domingo, 21 de julio de 2019

Seyens: Stern| Capítulo 11 (Actualizado el 07 del 08 del 2019)

11

Tiempo después, Víctor se hallaba en el sótano observando su arma ¿Debería llevársela ahora o le daría tiempo a buscarla después? Y, ¿en el caso de llevársela, cómo la ocultaría? Era imposible pasearse con un arma sin levantar sospechas y era muy difícil engañar a todo el que osase mirarlo con ilusiones. Haría falta, o vigilar siempre a ver quien está mirando para usar la ilusión, o crear una ilusión general, que engañase a todos los presentes en el lugar al mismo tiempo. Y eso era imposible. 

¿Entonces qué debía hacer? En el armario no había nada aparte de las armas y Víctor nunca había poseído fundas o nada por el estilo.

Pero. ¿Y su padre? ¿Habría guardado alguna de las fundas que seguramente usó cuando aún salvaba a los humanos?, ¿o, acaso, habría tirado todo después de abandonar las batallas, cuando Víctor cumplió los cuatro años? Él no lo sabía, pero pensaba averiguarlo.

Registró otra vez el armario a conciencia, tenía la sensación de que se le estaba pasando algo por alto. Aparte del hueco donde estaban las armas también había, dentro del armario, debajo de todo, dos cajones en donde normalmente habría zapatos. Al menos eso era lo que había en el armario de la habitación de Víctor. Víctor abrió el cajón más cercano al suelo y comprobó, con decepción, que no había nada. Iba a abandonar e irse a buscar a Layla cuando, justo después de abrir el cajón que estaba justo encima, vio una hoja de papel moverse y caer en el fondo; justo encima de una… ¿Medalla? Sí, era eso.

Extrañado, Víctor levantó el papel y observó el objeto. Era una medalla de oro con un signo plateado que Víctor reconoció enseguida. Era el emblema del grupo de seyens en el que había estado su padre, cuando luchaba. Pero su padre nunca le había dicho que conservara recuerdos del grupo y menos que se concedieran medallas entre los Seyens. Que extraño...

Víctor recorrió el emblema con los dedos. Era como un símbolo del infinito pero hecho con líneas entrecruzadas haciendo más formas, de entre ellas un rombo en el centro y otro símbolo del infinito de tal modo que al final eran dos símbolos del infinito, entrecruzados y bordeados de plata. A Víctor le pareció un símbolo muy elaborado para una cosa tan simple como el infinito, pero entonces, justo antes de retirar los dedos una imagen vino a él. Su padre escribiendo su nombre en la hoja. Víctor la cogió al momento y la leyó. Parecía un mensaje para él:

Víctor, si estás leyendo esto es que lo peor ha pasado. Te has convertido y yo he pasado a mejor vida. Siento mucho no estar contigo, hijo mío, pero intentaré ayudarte con este mensaje. Si no me equivoco ya has encontrado las armas y el lugar de entrenamiento, bien. Ahora mira en las puertas que hay debajo de la mesa de mi escritorio. Si abres la puerta de la derecha encontrarás una mochila con fundas de armas que puedes atar a tu cintura y eligiendo una de color idéntico al de tu pantalón esta pasará desapercibida. En la otra puerta hay chaquetas de trajes adaptadas para ocultar armas pequeñas. Con eso ya tienes lo necesario para pasar desapercibido en tus salidas nocturnas. Respecto a los poderes la única clave que puedo darte es la absoluta concentración. Mira atentamente a los ojos de tu sujeto, atrápalo con la mirada y al adentrarte en su mente busca solo lo que desees. No te distraigas con otros recuerdos, ni pierdas la concentración. No puedo decirte más, únicamente recordarte las claves que llevo años enseñándote: discreción, prudencia, astucia y carisma. Y recuerda un seyen solo tiene dos obligaciones: salvar a los humanos y sobrevivir. Pase lo que pase recuerda siempre lo que te he enseñado, mis lecciones pueden serte muy útiles.

Te quiere, tu padre, Eivan.

Víctor retuvo una lágrima que amenazaba con escaparse y se puso manos a la obra. Encontró las fundas en donde estaba indicado y se puso una gris platino, color idéntico al del pantalón que llevaba puesto. Luego miró en la puerta de la izquierda y sacó las chaquetas que más le gustaban y luego de sacar de algunos cuchillos pequeños (muy útiles para defenderse en un momento de apuro) y comprobar que le iban decidió dárselas a Mary, para que las lavase ya que llevaban años allí abandonadas.

