martes, 17 de septiembre de 2019

Recuerdos de Stern 3.4. Amor (Aviso de altos Spoilers sobre Stern)

Realmente tengo la vena artística con este blog últimamente, de hecho, creo que si me esforzara hasta lograría seguir. Pero temo hacer una tontería que me estropee la historia que estoy tejiendo por encariñarme demasiado con los personajes, así que mejor me lo tomo con calma. Este va a ser el último relato que publique del pasado de Víctor hasta dentro de mucho tiempo ya que lo que falta, aquellas historias que reunieron el grupo hace tiempo, implican datos que solo el padre de nuestro protagonista conoce (además de varios de los villanos de Stern). Y desvelarlos antes de tiempo anularía el misterio de esta así que "Sorry, not Sorry", pero no :P. Os dejo leer ya :D

Aviso importante: Este relato contiene altos spoilers sobre Stern y lo que es Semil en la historia principal, entre otros datos vitales de esta, así que leedlo con precaución.

Pequeño recordatorio de edades.

Edad de Raymond: 15 años (Signo zodiacal: tauro)

Edad de Víctor: 16 años (Signo zodiacal: libra. Cumple a finales de septiembre.)

Edad de Giovanna: 19 años (Signo zodiacal: aries)

Edad de Samuel: 17 años (Signo zodiacal: acuario)

Edad de Siméon: 14 años (Signo zodiacal: géminis)

Relato 4: Amor

Si había alguien que conociera a la perfección el significado de la palabra distracción ese era Raymond Legendre.

Aquello era como un secreto especial compartido tanto por él como por su prima Catrina. Ambos tenían un don especial para hacer a la gente desconectar de sus problemas, Catrina con su música y él... Le bastaba con ser el mismo. Un chico alegre, bromista y desenvuelto, cuyo principal y único objetivo en la vida era disfrutarla. También era bastante inocente en aquella época y tardaría bastante tiempo en dejar de serlo. En advertir la profunda oscuridad que rodearía su mundo dentro de unos cuantos años y todo por abrir su corazón a las personas inadecuadas, sus amigos, en especial Siméon Leinnisteir y Víctor Roswell.

Aunque por aquel entonces nuestro futuro protagonista ignoraba que sus caminos se cruzarían siquiera, menos lo que significaría aquel cruce. Estaba concentrado en otros menesteres, en concreto un solo problema que, a pesar del tiempo, no dejaba de ocupar su mente: amor.

Víctor no había vuelto a hablar con Samuel desde aquella tarde en la que él y Catrina debatieron sobre el tema. No porque no quisiese sino porque, simplemente, no sabía qué decirle, cómo convencerlo de volver a hablar con él o Gerard. Dejar de evitarlos o ignorarlos, como llevaba haciendo el chico pelirrojo desde su último encuentro. No es que le molestase, en cierto modo, simplemente le hubiese gustado conocerlo en otras circunstancias.

Le hubiese gustado conocerlo sin la brecha que Gerard Friedman había creado entre ellos. Tal vez entonces pudiese entablar amistad con él, ayudarle, en cierto modo, al fin y al cabo Samuel no era como ellos.

Siempre estaba solo en el Gymnassium, incapacitado para las relaciones sociales ya desde muy joven por su extrema timidez, la cual tenía un motivo bastante obvio y crudo. Y es que él, al igual que Gerard, nunca se había sentido integrado.

Pero, ¿acaso podías estarlo cuando las primeras personas a las que aprendes a amar, tus padres, te son arrebatados antes de que alcances la edad necesaria para comprender el por qué? Cuando eres un niño términos como dinero, propiedades, o, incluso, secretos no existen, tampoco tienen influencia sobre tu vida. O al menos no deberían hacerlo de forma tan cruda como lo hicieron en la historia de Samuel Larreina. Y eso que, por aquel entonces, ni él, y menos Víctor, sospechaban todavía que sus historias estaban más entrelazadas de lo que parecía a simple vista.

