, sino que seguía aprovechando las pausas para ver si Samuel estaba disponible y podían pasar un rato juntos como amigos.

Y eso, en cierto modo, le preocupaba, su incapacidad de alejarse los humanos para protegerlos. Sabía que podía tratarlos mal y los alejaría, pero tampoco quería ser desagradable sin razón. Sus amigos no tenían la culpa de que él fuese licántropo y ellos no. Menos de su temperamento.

—No estoy evitando a nadie. Sigo aquí, te estoy escuchando —dijo tranquilamente y el otro chico apretó los puños.

—No empieces a mentir. Si hasta dejaste a Dianne, ¡a unas pocas semanas de la boda! Eso no se hace —le riñó. Dave y Dianne no eran precisamente los mejores amigos de la ciudad, pero debido a la cercanía de sus padres en el pasado se llevaban bien. La chica había sido invitada a muchas fiestas, organizadas por los padres de él, a las que siempre acudía. —¿Sé puede saber que pasó entre vosotros dos? O entre tú y Víctor, ya que estamos, ¿cómo es que ahora ya no sois amigos?

Técnicamente ella me dejó a mí.” Pensó Simeón, pero no iba a decir eso. No podía eludir que él mismo había forzado la situación hasta ese límite. Desapareciendo en noches que estaba junto a ella, negándose a decirle donde estaba, menos con quién, tratándola de forma brusca… Y así hasta aquella discusión en el teatro.

—Dave. —Suspiró, ahora observándolo hastiado. Era mejor ser un poco duro. —¿De verdad importa eso? No es algo que te incumba precisamente.

—¡Claro que me incumbe! —protestó el chico —. Se supone que somos amigos. Me merezco saber lo que pasa, podría ayudar —insistió, intentando mostrarse más razonable de lo que parecía ser el otro chico. No entendía que ocurría, por qué Simeón reaccionaba tan cortante. Antes no era así.

—No necesito ayuda, Dave —le replicó Simeón, frío y se levantó. —Solo que me dejen un poco en paz, ¿no podrías…?

—Pero Sim...—Insistió el chico, ya no tan reclamante sino dolido por su rechazo. Para cuando Simeón se giró hacía él de mal humor.

—Dije que...me...dejases… En paz —articuló, apretando los puños, había algo en su mirada, Dave no sabría explicar qué, pero le hacía temerlo y retroceder. Suspiró.

—Está bien. Perdona —se disculpó y partió apresurado, tanto que no se fijó en el terreno que recorría hasta que chocó contra alguien.


—¿Dave, te encuentras bien? —Le preguntó Gerard, sosteniendo un instante los brazos de su amigo.

—Sí, sí. —aseguró este, deteniéndose. —Simplemente hablé con Simeón, intentaba averiguar que ha pasado entre él y Víctor. Conozco tú teoría pero…

—Ignorala —lo cortó enseguida. —Es solo que Semil no me cae bien y realmente me disgusta que cada vez que venga tenga a su hermano a sus pies, como si nunca se fuera. —Era eso lo que le molestaba al joven investigador, no tanto Simeón, sino como actuaba en presencia de su hermano.

Dave rió.

—Podría decir que te entiendo, pero la verdad es que no lo sé. Siempre erais Víctor o tú los mejores en captar esos detalles —admitió, rascándose la nuca.

—Ya —dijo Gerard, con modestia. —¿Conseguiste que te dijera algo? —Dave negó con la cabeza.

—Nada. Está muy cortante y molesto. Da algo de miedo —rió suavemente, mientras que su acompañante asintió. —Oye, dudo mucho que te interese intentar algo pero… ¿Te sigues hablando con Samuel, verdad?

—Lo cierto es que no lo he intentado mucho desde que Simeón y Víctor no lo hacen. Pero no creo que me guarde rencor ni nada así que...—Se encogió de hombros, su relación con Samuel, el mejor amigo de Simeón desde hace unos años, no era de las más sencillas. Habían pasado muchos altibajos, y en el fondo todavía había algo que tenía miedo de confesar: sus sentimientos sobre él no habían cambiado desde que eran adolescentes. Pero era mejor así, al menos lo tenía como amigo para siempre.

—¿Por qué me lo preguntas?

