lunes, 15 de enero de 2024

Recuerdos de Stern 5.3 Rebeldía

 ¡Holiiiii!

Tenía dos capítulos hechos, sin embargo, no me convencen del todo, dado que si bien el 40 salió bastante decente (aunque largo) el 41 tiene muchos arreglos que tengo que hacer dado a unos fallos que explicaré en tiempo y forma y, a partir de ahí, habrá revelaciones vitales, que no sé si transmitirlas a través de los relatos o no. Así que decidí dejarlo para otro momento, cuando tenga las ideas más claras, ya que debido a lo que ya dije que los capitulos originales estaban muy mal debo cambiar, editar y pensar muchas cosas. Por eso no público, ya me decidiré a hacerlo cuando deje de verlo mal.

En fin, no importa. Este relato me costó lo mío, porque tuve que retomar el punto de vista de Víctor y ahí empiezan los problemas. El contraste entre el humor de Víctor de los relatos iniciales, donde tanto él, como Giovanna, seguían las recomendaciones estrictas de su padre a que, de repente, él hiciera cosas como contar las historias, sabiendo lo que implican (aunque ella, en cierto modo, se pasó los relatos aferrándose cada vez más a Semil hasta que no tuvo más remedio que dejarlo ir). Así que revisé los capítulos hechos de Stern, en busca del patrón y percibí detalles interesantes, en el capitulo 34 puse que Víctor "estaba harto de que su padre no le contase las cosas" y en el 39 Siméon dice "no podemos juntarnos a placer solo por ver como reaccionan las demás personas a ello". Y, entre una cosa y otra llegué a este relato, en donde decidí tomar un riesgo. Y es utilizar la información del capitulo 36, donde se desvela que Eivan andaba investigando el bosque, por aquel entonces. Espero que lo apreciéis.


Recuerdos de Stern 5.3 Rebeldía


A medida que Víctor crecía, comenzaba a percibir detalles de su padre que no le agradaban. Detalles que, en cierto modo, siempre estuvieron en su vida, pero que no se habían acentuado hasta que se asentaron en Stern. Vigilancia, control, sobreprotección, … Eran casi los mismos detalles que ofuscaban a su hermana desde que cumplió los diecisiete años y comenzó a salir con Semil, hace tiempo. Simplemente, hasta que comenzó a jugar con las normas, no le dio importancia.

Vanessa le gustaba mucho, demasiado y hablar del tema, tanto con Gerard, como con Siméon, después, le animó a intentar algo. Quería darle una oportunidad al amor, aunque fuese doloroso. Por eso decidió aceptar el pago de Siméon, apenas dos días después de su primer encuentro, y volverse su amigo. Aparte, Siméon también le agradaba.

Tenía mucha vitalidad, desparpajo y energía. Era prácticamente incapaz de quedarse quieto dos minutos seguidos. Siempre tenía una idea extraña en la mente, un lugar adonde ir, o, algo nuevo que hacerle descubrir. En principio, no le importaba, era algo parecido a lo que había descubierto con Gerard tiempo atrás. La diferencia era que Siméon no estaba interesado por experimentar, sino por otra cosa, un tema que hasta este año no le había causado ningún tipo de problema: explorar.

A Siméon le fascinaban los rincones ocultos y desconocidos de Stern. Los barrios bajos por los cuales solía andar su hermano, antes de partir a Berlín y reformarse, por ejemplo. Sitios peligrosos, ocultos y misteriosos donde podían pasar todo tipo de cosas. Además del bosque y así habían llegado a aquel conflicto.

Víctor era perfectamente consciente de las razones por las cuales su padre hacía cosas tal como imponer-le horarios, vetarle ciertos lugares o prohibirle hablar con ciertas personas. Lo estaba protegiendo, lo había hecho desde que él y Giovanna habían llegado a Stern. Y él, al contrario de su hermana, no lo veía tan mal. Se había adaptado a sus normas rígidas desde hace un tiempo. Evitar el peligro lo ayudaba a cumplir su deseo. El problema era hacérselo entender a Siméon, sin hablarle del tema vetado, por excelencia: los peligros de la oscuridad y la noche.

Y es que, si bien Siméon tenía una excelente imaginación, aquella no era suficiente como para convencer a nuestro protagonista de contarle la verdad sobre él y su familia. No era algo que pudiese hacer, dado los riesgos que implicaba, ponerlo en el punto de mira de las criaturas sobrenaturales estaba fuera de cuestión. Así que había optado por una opción más leve: acompañarle.