Era precisamente aquel dolor e incomprensión que lo rodeaba lo que hacía que nuestro protagonista lamentara no haberlo conocido antes. Samuel estaba tan poco habituado a abrir su corazón que nada más este romperse le fue casi imposible remontar. No importaba lo que hicieran Catrina o sus padres adoptivos para consolarlo, y eso que (al contrario de ella) aquellos últimos nunca supieron realmente quién le había roto el corazón a su protegido. Víctor, en cambio sí, y eso era precisamente lo más doloroso de todo.

Conocía el problema y, tal vez, la posible solución. Otra cosa era hacérselo entender a Gerard, explicarle que Samuel era demasiado frágil como para, simplemente, olvidarlo y remontar. Nunca logró hacerlo del todo, de hecho. Iba a ser rol de la vida demostrarle a su mejor amigo que el amor de su vida era una persona muy diferente a los demás. Que sus emociones eran algo más intensas de lo normal desde su mismo nacimiento y su amor más profundo, aunque no necesariamente único. Al igual que el de Víctor Roswell.

Y es que, a pesar de todas sus reticencias y temores, nuestro protagonista no tardó mucho tiempo en ser tocado por la flecha del amor.




Víctor recordaba a la perfección aquella noche en que su padre se reunió con él y su hermana buscando hacerles hablar, reconciliarse, en cierto modo. Pues, desde su ruptura con Dianne no habían vuelto a hacerlo de forma civilizada. Tampoco le importaba mucho. Sabía que eran hermanos y compartían problemas similares, pero no por ello tenían que llevarse bien, ¿o sí? Víctor no lo creía, Giovanna tampoco, pero, por algún motivo, su padre sí.

Por algún motivo Eivan Roswell siempre encontraba ocasiones de encararlos a ambos, instándolos a razonar y confesar los problemas que les impedían entenderse. De pequeños era sencillo, pues, se basaban en cosas frágiles como el que uno cogiese algún juguete sin el permiso del otro, o lo rompiese, ya fuese queriendo o no. Pero de mayores era diferente.

Víctor no estaba seguro de querer comprender por qué Giovanna lo trataba tan mal desde que alcanzó la mayoría de edad, incluso antes. Cuando comenzó a no solo salir con Dianne, sino también traer a Gerard a casa y la muchacha advirtió, a su modo, que la complicidad que su hermano tenía con su mejor amigo era algo que ella no conseguiría jamás, ni siquiera con la persona por la cual Giovanna no vacilaba en hacerle frente a su padre constantemente: Semil Leinnisteir.

Y es que, a fin de cuentas, Dianne tenía razón, Giovanna estaba celosa, pero no de ella, sino de él, de que este tuviera una persona con la que poder hablar de todos sus problemas, excepto, quizás, el más importante: su naturaleza no humana. E incluso ese había dejado de importarle nada más Gerard convertirse en la única persona, ajena a la familia, con la cual habló de la muerte de su madre y las heridas no físicas que esta le causó.

Eran esos detalles los que causaban aversión en su hermana: la envidia que le tenía añadida al hecho de que, por más que lo intentase, no lograba convencer ni a Semil, ni a los padres de este, de los beneficios que podría traer la estancia del muchacho en Stern. Todo ello contribuía a crear una espiral de dolor y frustración que cegaba a Giovanna de tal forma que no podía evitar ser desagradable con las personas de su entorno.

Sin embargo, aun con todo ello, Giovanna no era precisamente una mala persona, a veces tenía detalles buenos, como aquella noche cuando, ante el empeño y preocupación de su padre, que lo último que quería era que sus raíces no humanas destruyesen su vida, les propuso salir una noche juntos como si fuesen una familia normal. Algo que Víctor agradeció, pues nada más verla salir al escenario todos sus problemas y preocupaciones se desvanecieron de su mente:

Vanessa Schneider era algo especial para él, una luz encarnada en una joven princesa de largos y deslumbrantes cabellos rubios y ojos azules profundos. Una joven tan hermosa como sobrecogedora que se metió en su cabeza de una forma tan cruda que Víctor era incapaz de olvidarla, no importaba cuantas veces lo intentara. Así que simplemente dejó de hacerlo.