—Nada en concreto, solo pensaba que quizás él supiera algo. Hasta nuevo aviso es su mejor amigo. Podrías hablar con él, solo si quieres... —Agachó la cabeza, arrepentido de su petición, estaba comenzando a creer que Simeón tenía razón, que este asunto no le incumbía, para cuando Gerard dijo:

—Lo intentaré, pero no te prometo nada. No será un tema fácil de abordar.

—¡Perfecto! —Dave casi saltó en el sitio, con una sonrisa satisfecha. —Por cierto, ¿ibas a algún lado?

—A casa de Víctor, tengo que comentarle alguna que otra cosa —contestó Gerard, rehuyendo un poco el tema. Ciertamente tenía muchas cosas que comentarle a Víctor, pero Dave no era el tipo de persona a quién confiárselo. Era demasiado curioso, superficial, e incluso interesado, para comprender sus conjeturas y guardarlas para sí, y aunque lo hiciera no tardaría mucho en desmentirlo. Víctor y él se llevaban demasiado bien para que no lo hiciera.

—Pues entonces te acompaño y así vuelvo a la mía. No me fío nada de ese tiempo —le propuso Dave entonces, conocía a Gerard y sabía que este le ocultaba algo, pero también sabía que no era fácil hacer hablar al chico de pelo claro a su lado. Razón por la que decidió dejarlo estar, confiando en que si fuese algo importante se lo diría tarde o temprano.

—Como quieras —aceptó Gerard y, contento de que Dave no pareciera querer preguntarle mucho, sonrió mientras se encaminaba a casa de Víctor.

—¡Genial! —Dave se alegró, y casi sin proponérselo cambio de tema —Por cierto, ¿cómo te va en el cuartel?, ¿tienes algo en claro?

—No —contestó Gerard, directamente —. Pero llevo varios días dándole vueltas a una hipótesis y hoy, precisamente cuando debería de estar descansando tuve la ocasión idónea para relacionar más hechos —Gerard sonrió como nunca y siguió :—cada vez estoy más cerca de la clave —concluyó más para sí mismo que para su acompañante.

Dave lo miró algo preocupado, le encantaba que Gerard trabajara tanto para resolver esos crímenes, pero el que descuidara sus horas de descanso, como lo hacía, le inquietaba sobremanera.

—Pero… Has descansado, ¿no? Perdona pero es que últimamente pareces tan atado a tu trabajo que me preocupas —le confesó.

—Sí, sí —se apresuró a decir Gerard —. Emil me dio el día libre y lo he aprovechado, no te preocupes —dijo tranquilizándole, mientras brevemente recordó lo acontecido esta mañana y como al inicio no estaba resuelto a irse, hasta que Candel lo convenció.

Debía admitir que había hecho bien. Después de un buen descanso Gerard se encontraba mejor que nunca, consiguiendo así analizarlo todo más fríamente y con mejores resultados que antes…

—¿En serio? Pues me alegro, creo que te hacía falta. También me alegro de que cada vez te acerques más a la clave. Cuando la encuentres avísame, ¡habrá que celebrarlo! —dijo Dave ya tranquilo y alegre, y en esto los dos jóvenes llegaron a casa de Víctor.

—Lo haré, no te preocupes.—aseguró Gerard al instante, aunque no sabría decir si la idea lo tentaba.

Él no era mucho de celebraciones y aunque podía llegar a divertirse en alguna fiesta, no era algo que adorara precisamente. Completamente al contrario de Dave, quién si no celebraba un éxito no era él y, aunque la idea inicial no siempre gustaba, sus fiestas siempre tenían algo que hacía que al final todos se relajaran y divirtieran. Eran especiales.

—¡Genial! —Ironizó Dave observando el cielo encapotado de reojo, no le gustaba esto, podía comenzar a llover en cualquier momento y él no quería mojarse, por lo que decidió irse, no sin antes despedirse. —Bueno, creo que me voy a ir a casa. Hasta luego.

—¡Hasta luego!—contestó Gerard, mirando como Dave entraba en la casa de al lado de la de Víctor.

Cuando cerró la puerta, Gerard se giró de nuevo hacia la casa de Víctor, decidido a llamar. Pero antes de que llegara a hacerlo, alguien salió por ella de repente, obligándolo a apartarse.


Layla salió de la casa medio a regañadientes, si fuera por ella se quedaría eternamente en casa de Víctor. Pero ya había abusado lo suficiente de su hospitalidad, quedándose a comer, y aunque no dudaba de que Víctor le dejaría quedarse el tiempo que quisiera, sus padres no eran de la misma opinión. Fácilmente podrían venir a buscarla. Algo que ella quería evitar a toda costa.

