viernes, 8 de enero de 2016

Recuerdos de Stern 1.3 (Secuela y final de la serie de relatos de Víctor con quince años) (Última edición: 16/07/2019)

Esta será mi última publicación aquí al menos hasta febrero. Se trata del segundo y último relato que sigue la estela de Víctor con quince años. Iba a publicarlo el día de reyes pero entre los estudios y mis escasas ganas de escribir se ha retrasado. ¡Feliz reyes atrasado! Y a los que ya comienzan las clases, ¡os deseo que la vuelta sea leve!:D

Relato anterior:



Recordatorio:

Edad de Víctor en el relato: 15 años

Edad de Gerard: 14.


Relato 3

Pronto, eso era cuando Víctor llegó a clase al día siguiente. Pronto, algo extraño considerando la otra noche. Una noche en la que no podía parar de pensar.

—Admite que te has divertido. —Había terciado Dave, con una sonrisa maliciosa, en el momento en que se despidieron. Y, Víctor, aún con el deseo que le había dominado aquella noche, cuando besó a Dianne, en la mente, no había podido más que darle la razón.

Era algo nuevo, extraño, había conocido a mujeres antes, en Italia, aunque era muy joven. O también, aquella muchacha que había descubierto espiándole el día que llegó a Stern. Layla, recordaba que se llamaba, aunque para él no era más que una niña. Dianne, en cambio…

Era distinta, no había otra palabra para definirlo, o quizás era él el que hubiese cambiado. El que hubiese crecido tanto que ahora viese las mujeres de otra manera. Lo ignoraba. Lo que si no podía ignorar era el cúmulo de sensaciones que le habían embargado al juntar sus labios con los suyos, era como fuego en su interior. Fuerte, ardiente y, sin embargo placentero. Lo hacía desear pegarse a ella como nunca, besarla, acariciarla, pero no solo en el cabello o el cuello, en todas partes. Recorrer su cuerpo…

Sacudió la cabeza medio sorprendido, medio asustado con sus pensamientos a aquellas horas de la mañana y culminó por reírse. Sí, definitivamente, aquella muchacha era especial, era la primera vez que el joven Roswell veía a una mujer así, con auténtico deseo. Pero reconocía que entre aquellos deseos y su cumplimiento había una pequeña frontera.

Ni siquiera sabía si la volvería a ver, menos dónde vivía. Quizás debería preguntarle a su padre, pero hacerlo sería admitir su interés por la muchacha y no sabía cómo se lo tomaría. Sabía que sus padres eran amigos suyos, por lo cual no había problema de que no le agradase la chica. Y si creyese que no combinarían, no se la habría presentado. Pero, ¿y si la apreciaba más de lo que esperaba? ¿Qué pasaría si su padre llegase a ilusionarse con lo que sea que tuvieran? Su… ¿noviazgo? Sí, no tenía porque ser una mala palabra para definirlo. Por alguna razón Víctor creía que aquello no estaba hecho para durar, que sus deseos no iban en aquella dirección. No. No se veía casado con Dianne, y temía que su padre sí.

Suspiró al ver que Gerard no llegaba, algo desalentado. Su amigo era la gran incógnita de la noche. ¿Qué había pasado entre él y Samuel para que el chico terminase llorando? Ciertamente, Gerard siempre había sido un chico de lágrima fácil. Sensible, despierto y plácido, además de bastante desconfiado y reservado. Pero, también, inteligente y dócil. Cuando se conocieron en su primer día de clase en el Gymnassium le había costado hacerle abrirse, al menos al principio. No estaba acostumbrado a tener amigos, casi todos se aprovechaban de su amabilidad, inteligencia, y el hecho de que su padre fuera profesor. Pero con el tiempo habían logrado forjar una amistad bastante sólida.