En cuanto estuvo listo volvió a guardar las cosas en su sitio, excepto las chaquetas escogidas que dejó en un cesto de ropa sucia al subir. Le pidió a Mary que mandara preparar un carruaje y cuando este estuvo listo partió hacia la casa de Layla.


Mientras tanto, Layla se encontraba en su habitación mirándose en un espejo largo y rectangular. Llevaba puesto un vestido largo y holgado azul grisáceo de media manga y decorado con franjas de tela doradas y tableadas, que se disponían en los bordes del escote amplio y rectangular y de las mangas y por todo el cuerpo del vestido de tal manera que había una línea azul grisácea, luego una dorada, luego otra azul grisácea y así sucesivamente. Pero lo más llamativo del vestido era un lazo azul oscuro encima del borde del escote en el lado izquierdo. Su pelo largo, habitualmente suelto, se hallaba ahora atado en un moño y sus labios rosados claros estaban oscurecidos por un pintalabios de unos tonos más oscuros.


Se encontraba nerviosa, era la primera vez que salía con Víctor de manera oficial y no paraba de revisar su ropa y en cuanto veía defectos se cambiaba. Nunca estaba satisfecha y por más hermosa que se viera siempre pensaba que Víctor vería algo malo y cambiara de idea. No era algo muy inverosímil considerando que Víctor la conocía y sabía de sus sentimientos desde hace años y no se había fijado en ella hasta hace poco.

Alguien llamó a la puerta sacando a Layla de su trance ¿Habrá llegado ya Víctor? ¿Qué opinaría de ella?

—Señorita Layla, el señor Roswell ha venido a buscarla ¿Está usted lista? —informó la criada desde detrás de la puerta. Layla respiró hondo, había llegado el momento. Se acercó a la puerta y la abrió para luego anunciar decidida.

—Estoy lista. —La criada la admiró durante un instante y dijo:

—Está usted preciosa.

—¿Lo dices en serio? ¿Crees que impresionaré a Víctor? —Preguntó Layla, dudosa.

—No cabe duda de que usted ocupara un lugar importante en su corazón después de esta noche. —afirmó la sirvienta con sinceridad. Layla sonrió y dejó que la criada la guiara hasta el salón, lugar en donde la estaba esperando Víctor en silencio y bajo la mirada atenta de los padres de ella.

En cuanto ella penetró en la estancia él levantó la mirada, sonrió y sus ojos negros y profundos se encontraron con los de ella que le devolvió la sonrisa de inmediato, como un acto reflejo, mientras sentía como su mirada la embaucaba como nunca había hecho antes. Pero ¿Qué decir? Estaba perdidamente enamorada de él.

—Layla estás preciosa —dijo él y se acercó a ella. Layla se obligó a dejar de mirar a sus ojos y centrar la atención en el traje compuesto de chaqueta y pantalón; además de la camisa blanca de manga larga, cuello alto y con una pajarita, de color platino brillante y al momento se arrepintió de haberlo hecho. El traje aunque espléndido le traía recuerdos de la última vez que Víctor había lucido ese color. Era en la boda de Nicolas y… No, ahora no era momento de pensar en ella.

—Vámonos, se está haciendo tarde —la instó Víctor. Él la cogió de la mano y se fueron del lugar, no sin antes despedirse educadamente de los padres de Layla. Una carroza les esperaba fuera; penetraron en ella y esta partió rumbo a la ópera.

—¿Te has enterado de lo del padre de Emil? —Pregunto Layla, para dar un tema de conversación. Víctor asintió y dijo:

—Gerard me lo comentó esta mañana. Ha sido horrible.

—Y como siempre... —empezó ella.

—No saben quién ha sido el asesino —completó él.

—Eso es lo peor de todo. Cada noche muere más gente sin que se sepa quien los mata y por qué —opinó Layla, triste y aterrada a la vez.