—Bueno, debo irme. Gracias por invitarme a comer, Víctor —comenzó a despedirse.

—No se agradecen, es lo menos que podía hacer después de que vinieras a pasar toda la mañana conmigo. —Víctor se acercó a ella y le tendió algo, un paraguas. —Toma.

—Víctor, no hace falta que...—comenzó ella, no sabía si iba a llover y si lo hiciera no le importaba mojarse, pero él la interrumpió.

—No, Layla cógelo, va a llover.

—Está bien —aceptó ella y cogió el objeto de las manos de él. Pero antes de que se soltara Víctor acortó la distancia entre ellos y, cogiéndole prácticamente por sorpresa, posó sus labios sobre los suyos.

Aun así correspondió al beso enseguida, éste fue corto pero a la vez dulce y cariñoso, le encantó.
—Nos vemos pronto, cariño —dijo Víctor, acabado éste.

—Sí, seguro. Hasta luego —se despidió Layla, alegre, y se fue.

Víctor la observó irse, alegre, pero entonces reparó en que Gerard los estaba observando y su rostro adquirió un ligero rubor, ante el hecho de que hubiera protagonizado semejante escena ante su amigo. Este en cambio se mantuvo callado, con una pequeña sonrisa teñida de una extraña añoranza.

—Lo siento, no quería interrumpir —se disculpó.

—No te preocupes —dijo Víctor. —¿Quieres pasar?

—Claro —le contestó Gerard penetrando en la estancia, decidido a aparentar tranquilidad. Seguidamente hizo un comentario desinteresado.

—Veo que tu relación con Layla evoluciona bien.

—No creas. —le contestó Víctor, reticente. Todavía tenía en mente lo ocurrido en la función de teatro y no era algo bueno para ellos. —Creo estar enamorado de ella. Y sin embargo hay momentos en que me descuido y pienso en…—Agachó la cabeza, con el rostro entristecido, incapaz siquiera de pronunciar su nombre. Cosa que sí hizo Gerard, comprensivo:

—Vanessa. —Víctor asintió. Vanessa era una bella muchacha de largos cabellos rubios y ojos azules. Víctor la había visto por primera vez en una función de teatro, con dieciséis años, quedándose prendado de ella. Era incapaz de pensar en cualquier cosa que no fuera su bello rostro, a pesar del maquillaje que le habían puesto para que pareciese una princesa de antaño.

Peor aún, su atuendo de aquel entonces le hacía fantasear con historias fantásticas en las que él era un príncipe, y ella una princesa ansiando ser cortejada. No la conoció formalmente hasta el verano, en una celebración a la que Semil Leinnister, el novio de Giovanna de aquel entonces, los había invitado. Debido a la posterior ruptura de su relación, esa también fue la única celebración a la que asistieron de esa familia: El cumpleaños de su hermano, Simeón. Y fue, también, donde los dos amigos se conocieron por primera vez. Víctor recordaba que le había fascinado el porte y la actitud de aquel chiquillo, que por aquel entonces tenía catorce años recién cumplidos.

También, debía reconocer, que había sabido captar su interés de aquel entonces. La muchacha enmascarada de pelo rubio claro, largo y vaporoso y ojos azules. Además de alta y estilizada figura.

El chico no tuvo problemas en presentársela, ya que era una de sus amigas. Inicialmente, era una muchacha tímida y reservada pero, una vez que la conocías, se convertía en una chica distinta. Agradable, dulce y cariñosa, en cierto modo se parecía a Layla en eso.

Fue justo esa actitud, además de la belleza, que hizo que se enamorara de ella. No tardó mucho en buscar una ocasión para hablarle y confesar sus sentimientos. Comenzando así una relación secreta, ¿la razón?, la muchacha y su familia tenían muchos problemas de dinero, razón por la cual sus padres la habían comprometido con un muchacho influyente y adinerado, llamado Nicolas. Se casarían al cumplir ella los dieciocho.

Lo intentaron todo para evitarlo, o al menos todo lo legal y permitido, pero sus padres eran muy testarudos y para colmo el chiquillo también estaba enamorado de ella. Cuando Víctor se dio cuenta de que era un camino sin salida decidió dejarlo, pues, cualquier relación posterior al matrimonio de ella lo pondría en peligro. Pero ella insistió tanto, que el muchacho, enamorado como estaba, aceptó ser su amante.

