lunes, 1 de enero de 2024

Recuerdos de Stern 5.2 : Conexión

¿Qué hago escribiendo un relato? La verdad es que no lo sé, estoy intentando crear un punto de partida. Una forma de conectar ambas historias sin, por ello, meterme en demasiados problemas. Sin embargo, es obvio que con todo lo que sabe Víctor sobre sí mismo, hacerle ver cosas, más allá de la actitud controladora y vigilante de su padre, está fuera de cuestión. Sería extraño que no investigase, entonces. 

Así que me puse a buscar otra vía, recordando por el camino que Siméon fue el primero en contar esos relatos a sus amigos (Stern: capitulo 35). Y en eso llegué al otro punto importante de la historia. Víctor no era la única persona que podría percibir cosas. En el capítulo 37 di a entender, a mi modo, que Samuel era especial, sentía cosas que otras personas no y no tenía problemas en ignorar el pensamiento humano que le indicaba que estaba actuando de forma irracional. Lo hizo con Candel, hace un año, al intentar alejarlo de Catrina, a pesar de que, por aquel entonces, no había ningún detalle, o muerte extraña, que lo hiciera sospechar de él. Y si pudo percibir eso, ¿cómo es que nunca percibió ningún detalle de lo ocurrido hace cinco años? Semil y Siméon siempre fueron demasiado cercanos y la conversión del primero no hizo que se alejaran, precisamente, todo lo contrario. Empezó a reunirse con él y contarle historias extrañas. Lo cual es precisamente el otro punto que quiero conectar aquí: ¿qué relación podía creer Samuel que había entre sus verdaderos padres y las historias realmente? Lo mismo que le confesó a Víctor en Stern, años después: una pista. 


Conexión.

Ya desde niño, concretamente desde que había cumplido los siete años Samuel se había sentido diferente, extraño, o quizás… Siempre lo había sido, solo que hasta esa edad no lo había advertido y no era para menos. Había sido justo en ese momento en que su vida empezó a cambiar.

«¿Estáis seguros de que queréis adoptarlo? No es un niño fácil.»

«Precisamente por eso lo queremos, madre superiora. ¿Lo ha mirado alguna vez a los ojos? ¿Qué ve?»

«Dolor, incomprensión. Se siente como perdido en el mundo y es natural. Ha perdido su guía... Tengan cuidado con él, es más frágil de lo que parece. »

Los Larreina eran personas especiales para él. Sus padres, pero también algo más. Cuidadores, protectores, sabios, decididos y valientes. Y otra cosa, la principal razón por la cual él había decidido ocultarles su relación con Gerard, en su tiempo: fervientes religiosos, creyentes en cosas como Dios, los ángeles y el demonio, aunque, quizás, no lo hacían de la forma adecuada. Tampoco él lo hacía, por aquel entonces. Gerard había hecho mucho más que despertar sentimientos en él en aquella época, le había abierto los ojos. Simplemente… Hasta que cortaron… Aquel día… Samuel no se dio cuenta.

No se dio cuenta de que, a su modo, había comenzado a desligarse de la religión, o al menos de los preceptos que incumbían al amor, algo en lo que, directamente, había decidido no pensar más por el dolor que le producía. La misma razón por la cual se había comenzado a alejar de Catrina, nada más comprender que ella lo amaba y se había refugiado en otra persona…

Siméon Leinnisteir.

Lo cual lo llevaba al problema de aquel día, las razones por las cuales se hallaba coloreando en su habitación, en vez de en casa de Raymond. Su mente repasaba palabra por palabra todas las conversaciones que había tenido con sus padres sobre sí mismo, buscaba algo, aunque todavía no sabía el qué…

«Papá, ¿alguna vez has tenido la sensación de que corres peligro en algún sitio, aunque no pase nada realmente

«¿Sensación?¿De qué hablas? ¿Te ha pasado algo con Siméon, ayer? Sé que fuisteis al bosque…»

«No, nada. Es solo que… Olvídalo, no es nada. »

«De acuerdo, pero, sabes que puedes contarnos cualquier cosa, ¿verdad? Somos tus padres, te podemos ayudar, solo tienes que confiar. »

