domingo, 21 de julio de 2019

Seyens: Stern| Capítulo 10 (Última edición el 07 del 08 del 2019)

10

La tarde llegó rápidamente mientras Víctor se hallaba en la sala de estar, revisando su libreta y corrigiendo algunas cosas, que había escrito siendo niño y que ahora no le parecían bien expresadas. El reloj de la pared marcó las cuatro y de él salió un sonido de campanadas.

Las cuatro campanadas de ese reloj le recordaron la hora que era y lo que había programado hacer para esta tarde. Tenía que ir a casa de Layla y convencer a sus padres de que la dejaran ir a la ópera con él. Víctor guardó la libreta en un cajón que había debajo de la pequeña mesa de madera decorada con cristales de colores claros que brillaban a la luz del sol, que se filtraba a través de la ventana y rodeando un círculo gris, que estaba en el centro de la mesa, hecho con piedras pequeñas encajadas. El círculo representaba la luna llena y la técnica, tanto de los bordes como del centro, era denominada “mosaico”. Era una bonita aportación de su padre que además de Seyen había sido un artista.

Luego de guardar la libreta, Víctor salió de la sala, se dirigió a la puerta y salió por ella, no sin antes avisar a Mary de que se iba y a donde iba. Así si alguien lo buscaba y se presentaba en su casa ella sabría decirle donde encontrarlo.

No le apetecía caminar, pero tampoco quería coger un carruaje por lo que decidió coger la bicicleta. Así iría más rápido que andando y sin la necesidad de seguir el trayecto hasta el final, por lo que podía decidir por donde ir.

Si bien la casa de Layla no estaba a la vuelta de la esquina, no había mucho camino entre su casa y la de ella, concretamente se encontraba poco después de la plaza saliendo por la izquierda. Luego de salir por allí, uno debía seguir recto por la zona de tiendas que había en esa zona y después coger la primera salida a la derecha para llegar a una calle en la que se encontraban muchas viviendas, entre ellas la de Layla.

Pero Víctor al llegar a la hilera de tiendas no siguió porque los escaparates de una tienda de pastelería, confitería y derivados lo hicieron pararse. Normalmente no solía prestar atención a los chocolates y otros dulces que se mostraban allí, pues los chocolates no eran su pasión. Pero sí que eran bien apreciados por Layla y eso fue lo que hizo que aparcara su bicicleta delante de aquella tienda y entrara.

Poco después de entrar el olor a chocolate, nata y caramelo entre otros se mezcló en el ambiente. Los escaparates estaban llenos de cajas con sus respectivos dulces, tanto en forma de chocolatinas, como de galletas o pastelillos. Víctor curioseó los diversos estantes hasta que una caja llamó su atención. Se trataba de una caja rosada en forma de corazón, en la parte de delante se veían imágenes de diversos bombones de chocolate y sabores muy variados: negro, con avellanas, con almendras, blanco… No era un gran regalo, pero Layla lo adoraría y sería un gesto romántico que los padres de ella podrían apreciar.

Víctor cogió la caja y se acercó al mostrador en donde estaba una dependienta. Allí pagó la caja y ella le dio una bolsa en donde guardarla. Víctor guardó la caja en la bolsa y volvió a montar en la bicicleta con su regalo para seguir su camino.

Víctor cogió la primera salida a la derecha y aparcó delante de la cuarta vivienda, la casa de Layla. Se trataba de una casa grande y blanca, con un tejado lo suficientemente puntiagudo para que la nieve (en el caso de haberla) resbalara. Con la bolsa en la mano y una sonrisa se encaminó hacia la casa y llamó a la puerta.


La criada de la casa fue quien abrió la puerta.

—Buenas tardes, señor Roswell —saludó ella.

—Buenas tardes, busco a los señores Austerlitz —dijo Víctor. Austerlitz era el apellido de Layla y a pesar de que lo que más deseaba Víctor era ver a Layla, convendría primero hacer la petición a sus padres. Luego ya vería si ella quería ir o no.

—Entre, ahora mismo les aviso —dijo ella.

Víctor entró en la estancia mientras la criada se fue a la sala de estar. Cuando regresó venia acompañada de un hombre y una mujer, ambos castaños, pero mientras el pelo de él era corto y castaño claro, el de la mujer era castaño oscuro, como el de Layla. Los dos tenían el pelo ligeramente ondulado, al igual que ella.

—¿Quiere usted pasar al salón señor Roswell? —preguntó la mujer.

—Sí, gracias, pero por favor llámenme Víctor — contestó él. Víctor se dirigió al salón, también llamado sala de estar, guiado por los padres de Layla y se sentó en un canapé, justo enfrente de otro en donde se sentaron los padres de Layla.

—Bien, ¿qué se le ofrece, Víctor? —Preguntó entonces el padre de Layla.

—Por favor, Ancel, tutéame —pidió Víctor, amable. Ancel, que así de llamaba el padre de Layla, aceptó y le dejó continuar:

—Veréis, esta noche presentan una ópera en la ciudad, Tristan e Isolda. No sé si la conocéis —dijo Víctor a lo que los padres de Layla solo asintieron. —Me gustaría invitar a su hija a verla conmigo y quisiera saber si tendría permiso para salir esta noche. Naturalmente, no pienso dejarla sola en todo momento y cuidaré de ella.