Fue una decisión tan precipitada como irreflexiva, después de la muerte de su padre, justo tras esa boda, Víctor se había quedado destrozado. Siempre estaba triste, se le notaba en el rostro, y no quería hablar con nadie. Además, estaba el asunto de la conversión de su hermana. Giovanna solía reprocharle constantemente su forma de afrontar lo de su padre, el hecho de que, al contrario de ella, no se interesara en saber quiénes habían sido. Pero, sobre todo, su forma de encerrarse en si mismo, negándose a hablar.

Fue, en cierto modo, ella quién contactó con la rubia esperando que ella, a pesar de su matrimonio, supiese despertarlo, darle un motivo para seguir. De no saber los planes de Vanessa, Víctor se lo habría agradecido en su momento.

Quería volver con él, que fuesen amantes, lo necesitaba. Apareció en su casa una noche sin avisar a nadie y, tomando como pretexto lo que le había dicho Giovanna, le invitó a abrirse, hablar con ella. Víctor, obviamente, no le contó que el asesinato de su padre era debido a licántropos, era imposible que le creyese. Pero sí que la muchacha consiguió que hablase, le contase sus penas, lo tanto que echaba de menos a su padre y lo que significaba para él. Un ejemplo a seguir.

Y a la par ella, poco a poco pero seguro, le iba besando, acariciando, aportando el cariño y consuelo que el hombre necesitaba. Para cuando Víctor advirtió lo que estaba ocurriendo, la forma en que ella buscaba aliviar su sufrimiento era demasiado tarde.

La quería, la amaba, la deseaba. Y ella a él. Ese rejuntamiento era justo lo que pasaría si se volvieran a ver después de la boda. Ninguno de ellos podría luchar contra el amor que sentían el uno por el otro. Aquella noche, hicieron lo impensable, el amor. No era algo que el muchacho esperase entonces, y de vez en cuando todavía intentaba convencerse de que habría podido frenarlo, si hubiese querido. Pero no lo hizo. Y ella estaba dispuesta a lo que sea con tal de consolarlo, y que volviesen a estar juntos.

Aquella noche fue el inicio de un juego peligroso, los dos escondiéndose del marido de la joven para vivir su relación a todos los niveles. Dando vida a una infidelidad que pronto acabaría con ellos.

Y, en cierto modo, lo hizo.

Víctor nunca estuvo seguro de cómo, pero Nicolas los descubrió. Apareció de improviso en una noche que iban a pasar en casa de la joven, creían que tenía un compromiso, una reunión importante. Pero lo encontraron de vuelta a casa, antes de tiempo.

Y lo que es peor, armado con una pistola. Nublado por el dolor y la ira, intentó matarlo, pero ella se interpuso y todo terminó en una tragedia...


—Sí, anoche también pensé en ella. Layla y yo fuimos al teatro. Estaba decidido a volver a empezar y hacerlo bien. Pero entonces vi a aquella muchacha actuando, Emily, creo que se llamaba, y a pesar de que ella y la muchacha no se parecían en nada no pude evitar recordar la soltura con la que se movía Vanessa sobre el escenario —reconoció Víctor, con amargura.

—Supongo que es algo lógico ya que fue allí donde la viste por primera vez —le comentó Gerard, encogiéndose de hombros. —No creo que el primer amor se pueda olvidar.

Víctor suspiró, asintiendo, todo esto le dolía pero era necesario que adquiriera el valor necesario para hablar de ello. Solo así podría aparcarlo y vivir una completa felicidad con Layla.

—¿Crees que la amo o solo me estoy engañando a mi mismo? —Por la expresión de su amigo dedujo que estaba haciendo una pregunta estúpida. Claro que la amaba, simplemente no era fácil luchar contra las heridas del pasado, contra sus errores…

—No deberías plantearte eso, eres afortunado de no quedarte estancado en tu amor de juventud. Ojalá pudiera hacerlo, yo también —Suspiró pensando en Samuel y él, habían pasado tantas cosas entre ellos…

Lo había conocido hace tiempo, cuando con solo once años a sus padres se les ocurrió que podría comenzar a dar clases de refuerzo para conocer gente, hacer amigos y, eventualmente, dejar de aislarse.