No era tan difícil como lo parecía, Víctor siempre había sido un chico muy sociable y abierto. Simpatizaba con casi cualquier persona que conociera, con excepción de, quizás, su hermana, con la que últimamente había empezado a tener algunos roces. Giovanna, a sus diecisiete años, se estaba convirtiendo en una muchacha libertina e independiente pero bastante interesada y caprichosa. No ignoraba que el joven Semil, con el que había bailado esta noche, era el hijo mayor de un empresario de gran prestigio, por lo cual era difícil saber los motivos de Giovanna para cortejarlo.

Sin embargo, por el hecho de que ella y su padre hubieran discutido era obvio que el encuentro no iba por buen camino. Ignoraba por qué andaba su padre tan tenso con el joven Semil, era cierto que era algo problemático y travieso. Pero, ¿que muchacho joven no lo había sido alguna vez? El caso del chico solo resaltaba un poco más porque estaba por culminar el Gymnassium.

Y Víctor, quizás el encuentro con Dianne fuese de lo más liberal que hubiese hecho, generalmente era más recatado. Pero solo tenía quince años, apenas había comenzado a madurar y no se le podía exigir mucho. Giovanna en cambio era un total contraste, lo que causaba algunas discusiones en la familia.

Por eso ni él, ni la muchacha hablaban mucho entre sí de cualquier tema. No hacerlo era mejor que discutir. Y si bien Dave se lo reprochaba en alguna otra ocasión, aquello no le convencía de hacer a Giovanna salir con ellos. Sucedía que desde la llegada de la familia a Stern, su vecino y amigo había comenzado a coquetear con la joven. Dave era un muchacho muy vivaz, fiestero y alegre, además de presuntuoso, que últimamente parecía ganarse la reputación de casanova de Stern. No había evento en que Víctor no lo viese coquetear con alguna bella joven, solo Giovanna se resistía a sus encantos, lo cual nuestro protagonista aprobaba. Pues, a pesar de ser Dave un muchacho agradable y abierto, con él que también había logrado forjar amistad, pero de forma mucho más rápida que con Gerard, dudaba que su interés por su hermana fuese algo más que eso, simple interés. 

Y Giovanna, con todos sus defectos, se merecía algo más.

La campana sonó, cogiendo a Víctor de improviso y viró otra vez la mirada al corredor, algo extrañado. Gerard siempre había sido de los que llegaban pronto a clase, ya fuese para evitar a su padre hasta que este llegaba; ya fuese para poder hablar con él, antes de que comenzasen las clases. Con él o con Samuel.

El chico pelirrojo que había salido disparado de aquella habitación, llorando era el amigo incondicional de Gerard. Víctor lo había conocido poco después de a Gerard. Cuando nuestro protagonista le propuso a su compañero de clase que le ayudase a ponerse al día algunas tardes. Dándole clases de refuerzo. No había durado mucho ya que nuestro protagonista era, al igual que ahora, un chico listo y avispado que enseguida consiguió equilibrar su nivel con el resto de la clase. (E incluso con media alta en algunas asignaturas). Pero había sido suficiente para que Víctor conociera a aquel chico de su edad, al cual Gerard daba clases de refuerzo desde muy joven. 

Samuel no era precisamente mal estudiante, algunas asignaturas se le daban mal, como a todos. Pero deseaba tener una media alta para así poder estudiar medicina, al igual que su difunto padre.

Víctor no sabía qué decir de él, se trataba de un muchacho muy tímido y reservado, que podría llegar a ser agradable si no lo mirase con extrañeza y rabia por la reciente complicidad, que parecía surgir entre él y Gerard, a pocos días de conocerse. Había intentado que pasasen varios días juntos, fuera del ámbito de las clases particulares. Pero el muchacho no siempre se mostraba receptivo. El problema no era tanto su timidez, sino él y Gerard, o más bien el que Samuel, por una razón que ignoraba, pareciese creer que Gerard no podía tener más amigos que él. Había intentado tomarse la situación con paciencia, mediar con la intransigencia del chico por la unión y el buen ambiente del grupo de amigos que estaba por formarse entre Gerard, Dave, Samuel y él. Pero después de que un día Samuel, al ver a Gerard precisamente alegre, sin ganas de partir o aislarse, le había preguntado cómo lo hacía; llegando incluso a confesar que estaba celoso de su complicidad: Víctor lo dejó por imposible.