Fue a causa de ella que la historia de nuestro protagonista se vería cruzada con la de Raymond Legendre, un joven adolescente que, al igual que él, nunca tuvo una vida fácil. Aunque por motivos bien diferentes a los de nuestro protagonista.

La madre de Raymond, Denisse, era una muchacha libertina que tuvo la desgracia de quedar embarazada a los dieciséis años, razón por la cual sus padres la echaron de casa, obligándola a refugiarse en el hogar de su hermana y su marido. Lo cual era la razón de que él y su prima Catrina siempre fueron cercanos. Prácticamente se criaron juntos, sin separarse en ningún momento, excepto cuando él comenzó a acudir al Gymnassium, lugar en donde conoció a Siméon Leinnisteir, quedándose encantado por su impredecible carácter y su asombrosa imaginación. La cual era la puerta a muchas travesuras, bromas y trucos que hicieron los niños juntos, sacándoles muchas risas a sus compañeros. Y uno de los detalles por los cuales le costaría mucho separarse de Siméon en el futuro. Olvidar aquellos tiempos en los que su única preocupación era divertirse y jugar como el niño que era entonces, era imposible para él. 

Peor todavía lo fue cuando ambos comenzaron a crecer lo suficiente como para advertir detalles tan complejos como el amor o el deseo. Siméon no alcanzaba a cumplir los catorce años cuando comenzó a advertir que la novia de su hermano le atraía de una forma para nada apropiada para un chico de su edad. Lo cual si bien nunca fue un conflicto entre ambos, ya que Giovanna tardó lo suyo en corresponderle y para entonces su hermano ya había partido a Berlín, le provocaba un fuerte sentimiento de culpabilidad que lo obligaba a restringir sus encuentros con él. Y así no hacer ninguna tontería que lo enemistase con la persona que más le importaba en la vida, por aquel entonces: su hermano mayor. 

Raymond, por su parte, parecía tenerlo más sencillo, al fin y al cabo, aunque era tan capaz como su amigo de apreciar la belleza tan fascinante como misteriosa que ocultaban las mujeres, tanto de su edad como un poco más adultas, no se hallaba atormentado por ninguna de ellas. Tampoco estaba seguro de querer hacerlo, no desde que su prima y Samuel Larreina habían pasado de compartir tardes y confidencias juntos a discutir cada vez más fuerte por un motivo que él no comprendía: amor. 


—Tienes que olvidarlo, Samuel. —La voz de Catrina era segura y firme, pero también alta, o al menos a eso le pareció al joven que se hallaba en su habitación, intentando decidir de qué color vestir aquella noche, qué traje combinaría mejor con aquella máscara con plumas de pavo real que iba a llevar en el baile de máscaras que organizaban los padres de Siméon por su cumpleaños. Probablemente el azul oscuro, pues el verde no solo era demasiado llamativo para su propio gusto, sino que al unirlo con sus ojos le hacía pensar en uno de esos pinos que adornaba su madre para festejar la navidad, aquella época en la que la mujer llegó embarazada a su actual casa cambiando su vida para mejor, excepto por un solo detalle: nunca llegó a casarse con nadie. Tampoco es que lo necesitase, Richard Legendre no era el padre de Raymond, únicamente el esposo de su tía. Pero dado que el primero nunca se presentó en su casa, para conocerlo, siquiera, no le importaba mucho.

Además, tampoco es que al padre de Catrina se le diese mal educarlos, ¿o sí?

