martes, 13 de agosto de 2019

Recuerdos de Stern 3.2

¡¡¡Lo tengo, lo tengo, lo tengooooo!!! No otro Capítulo, ya que además de ser muy temprano estoy advirtiendo que es un deseo bastante imposible visto los cambios notables a aplicar en la historia; sino el siguiente relato del pasado de Víctor con dieciséis años. Y es que advierto que de esta temporada es de la que más tengo que contar; ya que si todavía recordais las tramas que desvelé en los últimos Capítulos de Stern hay muchas revelaciones y cruces de personajes pendientes, como Siméon o Vanessa. Disfrutadlo.

Edad de Víctor en el relato: 16 años.
Edad de Gerard: 15 años.
Edad de Samuel: también 16 años.

¡Vamos, Víctor! Somos amigos desde hace años. Confidentes, incluso. No deberíamos de tener secretos.  (Gerard Friedman, Stern, Capítulo 30: 159-160)

Secretos.

A Gerard le fascinaba la anatomía.

Era algo que Víctor descubriría no mucho después de aquella ruptura abrupta con Dianne, a causa de su hermana, aunque lo cierto es que nuestro protagonista no lo veía exactamente así, sino como algo inevitable, sobre todo, después de aquella confesión.

Me prometí a mí misma casarme enamorada. No puedo hacer esto.

Víctor no quería escuchar hablar de amor, no después de conocer el secreto de Gerard Friedman y observar en un silencio más impuesto que elegido el daño que provocaba este en su mejor amigo. Un daño que solo se desvanecía, de forma momentánea, cuando tanto él como Samuel Larreina tenían otras cosas más absorbentes en mente, que el que uno estuviese en el mismo pasillo o clase que el otro.

Y es que esta era una de las principales razones por las cuales librarse del chico pelirrojo no era tan sencillo como lo pareciese. Samuel ya no precisaba de clases particulares, o al menos eso decían sus padres adoptivos. Pero seguía acudiendo a su misma clase, o curso, con las mismas aspiraciones que muchos años más tarde lo convertirían en un destacado profesional de la salud. Lo mismo que Eivan Roswell deseaba para su hijo en un futuro lejano, lo cual tampoco era sencillo de conseguir dado lo que había ocurrido hoy en lo más similar a una clase de anatomía que tuvo nuestro protagonista en el gymnasium.

A Gerard le fascinaba la anatomía, cada lección, muestra o análisis, que realizaba el profesor ante sus alumnos, era recibida con un alto entusiasmo por el chico. En cambio, Víctor estaba comenzando a aborrecerla y todo por un ínfimo detalle de sí mismo que no recordó hasta ver aquel líquido rojo derramarse ante sus ojos.

No soportaba la visión de la sangre, no desde que con solo once años había visto a su madre vomitarla de una forma cuando menos violenta antes de desvanecerse en brazos de su padre. Casi lo mismo que parecía haber hecho él hasta que escuchó a Gerard gritar:

—¡Víctor! —Y por un momento las imágenes de aquel salón dorado de Venecia se desvanecieron para ser reemplazadas por aquella sala impoluta, a excepción del cuerpo de aquel animal fallecido sobre la mesa del laboratorio. Varios jóvenes lo observaban tanto desconcertados como preocupados. Se fijó en que Samuel se había adelantado varios pasos de su posición inicial, casi por instinto. Por un momento incluso tuvo la extraña impresión de que, de no haberse adelantado Gerard, él no hubiese tenido problema en sostenerlo como lo hacía ahora su mejor amigo. Y no había ningún tipo de malicia tras su rostro, todo lo contrario.

—¿Se encuentra bien, señor Roswell? —La voz del profesor era suave y cautelosa, aunque quizás, levemente sorprendida. —¿Necesita acudir a la enfermería? —Víctor reaccionó de forma rápida, apartándose de su amigo casi de golpe. Lo último que necesitaba una persona como él era un médico y menos por un leve mareo.