Era precisamente aquella decisión la que había hecho que nuestro protagonista comenzara a tener conflictos con su padre. A sus diecisiete años, Víctor estaba perfectamente seguro de distinguir la frontera entre valentía e imprudencia y poder hacérsela entender a su amigo, ¿o no?

Eivan Roswell lo sobreprotegía demasiado, siempre lo había hecho y eso era precisamente lo que le estaba molestando. No tenía problemas en escanear la mente de sus amigos, para avisarle de cuando estos tomaban una decisión que él consideraba peligrosa. Y con Siméon… Esa actitud… Se estaba repitiendo demasiado.

Víctor no se consideraba un chico ingenuo, nunca lo había sido, conocía los riesgos de sus salidas y, también, el remedio: conocimiento. Su padre le había enseñado, a su modo, a reconocer las señales de una invasión sobrenatural y, hasta ahora, Víctor no las había visto.

Entonces, ¿por qué su padre estaba tan inquieto? ¿Por qué no cesaba de decirle que tuviese cuidado? Y… ¿Por qué…? Su padre… ¿Estaba tan alerta con Siméon?

No era como si su amigo le ocultase cosas, ¿o sí?

Víctor no lo entendía.

O al menos no lo hizo hasta aquel día…

    —¿Sabes que Samuel se pasa los días buscándote con la mirada? —La pregunta de Siméon le hizo levantar la vista del rompecabezas que le había propuesto su amigo armar; tras que Víctor, en un arranque de rebeldía que se negaba a analizar, escapara a verle. En principio, había pensado que Siméon lo llevaría al bosque, de nuevo, y la parte más traviesa de él ansiaba que lo hiciera. Era justo el lugar que tanto su padre, como Dave poco después, le habían prohibido volver a pisar. Víctor se sentía traicionado por su vecino y mejor amigo, si había hablado con él sobre el tema era para que este tranquilizara a su padre. Al fin y al cabo, tanto Dave, desde que había cumplido los dieciocho años, como su padre, eran cazadores y, como tal, conocían el bosque como la palma de su mano. Pero, en lugar de ello, su vecino se había puesto de parte de su padre.

 —Creía que a quien buscaba era a Gerard. —Murmuró, agradeciendo el hecho de que Siméon se pusiera a hablar. Necesitaba desconectar del asunto, dejar de hacerse preguntas cuya respuesta no estaba seguro de querer conocer. —Al fin y al cabo, Gerard sí que lo busca a él.

Era algo que no había tardado en descubrir, tras su último encuentro. Gerard había pasado de evitar a Samuel a observarle, de forma disimulada, pero con cada vez más asiduidad. Era algo nuevo, no tanto anhelo, que también, sino que actuaba como si intentara descubrir algún secreto. Víctor le había preguntado sobre el asunto, pero, como era de prever, su amigo se negaba a abordar el tema. Siméon sofocó una carcajada.

    —Si en algo nos parecemos yo y Samuel es nuestra tendencia escapista, frente a los problemas. —Explicó con una sonrisa maliciosa, Víctor asintió, era algo que no había tardado en descubrir de su nuevo amigo. Cada vez que tenía un problema organizaba algo, una broma, una salida y, o, incluso, un pequeño juego, todo con tal de desconectar. —No estoy seguro de lo que busca en ti, pero tengo una pequeña idea para reunirlos. A ellos y todos nuestros amigos. Mi hermano lleva varios días contándome unas historias fantásticas bien raras. Es algo sobre unos lobos con la capacidad de convertirse en hombres, que resguardan el bosque… —Víctor lo observó realmente sorprendido y, por un instante, hasta se apartó de él, algo asustado. —¿Qué pasa?

La pregunta de Simeón lo hizo advertir lo irracional de sus actos. Su amigo lo observaba tan incrédulo, como preocupado. Soltó un suspiro, intentando moderarse. Esas historias no tenían por qué ser las que creía él, ¿verdad?

    —Nada, no te preocupes. Solo… —Sacudió la cabeza, tenía que cerciorarse. —Esos lobos, ¿cómo son?, ¿qué se supone que cazan? —Siméon volvió a reírse, encantado con lo que, imaginaba, era puro interés de parte de su amigo. Finalmente dijo:


    —Veo que el tema también te interesa. Mi hermano los llama Licántropos.