Gerard siempre había sido un chico demasiado retraído por su propio bien, no tanto por timidez o por falta de valentía, que también. Simplemente no se sentía demasiado a gusto con la gente, chicos de su edad incluidos, todo eso debido a su inteligencia superior a la media. Razón por la cual sugirieron sus padres la idea de las clases, Gerard era un chico sobresaliente, podía ayudar a otros, a la par que estudiaba para lo suyo. De los distintos chicos que ayudó con sus tareas, solo Samuel se quedó como amigo fiel, sin pedirle nada a cambio. Que podría haberlo hecho, ya que el padre de Gerard era profesor en el Gimnasyum, la escuela secundaria alemana en la que estudiaron. Y él tampoco se habría negado.

Lo amaba, esa era la verdad que descubrió apenas unos años después, cuando en la víspera de sus trece años comenzó a sentirse atraído por personas de su mismo sexo. Le tomó un tiempo aceptarlo, dejar de verse como un enfermo, un tiempo y cierta documentación que llevó en primera estancia a su negación de la religión. No entendía como algo que le hacía sentir tan bien, el amor, podía estar prohibido para él.

Cuando supo, gracias a la aceptación de su condición, que lo que sentía por su amigo se estaba convirtiendo en algo más fuerte que la amistad, emprendió un camino peligroso. Comenzó a “jugar” con él, haciéndolo descubrir, al mismo tiempo que él, unas sensaciones imprevistas. Besos, caricias sobre la ropa, … Poco a poco los experimentos se volvían más arriesgados, hasta que Samuel hizo algo impensable para él. La primera cosa a la que se negó, desnudarle, tocarlo, … Pero es que no solo se veía demasiado joven para permitirlo, sino que sabía que después de ello habrían cruzado una línea a partir de la cual no se les permitiría retroceder.

Y, en cierto modo, Gerard tenía miedo de esa línea.

Sin embargo, no fue eso lo que les hizo dejarlo, sino los sueños de Samuel, que hicieron advertir a su amante que vivían en ámbitos distintos. Samuel soñaba con formar una familia, tener hijos, y aquello sería imposible si seguían juntos.

Cuando Gerard lo supo, poco después de aquel conflicto, se volvió más frío y distante, intentando alejarlo de él de forma inconsciente. Para que no se enamorará él también.

Pero no funcionó y tuvo que mentirle, hacerle daño solo por verlo más feliz en el futuro, con su sueño cumplido. Samuel no lo asumió bien y tardaron muchos años en hablar y reconciliarse, gracias a Víctor y, en parte, a Simeón. Pero no volvieron a intentar juntarse de nuevo. En su lugar, el ahora investigador le había hecho prometer a su antiguo amante, que intentara cumplir su sueño con una mujer a la que quisiese.

Pero dado lo que pasó entre Catrina y Samuel, en su momento, es obvio que no lo consiguió.


—¿Lo hablaste con él? —Gerard negó con la cabeza. —Gerard, sé que vuestro amor está prohibido, pero ya no sois niños. Podríais hacer las cosas bien. Yo y Layla lo estamos intentando. —Su mejor amigo bufó.

—Ese es precisamente el problema, Víctor. Ya no somos niños jugando a desobedecer las reglas establecidas para vivir unas sensaciones que los dos entendimos demasiado tarde. Somos adultos y yo, aunque sueño conque volvamos a empezar, no sabría cómo hacer, cómo abordarlo. Me hizo una promesa, luchar por cumplir su sueño, y fracasó. Nunca logró establecer una relación lo suficientemente duradera con Catrina como para casarse y formar una familia ¿Crees que después de años de fingir que no me importaba, porque para mí lo más importante es su felicidad, puedo situarme con él y decirle que quiero que volvamos a intentarlo? No funciona así.

Víctor suspiró, pero no insistió, nunca había entendido del todo a Samuel y Gerard de todos modos. No iba a empezar ahora. Era mejor callarse y abordar otra cosa. Comenzó a oír el peculiar ruido de las gotas de lluvia en la ventana, y más por instinto que por otra cosa desvió su mirada hacia allí. Gerard por su parte sonrió un poco, pero no dijo nada.

Tenía mucho en que pensar, tanto el ataque como lo ocurrido con Layla no se le escapaban de la cabeza. Su mirada bajó a su costado ya curado del todo, haciendo que Gerard le mirase arqueando una ceja.