Samuel no parecía querer interesarse por otra cosa que no fuese Gerard y él, y su amistad exclusiva. Amistad por la cual su amigo parecía disculparle todas las faltas que hiciera. Y Víctor lo entendía, Gerard y Samuel llevaban años siendo amigos, era natural que uno saliese en defensa del otro. Pero no por ello iba a intentar una amistad que el chico pelirrojo no parecía querer.



Vio llegar a Gerard acompañado de su padre, con el cual hablaba de un asunto que no podía oír desde la distancia ¿Sería la discusión con Samuel el tema principal? Ignoraba de que habían hablado para culminar llorando, pero debía de ser un asunto fuerte ya que Samuel y Gerard no acostumbraban a discutir. Y si bien el segundo acababa de llegar, el primero no parecía querer dar señales de vida, después de anoche.

Víctor odiaba ver a su amigo llorar, sabía que muchas veces no podía evitarlo, sobre todo con gente como Yohann, que aprovechaba cualquier índice de debilidad de alguien para rebajarlo hasta su más bajo nivel. Pero igual lo odiaba. Por eso quería saber los detalles de aquella noche, aunque doliese a su amigo. Ansiaba saber que le había puesto en aquel estado y, si podía, solucionarlo. Por eso había estado esperando a Gerard esta mañana, porque quería hablar con él.

Cuando Gerard y su padre llegaron a la puerta de su salón de clase Víctor pudo, por fin, distinguir una parte de su conversación:

—Siento pedirte esto, padre. Sé que quisieras que fuese más fuerte —decía Gerard, agachando la cabeza con culpabilidad. Su padre lo abrazó.

—Lo eres —le susurró. —Que nadie te diga lo contrario. —Vio como Gerard le devolvía el abrazo aferrándolo con fuerza, su padre pestañeó, algo sorprendido, y aprovechó aquel contacto para revisar que no tuviera heridas físicas. Víctor supo entonces que se refería al asunto de Yohann y no iba a encontrar nada. El chico sabía herir sin tener que llegar a la violencia, desgraciadamente. Las heridas físicas se pasaban en cuanto se iba el dolor, las otras no, podían quedar en ti para siempre, destruyéndote. —La verdadera fortaleza no es solo física, recuérdalo. —El chico asintió y se separaron. Víctor le dirigió un saludo y una sonrisa.

—¿Podemos hablar? —Le susurró, pero justo en ese momento su padre comenzó a hablar, dando la clase, y Gerard negó con la cabeza. Víctor asintió intentando ser paciente, ya hablarían en la pausa. Al fin y al cabo, Gerard no tenía más amigos que él...


—¿Me vas a decir ya lo que ha pasado anoche? —Interrogó Víctor, en el momento dado. Acababan de salir afuera y el chico se apoyó en una de las paredes del Gymnassium —¿Qué te ha dicho Samuel? —Gerard agachó la cabeza, esquivando su mirada. —¿O tú a él? —Soltó un suspiro bajo.

—Es complicado. —Terminó por resumir su amigo haciéndole arquear una ceja, ¿complicado? Si solo había sido una discusión, ¿o no? Le brindó una sonrisa alentadora, algo le decía que Gerard lo último que quería era hablar pero dudaba mucho que guardar todo eso dentro, el dolor… Le ayudase en algo.

—Pues entonces, simplifícalo. —Le pidió, con naturalidad. Su compañero volvió a suspirar y por un momento pareció tan triste que Víctor estuvo a punto de pedirle que no le contase. Pero entonces Gerard habló, escapándosele una risa que pretendía ser burlona.