Licántropos, hombres, lobo, monstruos, incluso. Las palabras que Siméon compartió aquella tarde con él eran todo un conglomerado de historias tan similares y diferentes a las que su padre le contó, en su día, que, simplemente, le asombraron. Siméon estaba especialmente emocionado, era como si fuera un niño pequeño y, ciertamente, fue aquello lo que suavizó sus sospechas. Además… Él…

    —Siméon… —Susurró con un tono suave, una vez se cansó de escuchar historias sobre hombres lobo. Debía admitir algo, la emoción de su amigo le inquietaba, esos cuentos eran reales. —¿Tú crees en esas cosas? —Siméon se rio con ganas.

    —Claro que no. —Declaró. —No son más que cuentos sin sentido. —Víctor suspiró, aliviado, ante la sinceridad de su tono. No tenía por qué haber problema. —A Raymond le hacen bastante gracia, la verdad. —Admitió, haciendo que las cejas de su interlocutor se arquearan, ¿se los había contado? —Samuel, en cambio, parece bastante asustado, aunque tampoco se los cree.

Tampoco se los cree…

Víctor sonrió rememorando el dilema que tenía desde que había comenzado a salir con Siméon. Y, por un instante, una idea peligrosa le vino a la mente ¿Sería posible adulterar lo suficiente las historias de su padre para que, ni Siméon, y menos ninguno de sus amigos sospechase de su veracidad? Lo cierto es que contarlas le quitaría un peso de encima.

Sin embargo… Su padre…

Sacudió la cabeza, rehuyendo las preguntas que, otra vez, su padre se había negado a contestar; antes de partir a casa de los Von Andechs. Era eso lo que le había hecho huir en realidad. Estaba harto de tanto secretismo de su parte. Si ocurría algo merecía saberlo.

Si no, no tenía por qué seguir unas normas que a cada año le parecían más atosigantes. Ya no tenía diez años, por el amor de Dios.

—¿Sabes, Siméon? —Comenzó, adoptando un tono travieso. —Yo también conozco unas cuantas historias fantásticas extrañas. Se trata de una serie de leyendas que mi padre me contó hace tiempo. Monstruos aterradores que aprovechan las horas más oscuras de la noche para cazar. —Vio que Siméon casi pegaba un salto de la emoción, a la par que entrelazaba su mano con la suya, en un gesto de total complicidad. —Podría contarlas, si realmente crees que nos pueden ayudar… —Su amigo asintió, más que encantado, no podía creerlo, Víctor también conocía historias. Eso era maravilloso.

—Entonces tenemos un trato. —Terció brindándole una sonrisa adorable. Decir que estaba intrigado era quedarse corto. Si las historias de Víctor eran tan o igual de maravillosas que las de su hermano, él necesitaba escucharlas. —Tranquilo Víctor, esto nos saldrá bien.

Y volvieron a concentrarse en su rompecabezas, armando las piezas en total complicidad, sin advertir que pronto sus vidas se desmoronarían ante sus ojos...

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Y así llegamos al punto de inflexión del conflicto, Víctor se siente agobiado entre tanta sobreprotección y vigilancia de su padre, antes no lo hacía porque no le influia, a Eivan nunca le desagradó Dave y, menos, Gerard. Tampoco creo que tuviera problemas con Vanessa, ya que como dije en Stern, sí que intentaron enlazarlos por la forma legal. Sin embargo, Siméon, como veis, es tan infantil y despreocupado que no ve problemas en ir a lugares turbios y misteriosos, solo por ver como son y eso es lo que le inquieta. Además, Víctor, tampoco sabe muy bien qué hacer ya que, como en Stern (con Gerard), resulta difícil convencer a alguien de que debe tener cuidado si este nunca percibe nada peligroso. 

En cuanto a lo de Gerard, pues dado que en Stern vio el cuaderno de Víctor hace tiempo, pero no le preguntó hasta que se sintió en confianza para mencionar esos detalles, creo que le pasa lo mismo con Samuel, sus comportamientos le intrigan, al igual que las cosas nuevas que percibe en él. Pero, como dije en el relato 5, él es consciente que lo lastimó mucho. No va a acercarse a él, de por sí. Espero que os haya gustado el relato. 

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