lunes, 29 de julio de 2019

Seyens: Stern| Capítulo 31 (Actualizado el 07 del 08 del 2019)

Sí, lo sé, me tardé tanto que uno ya no recuerda la historia pero quería priorizar mis fics y luego me falló la inspiración para inventar lo que me faltaba, hasta ahora. Como vereis cambié lo de Corina y el ataque a Anne, además de adaptar la relación de ella y Esteban a mis ideas actuales. Espero que os guste. :D

31


La lluvia caía con parsimonia, aumentando poco a poco de fuerza mientras una loba negra se ocultaba entre los boscajes. Cerca de donde estaba ella, más cara a la ciudad, pero aun así bien a las afueras de esta, se hallaba una mansión lujosa y antigua, rodeada de abundantes tierras y propiedades. El hogar y patrimonio de Ulrika, su señora.

La loba esperó unos instantes para asegurarse de que no había ningún humano antes de adentrarse en la zona. El ambiente desértico en medio de la lluvia y humedad le aportó la confirmación que necesitaba y así ella apuró el paso y, penetrando en el lugar, hábilmente, se coló por una trampilla, bien oculta, que llevaba a los subterráneos de la casa. El escondite y guarida de los licántropos, además del bosque, claro.

En cuanto aterrizó, tomó forma humana sustituyendo así aquel lobo por una figura femenina de pelo corto y liso negro y ojos oscuros. Corina.

La chica sacudió el pelo, haciendo caer las gotas de lluvia que se habían quedado prendadas en el y se apoyó en una pared procurando recuperar el aliento. Cuando lo consiguió comenzó a caminar primero tranquilamente y luego a pasos más apurados hacia el lugar de su destino, los calabozos, en donde se hallaba el licántropo que, a pesar de su traición, ella deseaba ver por encima de todo. Chase.

Poco a poco ella fue bajando las escaleras, girando en algunos tramos hasta llegar a lo más abajo posible, en donde se quedó detenida olfateando, apretó los puños en un gran esfuerzo por controlarse. Maldita sea, ¡¿es que acaso no podía encontrar un modo de calmarse que no fuera haciéndole daño a su niño adorado?!

Inmediatamente cruzó la mirada con uno de los guardias quién instantáneamente apartó la suya algo acobardado, a pesar de su corpulencia. Aquello le levantó algo la moral haciendo que una media sonrisa se formara en su rostro, parecía que al final su entrenamiento y habilidad servían para algo. El hombre procuró recuperar la compostura mientras ella se acercaba y dijo.

—La creadora…pasa —Y, apartándose de la puerta dura y metálica de uno de los calabozos, le tendió las llaves de este.

—Gracias Alan —Corina compuso una sonrisa agradable que dejó al guarda algo sorprendido y, ante aquella actitud, ella siguió en lo suyo, absteniéndose de bufar, y abrió la puerta.

Y pensar que llevo años conviviendo con ellos y todavía no se acostumbran a ese trato. Lo tanto que me importan…” Pensó ella, adentrándose en la estancia sin dar apenas alguna explicación, nunca lo hacía con sus actos.

El ruido de aquellos pasos tan característicos y habituales hicieron que la persona que estaba encadenada al fondo llevara sus ojos marrones hacia ella girándose, no sin dificultad.

Gracias a aquel simple movimiento Corina pudo entrever su espalda surcada de latigazos y aquello confirmó bien sus sospechas de que Ulrika había abandonado la diplomacia, hace poco.

—¡Chase! —chilló ella y corrió hacia el rodeándolo en un suave y delicado abrazo, éste se tensó cuando sus manos rozaron las heridas pero no se apartó, que ella hiciera esto le reconfortaba bastante. Al notar su tensión ella, alarmada, se apartó y lo miró pareciéndole por aquel largo instante, una madre enfadada y preocupada.

—¿Hasta cuando vas a soportarlo? —le reprochó, seria y sosteniéndole la mirada, Chase se la siguió para luego bajarla sintiéndose culpable, tenía razón, él no podía seguir así mucho tiempo. Si Ulrika ya había comenzado a decantarse por el castigo físico no podría sobrevivir por demasiado tiempo. Ella podía llegar a ser muy cruel y violenta, según cuanto más se enfadara. Y así, por primera vez, Chase se sintió temeroso y perdido…

  —No lo sé, Corina pero, ¿qué puedo hacer? Cumplir sus ordenes, ser solo cruel y malvado… Se me hace impensable.

—Lo sé, Chase —contestó ella —. Suprimir tu humanidad no es tan sencillo como afirman las leyendas, debes ser un lobo para siempre, sufrir un horror o, quizás nacer así. Y tú no cumples ningún patrón —Este asintió, a veces la envidiaba, su decisión, su frialdad… Deseaba compartirla y así, dejar de sufrir por un minuto o más esos sentimientos de culpa que lo destruían.