—Simplícalo, ¡ay Víctor eres tan inocente! —Víctor le fulminó con la mirada. —Debería remontarme al principio para que lo entendieras. Y aun así nada me garantiza que lo aceptes —explicó mientras jugaba con sus dedos, nerviosamente. –Nadie lo haría, ciertamente. —Culminó por murmurar. Víctor suspiró, hastiado, otra vez lo juzgaba Gerard sin conocer. Creía que esa época ya había pasado.

—Gerard, ¿alguna vez dejarás de anticipar erróneamente mis acciones? —Le preguntó retoricamente y el chico sonrió, negando un poco con la cabeza. —Creo que puedo aceptar cualquier cosa y más de un amigo. Inténtalo. —Lo alentó con una sonrisa especialmente dulce. Una chispa de duda asomó por los ojos de Gerard, duda y asombro, a la par que agradecimiento, hasta que… Finalmente, se decidió a contar.

—Mmm ¿Cómo...? —Demoró unos segundos, callado, aún nervioso. No parecía estar seguro de cómo comenzar. —Como te dije, es mejor que comience desde el principio. Aunque el principio ya lo conoces, ¿verdad? Inicialmente, apenas presté atención a Samuel. Era uno más de los jóvenes a los que comencé a ayudar con solo once años, ya fuese con deberes como con clases de refuerzo. Pero él se quedó, mientras que otros se aprovecharon de mi saber, privilegios y excesiva bondad, para conseguir buenas calificaciones, y luego me dejaron como si no fuera más que un simple libro aburrido, que desechas una vez terminado el trabajo para el que lo necesitabas.

Víctor ni siquiera se inmutó a la luz de tristeza de sus ojos azules. Gerard ya le había contado esa historia antes, cuando en una ocasión le preguntó cómo es que él y Samuel eran amigos tan fieles, cuando el otro chico parecía de todo menos agradable.

»—Fue así que nos hicimos cercanos, tanto que él, sin advertirlo, comenzó a formar parte de mi vida. Sentía una especial alegría cuando venía a verme, fuese por un motivo importante o no. Y cuando sonreía… —Soltó un suspiro tan maravillado que Víctor comenzó a preguntarse si no estaría alucinando. Nadie podía hablar de un amigo de esa forma, casi con embelesamiento. —Realmente echaré de menos sus sonrisas después de lo que le hice, eran especiales —añadió.

Había algo diferente en su rostro, culpabilidad, sí, pero no era eso lo diferente sino su sonrisa triste. Se asemejaba mucho a la de su padre cuando hablaba de su madre. Gerard emitió una risa baja al ver su desconcierto.

—Es difícil de entender, lo sé —expresó con cierta comprensión. —Pero sentía algo por él. El tiempo pasó y nos hicimos, ¿mayores? No sé si es la palabra adecuada considerando que solo tengo catorce años. —Dudó. —Pero ya a los doce años había comenzado a ver a la gente de otra forma. Mi padre me dijo, por aquel entonces, que, aunque apresurado, era natural que mis ojos comenzasen a apreciar a las mujeres de forma diferente. Un poco como viste a Dianne anoche. —Víctor enrojeció abruptamente y Gerard emitió una risita.

»—El problema es que yo nunca vi a las mujeres así, al principio pensé que era porque todavía era joven. Hasta que la víspera de mis trece años, no alcanzo el por qué, empecé a fijarme en hombres. —Abrió grandes los ojos tras esa revelación, aquello era de lo más extraño que había oído. Casi una broma, de no ser por la franqueza con la que su amigo hablaba asiduamente.

»—Samuel también creció pero, al contrario de mí, él sí que era capaz de ver la belleza de las mujeres. Así que, cuando, después de que mis extraños deseos no hicieron más que aumentar la intensidad de lo que fuera que sentía por él, este comenzó a fijarse en mí: me sentí como si estuviera en un sueño.