    —Mis padres… —Murmuró Samuel, para sí mismo y alzó una mano con el fin de apartar una lágrima de su rostro. —Si solo fuese verdad…

Aquel era el punto de inflexión de aquel día, lo que creía haber visto el día de ayer cuando Siméon no había vacilado en arrastrarle al bosque negro, que separaba Stern de las villas colindantes. Su mejor amigo estaba decidido en hacerle explorar terrenos nunca vistos y a él tampoco le parecía mal. Hacía parte de esos múltiples proyectos comunes que tenían ellos: explorar, descubrir secretos y construir historias a partir de ellos.

Sin embargo, aquel día… Él…

    Deberíamos regresar, Siméon. No me gusta estar aquí. —Había dicho entonces, al percibir una especie de sombra. Una figura que, sin saber por qué, le inquietó.

    ¿Por qué? —Preguntó Siméon, sin comprender y observó a los lados, despreocupado, cuando, de repente, se echó a reír. —No me digas que te da miedo el bosque. Creía que el padre de Víctor era el único que tenía ese problema.

Víctor…

Él era el otro elemento del rompecabezas de su vida, ahora que tenía dieciocho años, Víctor Roswell había pasado de ser el mejor amigo de su antiguo amor, a convertirse en un elemento importante para él. Samuel no sabía explicarlo, tampoco, y prefería no pensar en ello. No pensar en aquel extraño instinto que le decía que debía mantenerse cerca de él, últimamente. El mismo que le había hecho convencer a Siméon de partir aquel día, ignorando sus protestas. Sabía lo que implicaba y no le gustaba nada.

Samuel todavía no se sentía lo suficiente preparado para hablar con Gerard, entonces, tratarle como su amigo después de todo lo que había pasado entre ellos era imposible para él. Prefería concentrarse en otras cosas más sencillas: estudiar para poder convertirse en médico, al igual que había hecho su verdadero padre, en su tiempo. Pero, también, y esa era la principal razón por la cual se hallaba pintando aquel día: descifrar las ilustraciones del libro de cuentos de su madre. El mismo que Yohann había roto hace tiempo y que él no había cesado de intentar reconstruir. Justo cuando la puerta de su habitación se abrió...

    —¿Samuel? ¿Podemos hablar? Es importante. —La voz de Siméon demandaba urgencia. Era cierto, él casi nunca llamaba a la puerta. Al inicio, sus padres le reñían mucho por aquella costumbre, sin embargo, con el tiempo dejaron de verlo mal. Siméon le hacía feliz, con todos sus defectos. Y eso era lo importante. —¿Eso es un lobo?

Samuel lo observó realmente sorprendido, a él y la emoción que destilaba su voz. Un lobo, era lo que mostraba la ilustración una vez la pintabas con los colores adecuados. Lo que le costaba comprender era por qué Siméon parecía tan feliz por aquel descubrimiento. Se encogió de hombros.

   —Eso parece. —Dijo con el tono más impersonal que pudo utilizar, en ese momento. Aquel era uno de los talentos que había desarrollado tras su ruptura con Gerard. Ocultar sus emociones tras una máscara. —¿Qué ocurre, Siméon? ¿De qué quieres hablar?

Siméon se obligó a despegar sus ojos de la imagen que, por alguna razón, le captaba. Sabía porque lo hacía, lo que había recordado al verla: una historia que le acababa de contar su hermano esta mañana, relacionada con el misterio del bosque y sus secretos. Lo cual era justo el tema que quería compartir con su mejor amigo, por aquel entonces: Los hombres lobo.

    —Lo que ocurrió ayer. Cuando nos encontramos con mi hermano, poco después de que entrases en pánico y me sacases del bosque. —Rió despreocupadamente, ignorando la mueca que hacía Samuel al recordar el evento. Era cierto, Semil, el hermano mayor de Siméon, había regresado de Berlín hace unos días, causando emociones encontradas en su amigo. Estaba más alegre, vivaz y parlachín. Pero también inquieto o, quizás, nervioso, Samuel no lo sabía ubicar y ciertamente le preocupaba. Aunque no tenía por qué.