—Eso es lo que me ocurre Corina, cuando me transformaste era tan sencillo y ahora... Todo cambió. Yo… Soy una buena persona y todo esto… Desear matar, hace que me odie a mí mismo —confesó Chase, ella dolida se alejó, haciéndole sentir peor, no quería lastimarla. Sabía que ella no había tenido la culpa, que simplemente no pudo controlarse, al igual que la gran mayoría de los licántropos, pero aun así no podía evitar sentirse desdichado.

—No digas eso, ¡por favor! —le suplicó ella dándole la espalda. —Tú bien sabes lo que ocurrió aquel día, perdí los nervios y no pude… Chase, lo siento tanto —pronunció ella, mientras a él le pareció notar unas finas lágrimas bajar por las mejillas de ella. Ante eso Chase dio unos pasos hacia ella.

—Corina yo no pretendía —comenzó, pero ella lo ignoró y siguió hablando.

—Cuando volví en mí, me asusté, no quería hacerte daño e hice lo que cualquiera hubiera hecho; acudir a mi manada, buscar ayuda, yo. —reunió valor y se giró hacia él. —Lo siento tanto — repitió. Chase se acercó a ella y la abrazó.

—No, Corina. No llores, no es culpa tuya. Tú solo hiciste lo correcto —dijo él procurando calmarla, ella lloró unos instantes sobre su hombro y cuando consiguió calmarse afirmó.

—Lo sé Chase, lo sé. Pero aquello no evita que me sienta culpable, yo… —Corina lo miró e inspiró hondo, era ahora o nunca. —Te quiero Chase y odio sentirme impotente mientras sufres. Me encantaría hacer algo, salvarte, aunque no pueda —admitió mirándolo bien a los ojos, Chase asintió comprendiéndola muy bien.

—Ya lo sé Corina y lo entiendo muy bien. Yo también te quiero —El rostro de ella pareció iluminarse por un instante para luego apagarse en cuanto él siguió —. Pero no del mismo modo.— De súbito el rostro de ella cambió volviéndose frio e impasible, retrocedió de un salto apartándose bien de él.

—Es por ella, ¿verdad? —Preguntó de forma tan fría que le causó terror, aquella actitud, era algo que ya conocía, su lado oscuro que le hacía odiar cualquier cosa que estropeara el mundo perfecto que había tejido desde que Ulrika, su maestra, la rescató de la crueldad del orfanato de la villa vecina de Stern.

—¿De quién hablas?

—Lo sabes perfectamente —lo silenció ella —. Esa iluminada...—Aquella denominación bastó para que Chase comprendiese el objetivo de su ira: Anne —. Es por ella que actúas así. —Apretó los puños cuando Chase, alarmado, la frenó cogiéndola de la mano.

—No, Corina para, tú no lo entiendes. —Pero la muchacha lo apartó, dándole una bofetada.

—¡Eres tú el que no entiende! Esa muchacha irrumpe en nuestra vida, la destruye, y tú aun por encima la defiendes. Dejándote hipnotizar por sus gestos y palabras como un vil esclavo… —Acusó, más que desatada. —Pero no te preocupes todo esto se acabará, ella morirá, yo, te sacaré y, al fin. —Chase se vio sobrecogido por los labios de la chica sobre los suyos, sus brazos impidiéndole moverse de lo débil que estaba. —Todo se arreglará. —Soltó una risa antes de salir de la estancia, más que determinada, mientras el chico intentaba correr tras ella inútilmente cuando las cadenas alrededor de sus brazos se tensaron y se le escapó un gemido de dolor.

—Corina —susurró. —Por favor… No le hagas daño. —Y, abrazándose, comenzó a llorar, roto y destrozado por algo que no debía sentir, el amor hacia Anne...


Mientras en casa de Anne, Esteban se incorporó brevemente al no notar el agua ya caer, enrojeciendo de repente al ver la forma en que la agarraba mientras dormía, esto era difícil, definitivamente. Había decidido acudir a su casa esta tarde, después de que su padre le encontrara otro trabajo, ya que no pudo volver al antiguo, y cumplir su promesa de amistad.

Y es que había algo en lo que no podía evitar pensar desde que sabía el secreto de Anne: los peligros a los que se enfrentaba, la posibilidad de perderla, no podía simplemente odiarla o tratarla mal por no amarle, no era natural.

Al verle despierto Anne se apartó al instante, no había querido despertado, no dado lo agotado que lucía de su nuevo trabajo tanto que, después de que acordaron los términos de su amistad, no había podido evitar caer rendido. Por un momento le pareció ver una sombra entre las ventanas pero sacudió la cabeza. La noche la volvía muy paranoica últimamente, consecuencia del ataque que había sufrido de licántropos, cuando salvó a Esteban. Eso sin contar la actitud de Corina esta mañana.

—Anne, lo siento, no debí… Será mejor que me vaya —se disculpó Esteban, abruptamente, ella negó con la cabeza.

—No te preocupes, sé que esto es difícil para ti —le disculpó y asintió. —¿Puedo acompañarte a casa? No me gustaría que te pasase algún mal. —Esteban rió.