»No fue difícil notarlo, siempre ha sido un muchacho muy tímido y poco habituado a la cercanía de las personas, solo conmigo parecía más valiente. Sin embargo, últimamente parecía que lo ponía nervioso. No sé explicarlo, ¿recuerdas el día que nos burlamos de la poesía? ¿Cuando él dijo que hacer un poema era muy fácil y yo le reté a que me hiciese uno? Parecía un tomate. —Rió, repentinamente alegre, y Víctor pareció que también. Recordaba también ese día. El profesor de literatura les había pedido expresamente un poema para la siguiente clase, y ni a él, ni a Gerard, se les daban bien las rimas así que juntaban cualquier cosa con cualquier cosa, con unos resultados cuando menos hilarantes. Samuel, en cambio, parecía mucho más dotado y se dedicaba a presumir de lo fácil que era aquella tarea. Tanto lo hizo que Gerard, harto, le pidió que le hiciese uno. A lo que el chico pelirrojo farfulló un «No sabes lo que me pides», a la par que su rostro enrojecía como si hubiese cogido un golpe de calor. Y los dos amigos explotaron en risas.

—Creía que lo hacía porque lo habías cogido en su mentira. —admitió Víctor, sonriendo un poco. Intentaba asumirlo como podía pensando más en la felicidad de Gerard, que en el hecho de que Samuel fuese un chico de su edad. —¿Qué pasó entonces? —Demandó, lleno de curiosidad, su amigo lo observó sorprendido, pero continuó.

—Que lo tomé como una señal. —explicó simplemente. —Me acercaba a él, intentando captar su atención, que me mirase más asiduamente. También hice alguna que otra tontería que había visto hacer mi padre disimuladamente a mi madre alguna mañana al llegar a la cocina. Cuando creían que no estaba presente. —Rió con la mano sobre la boca, algo azorado. —Una tarde, intentaba explicarle algún tema, mientras que él no culminaba de mirar mis dedos, no recuerdo por qué. Hice como que me ofuscaba pidiendo que me atendiese, pero en realidad, estaba encantado. Cuando lo oí pedir perdón de aquella forma tan azorada como adorable, reconociendo que «no sabía lo que le pasaba conmigo.» En voz tan baja que, de no ser por mi extrema cercanía, de entonces, no lo habría oído. No pude resistirme y le dije que me gustaría descubrirlo.

»Estaba tan rojo que cuando, después de explicarle el asunto de la forma más tranquila y delicadamente posible. (Obviamente no quería espantarle así que evité hablarle de amor. Solo recorrí su brazo derecho con los dedos mientras hablaba, viendo así como se relajaba al contacto con mi mano izquierda.) Él... Samuel, después de preguntarme si podía intentar algo, me besó: casi no me lo creía. Fue un simple roce en el que sentí miles de sensaciones inexplicables. Nunca he creído en la magia, Víctor, pero en ese momento casi lo dudé. Samuel había conseguido hacer desaparecer el mundo a nuestro alrededor en un solo gesto —explicó, invadido por los recuerdos. Víctor estaba tan interesado por la historia que el desconcierto inicial había desaparecido tras una, cada vez más tupida, capa de sana curiosidad. —Lo advertí cuando se separó, preguntándome qué tal, y prácticamente me tiré sobre él. Culminando lo empezado con algo nuevo, pasión. Cuando la llamada a la puerta de mi madre hizo que nos separáramos de golpe, creí que me iba a salir el corazón del pecho de lo rápido que latía. Parecía un pájaro.

Una risa intensa y nostálgica surgió de sus labios, mientras que Víctor lo observaba casi maravillado. Aquello era un mundo nuevo que su padre nunca le había explicado con tanto detalle. Él como surgía el verdadero amor. Casi había olvidado que Gerard hablaba de su aventura con un chico, dato que, parecía importarle tan poco que se sintió orgulloso de sí mismo.

»—Fue así como empezamos. Inicialmente con besos y luego cosas tan tontas como qué pasa si toco aquí, o poso mis labios acá. A Samuel le encantaba experimentar. —Señalaba zonas de su cuerpo casi riendo, haciendo que Víctor arquease las cejas, algo alarmado, algunas de ellas eran en las cuales se había imaginado tocando a Dianne, horas antes. O ella a él. 