Además de inteligente su amigo siempre había sido demasiado observador, analizaba con la mirada todo lo que se encontraba a su alrededor. Algo que siempre había apreciado, ya que muchas veces le permitía a su mejor amigo, adivinar lo que le ocurría. Pero desde que se había convertido en Seyen le preocupaba ese hábito. Temía que le llevase a descubrir lo que no debía, y por ello se metiese en peligro. Ya lo estaba haciendo, en cierto modo, ninguno de los ataques de los que le había salvado anteriormente había sido por casualidad. Pero podría ser peor.

—Está bien. Cambiemos de tema —dijo justo después de que la criada se presentara para servirles un café a cada uno. —¿Cómo va la investigación en el cuartel? —Gerard lo observó, serio, era justo de eso de lo que quería hablarle.

—Sobre eso, quería hablar contigo. No sé si es seguro que sigamos hablando de esas cosas extraoficialmente. Y menos de forma tan detallada como lo hacemos, no es que me disguste, me ayuda a analizar y aceptar mis descubrimientos como reales. Pero últimamente he comenzado a tener ciertas sospechas, que me hacen dudar de que sea bueno contarte todos los detalles.

—No te sigo —respondió Víctor, había una razón por la cual siempre le preguntaba a Gerard por los asesinatos, le servían para saber lo que estaba pasando, quienes estaban actuando y quiénes no, y, tal vez, incluso su propósito, además de vivir...

Aunque sospechaba, por la frecuencia de muertes, que varios de los monstruos ansiaban dominar la ciudad, se alimentaban de forma excesiva, movidos por algo que no podía ser más que el deseo de ser más fuertes. Estar alimentados y preparados para el momento en que les tocara batallar. Pero también, podría ser que había demasiados monstruos en la ciudad, y no todos los líderes estaban dispuestos a enseñarles cuidado y disciplina a sus súbditos. No estaba seguro.

—Hablo de los asesinatos, Vic. De los asesinatos y su patrón en común. Las marcas en el cuello de algunos fallecidos, las trincadas en el cuerpo de otros, … Incluso las heridas de armas blancas que todavía no capto. Al inicio no comprendía su razón, la relación que creía que hubiese entre ellas, pero hoy lo entendí. Todo ello viene del pasado, Víctor. De los cuentos de miedo que tú y Simeón solíais contar cuando eramos más jóvenes —Víctor se quedó callado, observándolo sorprendido.

Sabía a que cuentos se refería, una imprudencia de su parte hecha años atrás, adulterar las historias sobre seres sobrenaturales y maléficos que le contaba su padre, para entretener a sus amigos, en las tardes o noches que se reunía con ellos sin estar seguro de qué hacer. Era divertido ver quién asustaba antes a quién, y tanto él como Simeón sabían suficientes historias como para hacerlo. Solo que en el caso de Simeón era su hermano quién le había revelado la mayor parte de ellas, y todas versaban sobre hombres lobo. Era como si lo estuviera preparando para la conversión desde su juventud...

Al igual que había hecho su padre con él, solo que en el caso de Víctor la conversión en Seyen no era algo elegible, al igual que las consecuencias derivadas de ello.

—Supongo que aquellas señales dan que pensar. Pero aun así lo que contábamos no eran más que fantasías ¿Qué relación tiene con el caso? ¿Y que tiene que ver eso con que te plantees el no informarme más? ¿Emil te lo prohibió acaso? —Gerard negó con la cabeza.

—Al contrario, dice que si hablar contigo me ayuda a establecer una teoría segura sobre quién y cómo mata, es mejor que lo haga. Pero no paro de pensar en una cosa, Víctor, te interesaste por las muertes apenas comenzaron, después de años de no querer hablar de ello debido a la muerte de tu padre. Poco a poco ese interés se hizo más fuerte volviendo tus preguntas más comprometidas. Simeón y tú erais los únicos que conocíais esas historias hasta que las compartisteis con nosotros. Y ahora, a raíz de las muertes, tengo dos hipótesis, una que me niego a creer, ya que supondría admitir que todo lo que nos contasteis es algo más que fantasía transmitida para asustar a los niños. Y la otra, que nos enfrentamos a un imitador, alguien que sabe lo suficiente de las leyendas como para recrearlas a la perfección. Y entenderás que el círculo de personas que conozco con ese conocimiento es muy reducido —explicó.

Víctor se quedó perplejo, observando como Gerard jugaba con sus dedos, nervioso y asustado. Cada una de las hipótesis le daba miedo, si Gerard llegase a creer la primera estaría en peligro inminente. Parecería una exageración, pero en ocasiones bastaba con que una persona supiese la verdad para que todo se complicase. No le interesaba que su amigo emprendiese una cacería en solitario, y menos con Candel tan cerca de él...