—Tienes razón. Ojalá esto se solucione pronto. —Soltó Víctor simplemente y volvió la vista a la ventana, de nuevo. No le gustaba hablar de esos temas, le hacían pensar en lo que era, en lo que se estaba convirtiendo y lo que ello suponía. Y francamente, eso era lo que menos quería hacer. Había llevado el arma, por si se daba el caso de necesitarla. Pero, en verdad, esperaba que no ocurriera nada.

En esto llegaron a la ópera y salieron de la carroza, que les dejó justo delante de la entrada principal de la ópera de Stern, permitiéndoles ver como la puerta, de madera, se hallaba casi rodeada por un arco de medio punto, sostenido por dos columnas de fuste liso y esbelto y capitel decorado con hojas de acantio. Layla recordaba los nombres de esos elementos de la columna de las clases de arte, que había recibido cuando era más joven.

Víctor y Layla no eran los únicos recién llegados. Había mucha gente que acababa de llegar al mismo tiempo y ahora se dirigía hacia el interior de la ópera. Se mezclaron entre la multitud, entrando ellos también en el interior de la ópera.


Varias horas después:

—¿Qué te ha parecido? —Preguntó Víctor a Layla. La obra acababa de terminar y ellos habían salido afuera y se hallaban charlando detrás del edificio. Ninguno de ellos quería irse todavía.

—Es una obra muy bonita —reconoció ella.

La obra trataba de una historia trágica y romántica, en tres actos. Todo comenzaba cuando Isolda se hallaba en el barco que la iba a llevar al castillo del rey Marke para casarse con él, barco que pertenecía a Tristan. Isolda le contaba su sirvienta, Bragania, como tras la muerte de Morold, llevaron ante ella a un hombre llamado Tantris que encontraron mortalmente herido y ella lo curó. Entonces descubrió que Tantris era en realidad Tristán, el asesino de Morold, e intentó matarlo mientras estaba indefenso. En ese momento Tristán miró directamente a los ojos de Isolda y esa mirada tan intensa la detuvo. Furiosa, Isolda revela la existencia de una poción que lo redimirá de sus fechorías, un veneno mortal.

Tristan e Isolda se reúnen en la habitación de esta y allí, luego de que ella le explique la situación, Tristan acepta tomar la poción aún sabiendo que ésta lo mataría. Finalmente ella también toma la poción y creyendo que iban a morir los dos se declaran su mutuo amor, mientras el barco atracaba en el puerto. Bragania descubre que la poción era en realidad un filtro de amor que no hizo más que reforzar la mutua pasión que se profesaban.

En el siguiente acto, Tristan e Isolda se hallaban en el castillo del rey Marke disfrutando, en una noche en la que el rey estaba ausente de su mutuo amor, como llevaban haciendo todas las noches que podían desde su llegada al castillo del rey. Bragania les avisa en múltiples ocasiones de que la noche se está acabando, pero ellos no hacen caso. Finalmente ocurre lo esperado, el rey llega junto con un caballero, Melot, a la habitación y encuentra a Tristan e Isolda uno en brazos del otro.
Melot y Tristán luchan y Tristán es herido de muerte por Melot.

Al final, en el último acto, Tristan es llevado a su castillo en Gran Bretaña y este se mantiene despierto hasta la llegada de Isolda, para morir justo después. Ella al verlo muerto muere de pena.

—No esperaba que te gustase. El desenlace es bastante trágico —dijo Víctor.

—Sí, pero es una bonita historia. Además, murieron juntos, por lo que de algún modo consiguieron juntarse, pero en otra vida —opinó Layla.

Ella enseguida notó como Víctor dejaba de prestar atención en las últimas palabras. Parecía distraído, como si estuviera pensando en otra cosa. Entonces ella deseosa de llamar su atención dijo:

—Gracias por haberme hecho pasar una noche tan bonita.

—¿Hacerte pasar? ¿Es que acaso ya se ha acabado? — Preguntó él, con una sonrisa tentadora, y se acercó a ella.

—Bueno yo... —empezó ella, nerviosa por lo tanto que la tentaba su mirada. Pero se vio interrumpida por los labios de él depositados sobre los suyos en un beso corto, dulce y tan insinuante que cuando él iba a separarse de ella ésta lo atrajo hacia y le dio otro. Sin embargo, este en vez de corto y dulce resultó ser largo y apasionado y entonces todo lo de alrededor desapareció. Unicamente existían ellos y el amor profesado a través de ese beso y los que le siguieron, cada vez más largos e intensos.