Ahora comprendía porque Gerard lo había llamado inocente. No era una burla sino una gran verdad. No sabía apenas nada de pasión, deseo o amor. Solo le que le había dicho su padre, que no era mucho. Eivan esperaba que preguntase en vez de lanzarse libremente a hablar de aquellos temas, pero él casi nunca lo hacía. No le interesaba.

—¡No me mires así, no hicimos nada criminal! —Saltó Gerard, al ver su mirada. —Solo eran caricias sobre la ropa y juegos superficiales. Nada que no se pudiera hacer de forma casta con una mujer. Aunque una vez él… —Sacudió la cabeza como si cazara una mala visión de su mente y se aclaró la garganta. Mientras Víctor no pudo evitar preguntarse qué entendía su amigo por casta.

»—Tuvimos un problema la primera noche que se quedó a dormir en mi casa. Fue como el principio y el fin de todo para mí ¿Recuerdas la noche de las Perseidas? —Víctor asintió. Las perseidas o lluvia de estrellas eran un fenómeno que gustaba de observar cada noche del doce de agosto. Su padre aprovechaba entonces para hablarle de las estrellas del cielo, las constelaciones que formaban, y los ángeles. Relacionándolos incluso en algunas ocasiones, a través de hermosas historias.

—Mis padres y yo tenemos una tradición en honor al día que se comprometieron. Según me dijo, ella aquel día hizo el deseo de que le pidiera casar nada más ver la estrella fugaz. Y lo hizo, bajo la lluvia de estrellas sellaron su compromiso de amor. Mi padre adivinó su más puro deseo y lo cumplió. —Gerard sonrió con un aire soñador y Víctor no pudo evitar pensar que aquello había sido tan lindo como casual. Un deseo cumplido bajo una noche especial.

»—Desde aquel día cada noche al ver las estrellas, formulamos un deseo que debe cumplirse al pasar la estrella fugaz. Este año yo solo tenía un deseo que me amara tanto como yo le amaba a él, así que convencí a mis padres de que lo invitaran a pasar la noche con nosotros. Estuvo encantador. —Una risa escapó de sus labios. —Cenamos todos juntos y luego, a la noche, Samuel y yo fuimos a ver las estrellas sobre el tejado. Esperaba formular mi deseo aquella noche, declararme, pero empezamos a hablar de estrellas fugaces y deseos y Samuel… Él… —Gerard se calló invadido por unos sollozos entrecortados y repentinamente se tiró sobre él en busca de consuelo. —Samuel quiere tener hijos, ¿te das cuenta de lo que eso significa?

Víctor se quedó cortado tragando seco, sin saber qué hacer. Gerard estaba decididamente inconsolable, llorando sobre su hombro como un niño pequeño. Le dolía verlo así, sin poder hacer nada para aliviar su sufrimiento. Derrotado por el significado de un simple deseo juvenil. Era consciente, como todos, de que para tener un hijo hace falta la mediación de una mujer. Y aunque entendía a Samuel con ese deseo (no lo conocía, pero Gerard le había hablado de él lo suficiente como para imaginarse que el chico pudiese ansiar una familia que pueda afirmar suya) no podía soportar ver a Gerard tan destrozado. Lo dejó llorar sobre su hombro sin apenas hacer ningún gesto, aparte de unas palmadas en la espalda; hasta que el otro chico se calmó, advirtiendo lo que estaba haciendo.

—Perdón —dijo separándose y se limpió los ojos como pudo. —Debes de pensar que estoy reaccionando como un idiota. —Víctor negó con la cabeza.

—No importa, tienes derecho a llorar si estás triste. —Le reconfortó, con una pequeña pero bondadosa sonrisa. —Aunque sea algo extraño. —Se encogió de hombros, quitándole importancia.