¿Por qué Semil le asustaba tanto últimamente? En su primer encuentro, él no le había causado ningún tipo de impresión. Era un hombre taciturno, con muchos secretos y la costumbre de meterse en problemas constantemente. Pero desde aquel día muchas cosas habían cambiado entre ellos. Siméon había comenzado a hablar con Víctor y arrastrarle hacia lugares peligrosos. Tal y como pretendía hacer con él, últimamente. La diferencia era que Ivon y Deidre Larreina confiaban lo suficiente en su hijo y sus amigos, como para no tener que vigilar-lo constantemente. O, quizás, no lo veían necesario.

    —Sí, lo recuerdo. —Contestó él, con naturalidad, rememorando aquel encuentro. —Nos enseñó unas rutas seguras donde, según él, no nos pasaría nada. —Siméon suspiró, aliviado, al ver que Samuel no estaba a la defensiva tras aquel tema. Había una razón obvia por la que quería hablar con él, buscaba un puente, una conexión.

Y no era el único. 

Víctor le había hablado de ello hace tiempo, no mucho después de que comenzaran a salir juntos, a petición suya. Quería formar un grupo con todos sus amigos: Dave, Raymond, él, incluso, Gerard, con él que le costaba encajar. Lo cual lo llevaba a otro problema. La principal razón por la cual esa petición se había vuelto complicada tras el paso del tiempo, por no decir imposible. Gerard y Samuel no se hablaban.

Y Siméon apreciaba lo suficiente a Víctor como para querer arreglar ese tema por él. Sin embargo… Hasta aquel instante, cuando vio aquel lobo, Siméon no le encontró solución.

Desde que se conocían, Samuel siempre le había parecido especial. Era un chico muy frágil, emocional y, sobre todo, instintivo, ¿o era perceptivo? Siméon no sabía explicarlo, por aquel entonces, pero le intrigaba mucho esa característica de él.

Además, estaba el tema de sus padres originales y lo tanto que le obsesionaban. Quería ser médico por su padre y practicar diferentes artes y manualidades, tal y como, según recordaba, hacía su madre. Le había enseñado a dibujar, escribir y otro tipo de tareas artísticas que Samuel y él realizaban juntos, desde hace un tiempo. Era su pequeño secreto. Al igual que lo que había compartido su hermano con él esta mañana.

Un secreto, un vínculo, una historia maravillosa, al igual que los cuentos que solían construir Samuel y él. Una conexión que, quizás, solo quizás, podría ayudarle más adelante...

    —De eso precisamente te quería hablar, Samuel. —Dijo entonces, tomando una decisión que, por aquel entonces, le parecía demasiado inocente como para preocuparle. —He estado cuestionando a mi hermano esta mañana sobre el tema y él me estuvo contando unas historias extrañas. No es que crea que tengan relación, pero, aún así me gustaría compartirlas contigo. Dime Samuel, ¿crees en cuentos de miedo?

Así había empezado todo realmente.
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PD: Lo sé, me estoy metiendo en un berenjenal con el dichoso libro, pero la otra opcion hacerle investigar el asesinato de sus padres, sin un motivo fijo, es todavía más complicada ¿Para qué iba a hacerlo si nada ocurría? ¿Qué le iba a hacer sospechar? Tampoco sé si este es el mejor camino, porque resulta extraño que no le hablase del libro a nadie, a menos que no lo viese importante y eso es lo que estoy intentando hacer realmente. Hacerlo ver como un cuento más. Samuel no tiene vista sobrehumana, simplemente actuó por instinto y se está comenzando a preguntar si esos instintos son normales en él. Pero, obvio, no puede preguntarle a sus padres eso sin parecer un loco. Y ahí está el quid de la cuestión, que me causa tantos problemas, qué tanto puedo poner sin que parezca inverosímil que no sospeche cosas raras. Quiero averiguarlo, conectarlo todo tanto en Stern como en los relatos, pero todavía no sé cómo hacerlo, por eso estoy tan bloqueada.

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