—¡¿Y te crees que no lo intento, Catrina?! —El tono irritado de Samuel no dejaba lugar a dudas. Sí, definitivamente, se estaban gritando otra vez. —¿Que no hago lo posible por eliminar el dolor de mi corazón? No importa lo que haga, no funciona. Así que no veo por qué el salir contigo me hará ver las cosas de forma diferente a las que las veo ahora mismo. —Raymond suspiró, intentando ignorarlos y vestirse. Si había algo que odiaba de la ocupación de su padre eran sus horarios que le hacían estar cada vez menos tiempo en casa, lo cual le imposibilitaba ver aquellas cosas que destruían su vida.

Samuel no era una mala persona, al contrario, el joven Legendre nunca había conocido a una persona tan bondadosa y sensible como era el actual mejor amigo de su prima. Sin embargo, su temperamento era otra historia.

—Tampoco pretendo que lo hagas ahora mismo. —Le aclaró ella bajando el tono un poco. —Solo ofrecerte una alternativa, un remedio a tu dolor mientras no surja la chispa adecuada para sanarlo ¡Somos amigos, confidentes e inseparables! ¿Qué problema hay en intentar algo más?

—¡¿Qué problema hay en no hacerlo?! —Replicó él, directo. —¿O es que acaso crees que soy tan despreciable como para tomar como pareja a una persona por la cual no siento nada y utilizarla en mi propio beneficio? —Hizo una mueca nada más escuchar esa frase, Samuel no entendía nada, definitivamente, o quizás lo hacía demasiado bien. —Catrina, eres mi mejor amiga, la persona a la que más aprecio en estos momentos. No puedo hacerte eso y lo sabes.

—No me estarías haciendo nada Samuel —Volvió a explicar ella, intentando un acercamiento. —¡Yo sería feliz contigo! —Pero la respuesta de él no dejaba lugar a dudas.

—Yo no, Catrina. Lo siento. —Firme, seguro, tajante, pero crudo y certero. Así era el joven Larreina con diecisiete años, tan hermoso como dañino, o al menos es la impresión que le dio aquel día al lograr que su prima llorase por primera vez. Tampoco es que él se esperase algo diferente, de lo poco que conocía a Samuel le había quedado claro algo, ese chico no estaba bien. Se pasaba el tiempo escuchando a su prima tocar, anhelando que el mundo a su alrededor se desvaneciese porque, debido a un sentimiento que Raymond esperaba no conocer jamás, no era capaz de soportarlo.

Y, sin embargo, aquel día, al ver a su prima huir hacia su habitación a lidiar con el dolor de un amor no correspondido, ignorando las súplicas de el objetivo de este, que era obvio que lo que menos deseaba era perder a su única amiga; decidió intentar comprenderlo.

—¡Catrina, espera! Yo no pretendía… —Samuel parecía más que dispuesto a seguir a la chica, cuando él posó una mano sobre su hombro.

—Déjala estar un rato tranquila, Samuel —Dijo simplemente, intentando mostrarse sereno. —Creo que lo necesita. —Él suspiró, derrotado, pero le hizo caso.

—Lo sé. Es solo que no me gustaría perderla —admitió —Es la única persona que me entiende en este mundo. —Raymond abrió la boca y se olvidó de cerrarla tras esa revelación, ¿acaso sus padres no sabían lo que era un corazón roto? Su madre lo hacía.

—Tus padres no… —Preguntó simplemente, interrumpiendo su frase cuando el chico negó con una sonrisa triste. Debió imaginarlo, al fin y al cabo ningún chico pasaría más tiempo en la casa de una amiga, que en la suya propia, si su familia no fuese incomprensible para él.