—Me reconforta. —murmuró Gerard como si quisiera justificar su actitud de algún modo. —Cuando estoy triste mi padre me abraza y aquello me reconforta. Samuel también lo consigue algunas veces. Aquella noche lo intentó pero no lo dejé. Al ver que lloraba después de que me comunicara aquel deseo me pidió perdón e intentó calmarme, pero lo alejé diciéndole que estaba bien. No tuve el valor de confesarle la verdad, no quería que sufriera por mí —reveló, melancólico.

—¿Entonces seguisteis igual? —Interrogó Víctor y su compañero asintió. —¿Qué pasó anoche? —Volvió a preguntar. Gerard hizo una mueca y continuó.

—Que Samuel me dijo que me amaba. Y yo… —Se estremeció haciendo lo posible por no volver a llorar. —¡No puedo hacer eso, Víctor! ¿Comprendes? ¡No puedo arrebatarle su sueño, no sería justo! —Lágrimas bajaron por su rostro mientras hablaba. —Así que mentí… Le dije que ya no sentía nada por él.

Gerard pestañeó en un intento de frenar las lágrimas y se limpió los restos con el puño. Víctor elevó la mirada al cielo.

—Estoy dividido. —confesó. —Por una parte creo que sí, eres idiota. Rechazaste la oportunidad de ser feliz junto a la persona que amas. —Gerard asintió con una risa amarga. –Pero por otra entiendo el deseo de Samuel al no tener familia propia. Y aquello, sacrificar tus sentimientos para que lo consiga… Es realmente un sacrificio de amor. —Gerard lo observó sorprendido, pero no dijo nada. No esperaba que su amigo lo entendiese tan bien. —Sabes que te odiará, ¿verdad? —Preguntó, melancólico, Gerard asintió.


—Era necesario. Si le confesara la verdad nunca me dejaría marchar. —Reconoció y probablemente no decía ninguna mentira. La campana de fin de recreo sonó entonces y los chicos se incorporaron volviendo a su salón de clases.

—Mientras volvemos, ¿me cuentas lo de Dianne? —Preguntó, entonces, ansiando una noticia alegre para reconfortarse. —Te ayudé a encontrarla, ¿verdad? —Víctor procedió a hablar de la muchacha mientras caminaban. Aquella noche, el beso, sus dudas… Todo.

—Estoy algo asustado, Gerard —explicó. —Esta ansia, este deseo… No es propio de mí. —Gerard rió.

—No debes hacerlo, no es nada malo. Cualquier hombre a tu edad puede tener ese tipo de deseo. Es química. —Rió por la última palabra, parecía tan abstracta como correcta para definir aquel mar de sensaciones. —Solo ve despacio, ¿vale? Dianne parece una chica divertida y juguetona, pero no creo que sea menos principiante que tú en esos temas. Debéis afrontar la situación con cabeza, conocer los límites de lo permitido entre vosotros y respetarlos —aconsejó, sereno. —Al menos mientras no haya algo más entre vosotros. —Y sonrió con serenidad y alegría. Víctor negó.

—No quiero algo más, no me interesa el amor si aporta sufrimiento. Mírate Gerard, nunca serás feliz —se lamentó, pero su compañero de clase volvió a negar.

—Yo solo soy un punto y aparte, Vic —afirmó. —El amor es algo maravilloso, puede aportar sufrimiento pero también la mejor felicidad que puedas encontrar. —Y sonrió de una sonrisa embelesada mientras, ya entrados en su salón de clases, los chicos se sentaban en sus pupitres.

—No entiendo —murmuró Víctor. –Son sensaciones opuestas.

—Lo harás cuando te enamores. —Le dijo Gerard como simple explicación y no mentía. Nada más conocer el amor Víctor comprendería todas las palabras de su ahora mejor amigo, pero aquello ya es otra historia.

Fin


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lee el último capítulo publicado :)

Informes sobre Stern, Recuerdos de Stern, Diario de Evelin y más.

¡Hola, hola! Si alguien, en algún momento, se pasa por el último relato publicado se dará cuenta de que las notas iniciales cambiaron y ya n...

Publicaciones y relatos más leídos