Pero la otra, le daba un alto porcentaje de que sospechase de él, entre otras personas. Lo cual significaba no solo que ya no volvería a informarle del caso, sino que existía la posibilidad de que lo investigase a él también.

Y cualquiera de las dos hipótesis podría llevarle a descubrir su secreto.

—Creo que exageras las cosas —dijo suavemente. —Supongo que muchos crímenes tienen un patrón fijo, pero este es fijado según una sola técnica, no sobre varias. No creo que lo sobrenatural exista, tampoco. Y lo otro, no quiero pensarlo, un imitador tan crudo solo puede estar demente. —Gerard asintió, sin dejar de observarlo con atención, analizando sus gestos, sus palabras… Hecho que comenzó a hacerle sentirse incómodo.

—¿Por qué te interesan tanto los crímenes, Víctor? —Preguntó. —¿Qué buscas en ellos? ¿No pretenderás tomarte la justicia por tu mano? Es peligroso —dijo entonces, Víctor pestañeó algo perplejo, definitivamente la inteligencia de su amigo era peligrosa. No podía estar acercándose tanto a la verdad, no era bueno.

Negó con la cabeza, aunque por la forma en que Gerard arqueaba una ceja, no parecía muy convencido.

—Sabes que soy un cobarde en esos temas. Solo quiero ayudarte —contestó, impregnando de convicción a sus palabras. Esperaba que el otro chico sonriera, pero no lo hizo.

—No creo que esa sea la mejor forma de ayudarme, Víctor. Deberías desentenderte del asunto, es lo mejor. —Víctor suspiró. Era hora de actuar de otro modo, quizás con algo de suerte lograse convencer a su amigo de dejar el caso.

—Lo haría si tú no estuvieses tan metido en él. Me preocupas, Gerard, te sobrecargas demasiado estos días y no me gusta. Quiero ayudarte, protegerte a mi modo ¿No pensaste en dejar el caso? Creo que te estás implicando mucho en él, y podría perjudicarte. Ya estás preguntándote si deberías de confiar o no en tus amigos.

—Estoy bien, Víctor —aseguró Gerard, contrariado —. Estoy bien, y estaré bien aunque no lo deje. Porque no pienso hacerlo hasta atrapar a los culpables. Y no es que me esté preguntando si debería de confiar en la gente que conozco. O al menos… No quiero. No todavía. —Suspiró y se levantó del sofá en donde estaba sentado.

—Pero no paro de preguntarme si me ocultas algo Víctor, no son solo las preguntas. Ya es la segunda o tercera vez que me hablas de qué deba dejar el caso. La última fue la noche en la que nos cruzamos cuando volvía del cuartel. —Víctor asintió, sabía a qué se refería, había sido hace dos o tres noches, no estaba seguro. Una demonesa había atacado a su amigo y él había tenido que salvarle una vez más. Una noche de la que Gerard solo recordaba rasparse el brazo, y verlo. Lo otro no había existido en su mente, como siempre pasaba cada vez que Víctor salvaba a alguien.

Cada vez se le daba mejor borrar la memoria a la gente, implantar recuerdos nuevos en su mente y convencerlos de su certitud. Lo único que se podía permitir hacer con Gerard cada vez que sus investigaciones lo ponían en peligro.

—¿Tan mal me ves? —Interrogó Gerard, señalándose a sí mismo. Víctor se encogió de hombros.

—¿Es una pregunta retórica? —cuestionó. —Deberías mirarte al espejo de vez en cuando, quizás entonces encontrases la respuesta. Y no sé por qué te empeñas en decir que te oculto algo más de lo que ves ahora —Gerard suspiró.

—Esa es una buena pregunta —admitió, volviéndose a sentar frente a él. —¿Todavía tienes esa libreta en donde anotabas las leyendas de tu padre? ¿Podría verla? Creo que me ayudaría.

Los ojos de Víctor se abrieron de forma amplia, embargados de tanta sorpresa como desconcierto, ¿cómo sabía Gerard la existencia de aquello? ¿Cuándo se la había visto?

—¿Qué libreta? —Articuló incrédulo, Gerard por su parte rió.