—Los Larreina son unas personas maravillosas —dijo Samuel con una sonrisa. —Muy pocas parejas hacen el sacrificio de acoger a un niño tan traumatizado, como lo estaba yo tras perder a mis padres, y criarlo como si fuera su propio hijo. Lo cual es la razón por la cual siempre les estaré agradecido. Pero me temo que se necesita mucho más que fortaleza y cariño para entender lo que yo siento: comprensión, aceptación —Soltó una leve carcajada al ver la expresión tan confusa como solícita de él. —Tranquilo, tampoco espero que lo hagas tú —añadió. —Bonita máscara, Raymond.

Raymond suspiró, frustrado, al ver la rapidez con la que el mejor amigo de Catrina cambiaba de tema con tal de no hablar. Pero como tampoco estaba seguro de qué decirle para convencerlo de ello decidió dejarlo estar y seguirle el juego. Él no era como Catrina, de todos modos y fingir serlo no le parecía correcto, por más que quisiese ayudar a Samuel.

—Gracias, es para una fiesta de cumpleaños de un amigo a la cual me invitaron. —explicó con una de aquellas inocentes sonrisas que siempre le surgían al pensar en su compañero de juegos. —¿Te gustaría venir? Puedo colarte muy fácilmente. —Invitó al momento, a Simeón no le importaría, estaba seguro de ello. Tampoco sus padres encontrarían muchos problemas a una persona tan bondadosa y educada, como era Samuel, y menos su hermano —¿Por qué no? —Preguntó al ver a su interlocutor negar con la cabeza. —Las fiestas son la mejor distracción que conozco.

—Muy cierto —admitió Samuel con una risa nostálgica, hacía tiempo que no asistía a fiestas, concretamente desde que Gerard decidió romperle el corazón en una. —En todo caso ni conozco a tu amigo, ni tengo regalo y menos soy la mejor compañía en estos momentos, así que… —Soltó un suspiro hastiado, al escucharle negarse otra vez y decidió sacar a relucir todo el mal carácter que había guardado tras el tiempo que llevaba escuchándolos discutir día sí y día también, sin decir una mísera palabra. Estaba cansado de actuar como su madre y tía que preferían hacer de cuenta que no existían, solo porque no era correcto inmiscuirse en temas ajenos a ellos mismos. No funcionaba.

—¿Acaso tienes algo mejor que hacer ahora mismo, Samuel? —Preguntó tan serio que hasta resultaba intimidante. —Porque según lo que me dijiste acudir a tus padres está más que vetado, dado que no te entienden. —El chico asintió, un poco asustado por su tono. —Tampoco creo que Catrina regrese pronto de su habitación con una disculpa, necesita calmarse antes y no creo que lo haga sabiendo que tú estás aquí esperándola. —Otro asentimiento, estaba cediendo. —Así que, ¿por qué no intentas olvidarla un momento y pruebas a divertirte a mi modo? Siméon es una persona maravillosa, ya lo verás. Te agradará. —Y sonrió de una forma tan sincera como bienintencionada que Samuel no pudo evitar ceder ante sus intenciones. Definitivamente los jóvenes Legendre eran unas personas maravillosas, no importaba que Raymond no lo entendiese, siempre buscaba ayudarlo.



Aquella era precisamente la razón por la cual Víctor Roswell se acopló a aquel baile de máscaras, organizado con motivo de celebrar el cumpleaños del hermano pequeño de Semil, ayudar a su hermana, aportando su toque personal a la tregua que tenían desde aquella función de teatro donde vio a Vanessa por primera vez. De no ser hija de un seyen y una humana Giovanna Roswell nunca, jamás, hubiera tomado la decisión de cortar con Semil aquella noche. Pero hace tiempo que había dejado de ver correcto obligar a la persona que creía amar, por aquel entonces, a elegir entre su futuro y ella.