Layla se sentía prácticamente en el paraíso y Víctor...Víctor había olvidado todo lo que le preocupaba. Los asesinatos, el miedo, su conversión, todo había desaparecido para él. Todo excepto ellos dos.


Entonces, de repente, algo ocurrió. El ambiente de la noche cambió haciendo que Víctor sintiera un escalofrió en todo su cuerpo y se separara de Layla. Sentía que había algo malo oculto entre las sombras y que tanto él como ella estaban en peligro, pero más ella. Layla le miró extrañada ¿Qué ocurría? ¿Por qué se habían separado?, y ¿por qué Víctor miraba tenso a los lados, si no había nadie?

No había nadie, estaban solos, y sin embargo Víctor notaba ese peligro fuerte e intenso. Estaba cerca, pero él no sentía ninguna presencia. Otro hecho extraño era que sintiera que la que más peligro corría era ella. Los seyens no podían sentir el peligro, ni tampoco adivinar quién estaba más en peligro. Lo deducían por la situación, pero él sí lo hacía...

Layla le cogió la mano, preocupada. La actitud de Víctor la estaba poniendo nerviosa, es más, la asustaba. Pero, ¿de qué había que asustarse si no había nada peligroso? Víctor percibiendo su preocupación se giró hacia ella, con el fin de tranquilizarla, pero no sabía cómo. Sentía miedo, miedo y preocupación y ésta se reflejaba en su rostro.

—¿Víctor, ocurre algo? ¿Hay alguien aquí? —Preguntó ella temerosa. Víctor observó a los lados y le pareció percibir algo, como una sombra. Pero entonces esta desapareció… Sacudió la cabeza.

—No, pero sin embargo yo... —Víctor no tuvo tiempo de terminar su frase, otro escalofrió lo recorrió pero más intenso, tanto que tuvo la sensación de que el ambiente se helaba a su alrededor. Instantáneamente se estremeció, esto no era nada bueno. Decidido a mostrar un ápice de valentía Víctor se giró y fijó su vista al frente, sin soltar la mano de Layla, a quién decidió situar tras él, para protegerla.

Entonces el frío que sentía se convirtió en energía para él, energía que extrañamente parecía venir de un solo punto, un punto en el que antes solo había oscuridad y ahora. Si uno centraba bien la vista se podía distinguir la figura de un joven. De él provenía todo...

Con la distancia Víctor no podía captarlo, pero no necesitaba hacerlo para saber el peligro que suponía. Sus instintos ya se lo indicaban, sus instintos y algo más, aunque no sabía qué. Lo ponían en alerta sobre él y lo que podría ocurrir-les, a él y a Layla si seguían allí. Tenían que buscar un modo de huir y pronto.

El intruso apareció entonces ante ellos con una velocidad impresionante. Era un vampiro, no había la menor duda, pero había algo más, al mirarlo de cerca Víctor podía percibir rasgos familiares. Rasgos que le hacían pensar a...

No, es imposible, él no...” Pensó Víctor y varias emociones cruzaron su mente, incredulidad, sorpresa, y miedo, mucho miedo y odio...

Sin embargo, el intruso apenas le estaba prestando atención. Sus ojos intensamente azules se hallaban concentrados en la joven y a la vez que estos se aclaraban ella se fue tranquilizando. Satisfecho, el joven sonrió, mientras que Víctor fue percibiendo más detalles familiares, como su pelo corto y desenfadado liso, sus ojos azules, e incluso su altura que se asemejaba mucho a la suya. Y finalmente, esa sonrisa maliciosa... Todos esos elementos se juntaron en su mente formando una certeza expresada con un solo nombre.

—Yohann.

A pesar de la intensa rabia que podía percibirse ante el tono usado por Víctor, el aludido sonrió. La escena que se presentaba ante él era encantadora. Layla tan débil, tan frágil, tan protegida y oculta en parte por Víctor, situado delante de ella en una postura defensiva; seguramente aprendida por su padre o copiada de él. Como si eso supusiera una diferencia…

Estaban allí, los dos solos, completamente a su merced. La sed comenzó a subir por su garganta y por un instante fijo la vista en su cuello un instante, pero una mirada fulminante por parte del joven que se hallaba a su lado le hizo retirarla instantáneamente, algo intimidado. Aunque no tenía razón para sentirse así, ¿o sí?