—No se preocupe, señor, no es la primera vez que me ocurre —explicó con una serenidad muy similar a la de su padre —. Estaré bien mientras mantenga las distancias, imagino. Lo que sí le pediría es que el asunto no salga de aquí. —Pidió directamente, manteniendo los ojos fijos en él. Vio que Gerard lo observaba como mucho asombrado mientras sus ojos iban de forma intermitente a él, el profesor y lo que había provocado el mareo, comprendiendo antes que nadie lo ocurrido allí. —Quiero decir, ya sé que es difícil pero... —Vaciló, mientras sus ojos se desviaban de forma discreta hacia los observadores anónimos, por fortuna el hombre actuó con el recato y presencia que le exigía su profesión y aceptó.

—Haré todo lo posible por controlar los rumores —prometió —. De igual modo pienso que debería hablar con alguien. Estas cosas son tratables, ¿sabe? Quiero decir si le sigue interesando dedicarse a la medicina... —Víctor negó con la cabeza de forma automática. —Entiendo, bien sigamos...


Aquel evento era algo que no se le escapaba de la mente, incluso aunque el hombre cumplió su promesa de una forma casi perfecta; ya que al salir nadie hizo ningún comentario sobre lo ocurrido, menos escuchó burlas. Tal vez debería hablar con su padre sobre ello, buscar ayuda, no tanto por su carrera perdida, sino por otra cosa, algo que por más que Eivan Roswell se negara a mencionar, tanto con él como con su hermana, seguía existiendo.

La posibilidad cada vez más cercana de que, si ocurría algo en esta ciudad, o en otra en la que convivieran, uno de ellos se convirtiera en lo mismo que él...

Y Víctor tenía claro que si él era el elegido lo último que podía permitirse era que el simple acto de derramar sangre lo paralizase.

El problema era que Eivan Roswell no era precisamente alguien con la experiencia adecuada para ayudarle, no tenía estudios sobre las fobias y el prepararlo para un futuro hipotético en el que necesitase luchar no parecía estar entre sus planes, a menos que demostrase ser algo más que un simple humano con rasgos “angélicos”. Era lo que le había insinuado a su hermana cuando esta le dijo que en vez de controlarla y vigilarla de una forma como mucho sobreprotectora, escaneando tanto pensamientos como energías de todas las personas que conociera; (cosa que también había hecho con Víctor, por cierto), podría enseñarle a defenderse. Eivan no deseaba que sus hijos viviesen con el miedo permanente de que su vida se terminase por causa de sus raíces no humanas. Quería que viviesen una vida normal.

El problema era que eso no era algo sobre lo que su padre tuviese algún poder.

Realmente echo de menos vivir en Venecia —terció para sí mismo, en su idioma natal, observando desde la distancia como los alumnos que sí habían podido atender a la lección de hoy le preguntaban dudas al profesor. —Allí no tendría que preocuparme por esos detalles. 

Y es que Venecia era algo más que su hogar para él. Era una de las pocas ubicaciones del mundo en el que Seyens y humanos podían convivir en una casi perfecta armonía; porque en las pocas ocasiones en las que una criatura maléfica se acercaba al lugar, esta era eliminada sin ningún tipo de contemplación. Una precaución tan necesaria como vital, cuando deseabas que un lugar del mundo se convirtiese en una base donde los seyens pudieran reunirse; sin temer que ninguno de sus enemigos les asaltase por sorpresa para terminar con ellos. Un santuario.

—Perché?* —La voz de Gerard a su lado prácticamente lo sobresaltó, haciéndolo lamentar el día en que se le ocurrió enseñarle el idioma a su mejor amigo. —Perdona, no pretendía asustarte, solo saber lo que pasó antes. —Víctor suspiró.

—No sé si quiero hablar de eso, Gerard —declaró tajante, provocando que su compañero arquease una ceja mirándolo —. No es un tema fácil.