—Una que siempre revisabas antes de las reuniones en las que nos contabas historias de miedo, que tu padre te había contado. La vi en tus manos varias veces, pero nunca le presté demasiada atención. Parecías obsesionado con aquellas historias fantásticas, por aquel entonces, al igual que ahora, creo. Pero con las muertes ya no me divierte verte preguntar o hablar sobre el tema —explicó de forma tranquila, ante la pálida incredulidad de su amigo. Sabía que Gerard era discreto y curioso, pero aun así le costaba creer que lo hubiese visto con el cuaderno entonces. —¿Y bien, puedo mirarla?

—¿Qué? ¡No! —Saltó a la defensiva, alarmado. —Esas cosas son privadas —explicó, intentando calmarse. Gerard lo observó perspicaz.

—¿Por qué no? ¿No dijiste que eran fantasías acaso? ¿Qué mal te hace que la vea? —Siguió preguntando casi inquisitivo. —¡Vamos, Víctor! Somos amigos desde hace años. Confidentes, incluso. No deberíamos de tener secretos. —Y ahí Víctor agachó la cabeza, sintiéndose culpable, eso era un golpe crudo, apelar a la profundidad de su amistad por saber más.

—No tengo secretos —dijo reticente.

—Sí, los tienes ¡No me prohibirías verla de no ser así! —Lo acusó, Gerard. —Víctor, ¡por favor! ¡Confía en mí! —Suplicó.

Víctor suspiró, veía en el rostro de su joven amigo que no se iba a rendir. Le preguntaría hasta el cansancio si era necesario, buscando a cada instante un atisbo de debilidad, como ahora. Algo que le diese a entender su secreto…

Me arrepentiré de esto”. Pensó decidido a utilizar sus poderes para arreglar eso, esa capacidad que tenían los seyens de convencer a las otras razas de cualquier cosa que dijeran. Una persuasión especial.

No era algo difícil, solo tenía que enfocar los ojos de su amigo, como lo hacía ahora, captarle con la mirada. Y pronunciar las palabras con el tono más convincente que conocía.

—Gerard, escúchame, entiendo tus razones, pero no puedo hacerlo —explicó —. Esa libreta contiene secretos de mi familia, que podrían ponerte en peligro inminente. Yo solo quiero que no te pase nada, ¿comprendes? —Afectado enseguida por la convicción que transmitía la voz de Víctor, Gerard asintió. —Pues entonces no me preguntes más por ello.

Gerard no sabría decir si era su voz o su tono, pero había algo en Víctor que lo convencía del todo. Era como si lo que dijese él fuese el mejor modo de actuar, por ello dijo sin perder el contacto visual:

—Está bien, Víctor, no lo haré. Lo siento. —Aliviado, Víctor rompió el contacto visual y dijo, fingiendo tranquilidad.

—No te preocupes, te conozco y sé que te indigna que la gente tenga secretos contigo. Tarde o temprano me acabarías preguntando. —Fuera, la lluvia seguía cayendo y los instintos de Víctor le decían que iba a seguir haciéndolo hasta bien entrada la tarde. Entonces justo en aquel instante un breve escalofrió lo recorrió, haciéndolo acercarse a esta:

—Anne —susurró entonces, preocupado, no sabía por qué pero tenía la sensación de que ella corría peligro.
___________________________________________________________________________________

* Para ver lo que es el Gimnasyum, podeís consultar el sistema educativo alemán de entonces acá:  http://yuna6785-seyens.blogspot.com.es/2015/10/informacion-pertinente.html

Cosas que cambié: casi todo xD. Desde la conversación de Semil y Simeón no dejé de borrar y reescribir.

Cosas que mantuve: las escenas en sí, hice lo posible por no anular ninguno de los encuentros y charlas ya previstas, menos su tema principal. Pero, como pudisteis leer, todo esta mejor explicado. También añadí algunas cosas que hasta ahora solo hacían parte de Recuerdos de Stern, ya que en principio este libro no está hecho para incluir la serie de relatos. Y sería injusto que los que no los leyeses no supieseis nada, también, ciertas partes de esas historias serán usadas para el cambio de rumbo de la principal, de ahí su inclusión en ella. Nos leemos en cuanto pueda :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lee el último capítulo publicado :)

Informes sobre Stern, Recuerdos de Stern, Diario de Evelin y más.

¡Hola, hola! Si alguien, en algún momento, se pasa por el último relato publicado se dará cuenta de que las notas iniciales cambiaron y ya n...

Publicaciones y relatos más leídos