No, no debía sentirse intimidado por nada ni por nadie, él era un vampiro, era superior a él. Decidido, se encaró con el joven Roswell y anunció con una sonrisa tenebrosa.

—Nos volvemos a ver, Víctor.

Víctor volvió a estremecerse casi por instinto, no sabía si era realmente poder lo que sentía, aunque lo dudaba. Yohann era, a su parecer, demasiado reciente como para poseer tal cosa. Y sin embargo había algo en él que le hacía temerlo...

—Yohann —dijo, simplemente —¿Qué haces aquí? —El aludido dio unos pasos hacia él, mientras que Víctor retrocedía, haciendo retroceder a Layla con él.

—¿No es evidente? —Yohann sonrió fijando su vista en la joven para luego sentir otra vez esa mirada fulminante por parte de Víctor, pero no se inmutó y siguió hablando. —Déjame adivinar, no te lo esperabas, ¿verdad? Las cosas que tiene el azar —exclamó y se rió hasta que de repente comenzó a sentir un dolor intenso y entonces, fue él, el que fulminó a Víctor con la mirada.

Pagarás por esto” le dijo mentalmente cuando el dolor remitió. “Y también por lo otro” Era una amenaza pura y dura que habría provocado que el aludido se estremeciera, si no fuera por la rabia que sentía cada vez que lo veía observando a la joven con la sed escrita en su rostro.

—Yo no lo llamaría azar —dijo simplemente —. Buscaste unas presas y las encontraste. Nos percibiste y nos seguiste. Eso no es azar, Yohann, es provocación —afirmó con tono acusatorio.

Al margen de la tensión cortante entre los dos jóvenes Layla se hallaba observando la escena, sin apenas comprender nada. Su mirada oscilaba a Yohann, luego a Víctor, pero seguía sin comprender el motivo de semejante tensión y menos el sentido completo de las palabras de los jóvenes. Por un instante, Yohann volvió a oscilar la mirada hacia ella y de nuevo sonrió maliciosamente. Si había algo que le gustaba de su nueva vida, además de la inmortalidad, era su poder para inspirar confianza en la gente y hacer que esta no se diera cuenta del peligro que corría.

—¿Víctor, de verdad no crees que es cosa del destino el hecho de que justo en el momento en el que rehaces tu vida junto a tu nueva princesa esta te es arrebatada? —Preguntó Yohann, entonces se le escapó una pequeña risa malévola y se lanzó hacia la pareja.

—¡No! —Gritó entonces Víctor, extendiendo el brazo que tenia la mano libre en un gesto defensivo. Yohann salió disparado hacia atrás, como si algo lo hubiera lanzado y, en el último instante, posicionó sus brazos y sus manos de manera que estas sostuvieran su cuerpo antes de caer al suelo. Pero eso no evitó que al momento de posarse se sintiera un crujido y Yohann contuviera un gemido a la vez que tendía los brazos en el suelo, algo adoloridos.

Víctor miró al frente sorprendido ¿Acababa de lanzar a Yohann con solo pensar en detenerlo? Sí, lo había hecho. Yohann se estaba concentrando para curarse, se notaba que el ataque lo había cogido por sorpresa, bien, ahora no había tiempo que perder. Yohann seguramente tardaría unos segundos en levantarse y atacar de nuevo, Layla y él tenían que salir de allí ahora; ¿pero cómo?

Entonces, como revelándole una posible solución, unas alas grandes surgieron de su espalda. Layla no pudo evitar mirarlas sorprendida ¿Acaso Víctor era un ángel? No, no podía ser, pero las alas estaban allí. Víctor se giró hacia ella y algo en su expresión hizo que dejara de hacerse preguntas y se tranquilizara. Él la cogió por la espalda y le dijo en voz baja:

—Agárrate, bien y no te preocupes, todo saldrá bien.

Layla ni siquiera se preguntó por qué debía hacerlo. Su mente ya no deseaba hacerse preguntas sino creer en esas palabras. Agarró a Víctor por detrás del cuello y los dos se elevaron, justo en el momento en que Yohann se levantó y volvió a atacar; haciendo que este se parara y no pudiera hacer otra cosa, sino observar como sus presas huían volando.

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