—Tampoco lo era mi historia con Samuel y sin embargo te la conté —explicó en un susurro, situándose frente a él, casi impidiéndole avanzar. —Quiero decir, no es que pretenda reclamarte pero…

—Y sin embargo lo estás haciendo —lo interrumpió Víctor no muy contento, seguidamente se encogió de hombros. —De todos modos tienes parte de razón en que te lo debo. Es solo que hablar de mi madre más allá de lo excelente persona que era… Su muerte...—Otra vez vaciló, viendo que Gerard abría los ojos como platos, su rostro invadido por la culpabilidad y entrelazó una de sus manos con la suya. —No es sólo difícil, sino también desgarrador. No sé si lo lograré —admitió suspirando, más que desolado. Aquel era un tema que tanto él como su padre y hermana se negaban a abordar con nadie. Aunque ciertamente Giovanna lo llevaba algo mejor que él.

—Tu madre...—susurró Gerard con un tono más que cauteloso. —¿Tiene relación con tu miedo a la sangre? —Asintió. —Podrías intentarlo, me gustaría ayudarte. —Víctor sofocó una carcajada, ayudarle, sí claro, como si fuera tan sencillo.

—No puedes —declaró directamente. Su amigo bien podía ser la persona más bienintencionada e inteligente, que hubiera conocido jamás, seguía siendo un chico con los mismos conocimientos que él. —No tienes ninguna experiencia.

—Podría intentar adquirirla, documentarme —replicó Gerard, insistente, al parecer no deseaba rendirse. —Víctor, por favor, ¡confía en mí!

Confía en mí, aquel era un conjunto de palabras que nuestro protagonista nunca había escuchado hasta aquel momento. Aquella petición... Y es que no era sencillo hacer amigos cuando tenías que guardar un secreto ancestral que a cada año que pasaba te roía más por dentro. Nunca podría llegar a confiar en alguien lo suficiente como para desvelar la verdad sobre su familia y orígenes, sería ponerlo en peligro. Así que era mejor no intentarlo. Y a la vez... Él...

Deseaba cumplir el deseo no explícito de su padre, desde el momento en que este le confesó que si había dejado las luchas había sido por él y su hermana. Vivir una vida normal, hacer amigos, enamorarse incluso. Aunque aquello último le iba a costar.

—Está bien. —Cedió con un suspiro derrotado.—Te permitiré intentarlo, pero con una condición.

Y no pudo evitar recordar el brillo de los ojos de Samuel Larreina de aquel día, cuando lo vio desmayarse. Un brillo que escondía algo tan intrigante como revelador para él, un buen corazón escondido tras aquella máscara de frialdad que se había forjado desde que Gerard Friedman le rompió el corazón.

Tal vez pudiesen llegar a un acuerdo.
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*Perché: "Por qué" en italiano, me pareció gracioso el detalle de Víctor intentando enmascarar cosas tras su idioma natal y Gerard descubriéndolas sin querer. No puse las frases ya que me pareció algo no solo inapropiado, sino también peligroso ya que no recuerdo mucho de las clases de italiano que di en la facultad, y prefiero no arriesgarme a meter la pata. Ya me di suficientes licencias con la clase que me inventé, de todos modos.

También cambié el apellido de Samuel, ya que Baizen no solo es el apellido del personaje de Similares (historia de la que, en cierto modo, procede, aunque con un pasado bien distinto), sino también de Samantha, protagonista de "¿Me guardas un secreto?" Y me pareció que ya eran demasiadas personas con el mismo apellido. (Aparte, en esta historia él es adoptado así que tampoco sería extraño que tuviera un apellido diferente al original) Larreina es un apellido peculiar, perteneciente al personaje de mi ex mejor amiga de hace muchos años, cuando planeé esta historia originalmente, la cual iba a ser algo muy parecida a cazadores de sombras con adolescentes especiales, tecnología, magia y todo el tinglado: Arenne. También Giovanna (aunque la hermana de Víctor original era mucho más arpía redomada que esta) provenía de ella, y toda esa trama de licántropos fingiendo ser los buenos de la historia, en la que terminé envolviendo a Siméon. ( Solo que la engañada era la chica, la cual también era Seyen. Había muchos Seyens por aquel entonces). Ahora veo las cosas de diferente perspectiva, pero no por ello creo que deba renunciar a lo que en su momento fueron buenas ideas planeadas entre dos mentes igual de imaginativas. Os dejo una foto de él:

Nos leemos ^_^

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