—Somos dos —sentenció el chico, levantándose —. En cualquier caso, de acuerdo. —Anne se levantó, más mentalizada, igual ya era hora de que saliese, sus enemigos no iban a desaparecer o morir solo porque ella lo desease.

Esteban vistió su ropa impermeable mientras que Anne se revisó la ropa y pelo, antes de virar hacia el escondite de las armas y agarró su fiel espada. Una vez completamente lista salió de la habitación al encuentro de Esteban, quién le esperaba ante la puerta de salida. En cuanto ella llegó él se la abrió y salieron, no sin antes que Anne se asegurase de cerrar la puerta de la casa con llave tras de sí.


La noche estaba tranquila, demasiado a su gusto. Caminaron por las calles mientras ella procuraba ignorar la inquietud que le embargaba, últimamente había aprendido tanto a desconfiar de la calma que ya no sabía como recuperar la confianza. Esteban al notarla algo tensa miró alrededor y luego a ella, preguntándose qué le pasaba.

—Anne, ¿ocurre algo? —Preguntó, ella hizo un esfuerzo en serenarse e inspiró hondo.

  —No, nada. Es solo que esto está tan tranquilo.

  —Sí…parece mentira que hace no mucho intentaran matarme y que ocurran tantas desgracias —intervino entonces Esteban malinterpretándola, pues él no veía nada malo en una noche tranquila, por una vez.

  —Sí, tienes razón, mirando a mi alrededor me pregunto si todo lo malo que ocurrió estos días fue real o un sueño.  —Esteban asintió.

  —Yo creo que preferiría la segunda opción, pero supongo que los deseos no pueden cumplirse siempre, ¿no?  —Bromeó y ella rió, más animada.

  —No —sentenció, justo cuando las luces encima de ellos se apagaron y Anne lo volvió a notar: aquella energía oscura que la vigilaba, una mujer.

—¿No creéis que unos jóvenes como vosotros no deberías pasearos a éstas horas de la noche? —Advirtió ella, pelirroja, así era, de pelo ondulado del color de las fresas. Inmediatamente, Anne se posicionó cerca de Esteban, debía protegerlo.

—¿Anne qué es lo que pasa? —preguntó Esteban, en su tono notaba que estaba asustado, no le había comentado nada sobre demonios y Chase tampoco por lo que ella tenía que convencerlo de irse, ya. —¿Quién es ella?…

—No lo sé, pero creo que deberías irte —dijo rápidamente mientras sacaba la espada, la mujer, por su parte, tendió el brazo que, al instante, se convirtió en lo más similar a un tentáculo filoso.

—Deberías hacerle caso, chico. Esto es entre ella y nosotros. —La otra voz provenía de un chico de color  y textura inusual y garras en vez de manos. Al escucharlo, Anne se tranquilizó, podía enfrentarse a lo que sea pero si Esteban salía herido, no se lo perdonaría. Alarmado, su amigo negó con la cabeza.

—¡No! ¿Y si mueres? ¡Anne, por favor! Déjame ayudar. —La mujer se rió con ganas.

—Crío insensato, no puedes ayudarla, nadie puede. —Esteban apretó los puños, aquel aspecto, su sonrisa, le irritaban, definitivamente.

—No, Esteban, vete a casa —replicó Anne, fuerte —. Puedo enfrentarme a lo que sea que me haga frente pero tú… Es distinto, no me perdonaría si te ocurriera algo malo.

—Está bien —se rindió Esteban y se fue. Anne pudo atisbar que la mujer lo veía partir para luego reír.

—Eres tan débil —comentó, acercándose. —No entiendo cómo una muchacha, como tú, causa tantos problemas a Christopher. —Y, repentinamente la enlazó como una cobra con sus tentáculos. Anne gimió, sintiendo como su energía se desvanecía al puro contacto, oprimiéndola, asfixiándola, hasta que ella la soltó.

—Con esto bastará —sentenció, observando la figura agachada frente a ella, una Anne cuyos brazos sangraban y, aunque se curaban, no parecía capaz de levantarse. —¡Stefan, Remátala! —El aludido, otro demonio, sonrió acercándose a la vez que la mujer se iba, más que feliz. A ella, Anne todavía no la conocía, pero se trataba de Ariel.

Anne se movió nada más sentir el brazo del chico cerca, esquivándolo por poco, por fortuna conservaba algo de agilidad. Para cuando se encaró con él pudo atisbar un brillo divertido en su mirada ¿Lo habría hecho adrede o es que ya preveía que lo evitaría y tenía un plan? Quiso darle una patada ya que sus brazos dolían pero él la detuvo, lanzándola al suelo, para luego tirarse encima de ella.

—Despídete del mundo, Seyen —dijo, e iba a darle un golpe de gracia en plena yugular, cuando una fuerza invisible lo apartó de ella lanzándolo hacia atrás. Una fuerza de la que ella no era culpable sino otra persona…

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