Los padres de Semil tenían la ilusión de que si su hijo mayor partía a la capital se enderezaría, buscando un trabajo de provecho, y como tal dejaría de meterse en problemas. No advertían que aquel era un andar habitual en Semil, que no tardaría mucho en hacerle caer en la delincuencia y posterior licántropía desde muy joven. Tampoco lo hizo Giovanna por aquel entonces, su padre sí, en cierto modo. Aunque nunca pensó que tendría que enfrentarlo en el futuro, menos el trágico resultado de su batalla. Solo quería proteger a sus hijos de todos los males sobrenaturales del mundo en que vivía, independientemente del costo para él.

Era ese firme deseo de protegerlos el que hacía que sus reglas se volvieran cada vez más inflexibles y duras según el paso del tiempo, algo que Giovanna y Víctor nunca terminaron de comprender del todo, pero aun así aceptaban. Al fin y al cabo, ambos eran lo suficientemente maduros y conscientes de la realidad de su entorno para comprender que, a menos que mostraran las competencias propias de una transformación, eran tan vulnerables al ataque de un monstruo como cualquier humano común. No les convenía arriesgarse.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo hoy? —Le preguntó Víctor a su hermana mientras revisaba su traje oscuro de aquel entonces, decir que se sentía culpable era quedarse corto. —Conseguirás que te odie. —Giovanna soltó una carcajada sarcástica, no importaba cuando lo hiciera, iba a odiarla de todos modos, así que era mejor hacerlo antes de que a Semil se le ocurriese alguna locura como sugerirle fugarse, o intentar secuestrarla. Lo veía bien capaz.

—Hablas como si fueses un experto en la materia, hermano. —Juzgó con altivez, sacándole una mueca tan curiosa como reveladora para ella. —¡Oh, vaya!

—¡No he sido yo! —Protestó rápidamente Víctor, intentando escapar de su hermana y su recién desvelado interés por él y sus secretos. Aunque dado que Semil no vivía precisamente cerca de su hogar le sería bastante difícil conseguirlo, sobre todo dado que esta vez su padre no les acompañaba al evento. Era lo mejor. 

—Entonces ha sido Gerard. —Adivinó Giovanna, entrando en el carruaje con elegancia. Víctor la miró realmente sorprendido, ¿cómo era posible que lo supiese tan pronto? —Porque dudo que Dave Von Andechs sepa siquiera el significado de la palabra amor. —Terció ella con una carcajada burlona que no pudo evitar contrariarle.

—Giovanna, ¿podrías no burlarte de mis amigos? —le pidió, directo. —Yo no lo hago con los tuyos.

—Sabes que no puedo evitarlo, Víctor. —Explicó ella con una pequeña sonrisa. —Ambos me parecen bastante patéticos, ya lo sabes. —Víctor soltó un suspiro de frustración y decidió dejarlo estar, ahora mismo no le apetecía discutir con ella. Necesitaba desconectar, no todo lo contrario.


Y sin embargo Giovanna se equivocaba, Dave conocía a la perfección el significado de la palabra amor, era precisamente la razón por la cual nunca asistía a las fiestas de Semil, lo cual no ayudaba a que nuestro protagonista se sintiese a gusto en aquella celebración, hasta que la volvió a ver:

Vanessa.

La joven actriz portaba un vestido blanco tan largo y brillante que por un momento casi le pareció un ángel salido del cielo, tampoco parecía tener problemas con el baile. Aunque por algún motivo que desconocía no había cruzado una sola palabra con ninguna de sus temporales parejas. Se limitaba a asentir, pestañear y dejarse llevar en una actitud tan tímida como sumisa. Justo lo que él la observaba hacer cuando el homenajeado de la fiesta lo interpeló.

—¿Te interesa la hija de los Schneider? —Adivinó el joven Siméon Leinnisteir, un muchacho de pelo rubio tan indómito como era él mismo, por aquel entonces, y eso que era liso. —Un gusto bastante peligroso si quieres mi opinión. Aunque no por ello inusual. —Víctor desvió la mirada de la joven nada más escuchar la palabra peligroso, aquello era como un actuar automático para él desde que vivía en Stern. Sin embargo, por aquel entonces, Siméon ignoraba la razón de este, tardaría mucho tiempo en saberlo y tomar una decisión apresurada sobre ello, la cual le marcaría para siempre.

—¿Peligroso? —Articuló, algo acobardado, haciendo que el chico se riera asintiendo, aquello era un detalle curioso. —¿Por qué? —Y volvió a delinear a Vanessa intentando percibir lo que fuera que había visto 
Siméon en ella y él no, más no lo consiguió hasta que este volvió a hablar. 

—Está comprometida con uno de los muchachos más ricos de la ciudad. —Le explicó con una sonrisa compasiva, definitivamente su mundo era más complicado de lo que parecía a simple vista: su hermano tenía un problema grave con su novia, el cual él no estaba seguro de querer arreglar ya que el hacerlo le haría perder las pocas oportunidades que podría tener con la chica. Raymond Legendre, su compañero de juegos, tenía que lidiar con la constante lucha entre su prima y su mejor amigo, del cual ésta estaba enamorada, sobre cuál era el mejor camino para este último. Y Vanessa estaba obligada a querer a una persona que apenas conocía bien sólo porque sus padres eran asombrosamente pobres.

»—No se van a casar hasta cumplir los dieciocho, pero aún así resulta desgarrador. —Le confesó con una expresión desolada. —Me gustaría ayudarla, pero no sé cómo, así que me limito a invitarla a todos mis eventos, esperando animarla un poco. Tal vez tu puedas lograr algo más. —Víctor negó con la cabeza de forma automática.

—No creo que deba inmiscuirme en la vida de una mujer comprometida. —explicó, sacándole un suspiro bastante rabioso, él, al igual que Raymond, no apreciaba que la gente no se divirtiera en los eventos a los cuales los invitaba. Y ni Vanessa, ni Víctor lo hacían.

—Mira Víctor, no nos conocemos pero que sepas que no suelo rendirme a la hora de ayudar a la gente que aprecio. —le aclaró tan serio que le sorprendió, definitivamente Siméon era una persona curiosa. —Vanessa se merece ser feliz el tiempo que le quede, ¿no crees? —asintió rápidamente, no conocía a la joven pero su situación le afligía demasiado. —Entonces permíteme presentártela y luego veremos si vale la pena arriesgarse por ella o no. —Víctor decidió ceder más que encantado con aquellos arranques de bondad que presentaba Siméon con catorce años. Antes de que la vida les obligase a madurar lo suficiente como para tomar conciencia de las consecuencias de sus actos, aunque Siméon nunca logró hacerlo del todo.

No le gustaba el mundo de los adultos, intuía que le obligaría a tomar decisiones demasiado crudas, como la que tomaron su hermano y su novia aquella noche. Dejar su relación..., cortar entre ellos por culpa de las normas de sus progenitores era horrible.

Aquella fue una de las mejores decisiones que tomaría el joven Roswell en su vida. Vanessa no era una mujer fácil de conocer, era tan tímida como Samuel o más, pero una vez que lo hizo no logró despegarse de ella. Como tampoco lograría despegarse de Simeón poco después. Ambos eran objetivos del afecto del chico, aunque por razones bien diferentes. 

Unas razones que le marcarían para siempre, al igual que a Raymond poco después, cuando Siméon logró que Samuel sonriera por primera vez desde que lo conocía. Quedándose tan encantado como lo estaba él con el menor de los Leinnisteir y sus ideas, las cuales contribuyeron a que se olvidase de su adolorido corazón y disfrutase de la vida, tal y como pretendía Raymond que hiciera al invitarle a aquel evento. Algo que siempre le agradecería ya que Simeón cambiaría su vida para mejor, al igual que Víctor poco después.

Y eso que por aquel entonces ambos ignoraban que sus vidas estaban entrelazadas por algo mucho más fuerte que sus sentimientos propios, un destino inexorable...

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