La madre de Layla parecía preocupada, en su mente se vislumbraban las noticias de las muertes, que habían pasado de salteadas e irrelevantes, hasta tan continuas que no había día en que el periódico no informara de algún asesinato. Sin embargo, escuchar la firmeza con la que aseguraba Víctor su protección la tranquilizó. Seguro que no ocurría nada por una noche.

—¿Y a qué hora es esa obra? —Preguntó, entonces Ancel. A él no le interesaban tanto los asesinatos como el saber cuánto tiempo pasaría su hija fuera y además no se fiaba de Víctor. Bueno, en realidad no se fiaba de ningún chico que rondara a su hija en general. Así que Víctor no le dio importancia a ese pensamiento y se limitó a contestar a la pregunta.

—A las siete y media.

Las siete y media, esta obra dura cuatro horas por lo que acabará a las once y media. Es una buena hora para volver” Pensó la madre de Layla y Víctor vio que ella ya había asistido a una representación de esta obra anteriormente en Berlín.

—Yo creo que deberíamos dejarles ir — dijo ella, entonces, dirigiéndose a su marido en voz baja.

—Idonia no sé si convendría... —empezó él, en el mismo tono, pero ella lo interrumpió y dijo:

—No volverán muy tarde. A demás ya lo oíste él la cuidará. En serio, Ancel, a nuestra hija no le ocurrirá nada. —Entonces Víctor se dio cuenta de que la principal oposición a que él y Layla salieran venía de su padre. Ella, en cambio, confiaba en su hija y sabía que esta había elegido bien.

—¿Y te fías de el? —cuchicheó entonces él tan bajó que Víctor apenas lo oyó.

—Pues claro. Es un chico decente y amable y además nuestra hija lo ama —contestó ella con un cuchicheo. Un silencio se prolongó entonces por la estancia pero Víctor paciente esperó, no le convenía abrir la boca y estropearlo todo.

—Está bien —le susurró, entonces, Ancel a su esposa y luego dijo a Víctor en voz más alta:

—De acuerdo, Víctor, puedes ir con ella. Layla tiene nuestro permiso para salir contigo esta noche.

—Muchas gracias, a los dos, ¿está Layla en la casa? — dijo entonces Víctor, mientras le embargaba la ansiedad y la felicidad. Le costaba creer que hubiera sido tan fácil.

—Sí, está en el jardín —dijo Ancel. Víctor recogió la bolsa, que había dejado previamente en el suelo, se levantó y dijo:

—Entonces, si me disculpan, iré a verla —Por un momento los padres de Layla se quedaron callados, era como si quisieran decirle algo pero no supieran cómo.

—¿Ocurre algo? —Preguntó Víctor, pero ellos negaron automáticamente con la cabeza. Víctor se encaminó entonces al jardín, sin preocuparse de ese instante de silencio. Pues pronto sabría a qué se debía.


Para ir al jardín de la casa de Layla desde el salón, uno debe salir de la instancia y luego internarse en el pasillo y dirigirse en línea recta por ese mismo pasillo por el se iba a la puerta de entrada a la casa, pero en sentido opuesto.

Cuando Víctor ya se acercaba a la salida trasera de la casa, que era la que llevaba al jardín, pudo sentir la presencia de Layla y de alguien más. Víctor se centró en lo que le indicaba la presencia y se dio cuenta de que era su energía la que notaba. Tanto la energía de Layla como la de la otra persona tenían algo parecido, seguramente debido a que los dos eran humanos. No tardó mucho en darse cuenta de que la otra energía pertenecía a un chico.

Víctor no tardó mucho en salir al jardín y vio que Layla estaba de pie casi en el centro del jardín hablando con un muchacho rubio, de pelo corto, muy bien peinado, liso y ojos azules. Se trataba de Cedric, el antiguo prometido de Layla. Su padre era un financiero muy rico e influyente que le conseguía todos sus caprichos. No había nada que Cedric no hubiera conseguido con el dinero y la influencia de su padre, incluido el compromiso con Layla.

—Cedric, por favor, ya sé que fue repentino pero no me arrepiento de mi decisión. Tú y yo no congeniamos —le explicó Layla.

—¡Pero yo te quiero! —Insistió él.

—Lo sé, pero yo no. Al menos no del mismo modo —dijo ella. Víctor pudo percibir que estaba cansada de esa discusión, por lo que no era la última vez que la tenían ¿Cuánto tiempo llevaría Cedric intentando renovar el compromiso?

—¡Layla, por favor, dame una oportunidad! Entiendo que hice mal metiendo a nuestros padres en el asunto, pero piénsatelo. Somos amigos desde la infancia y yo tengo mucho dinero. Te daría una vida de reina. —Pareció suplicar él.

Víctor también tiene dinero.” Pensó ella y en ese momento desvió la mirada y se topó con la de Víctor, quién le sonrió, más no hizo ningún gesto para interrumpirlos.

En cambio, a Layla no le importó ese detalle, ni tampoco la presencia de Cedric.

—¡Víctor! —exclamó ella, alegre, y se lanzó a los brazos de Víctor rodeándole el cuello.

¡¿Qué pasa?! ¡¿Aparece él y yo desaparezco?! ¡¿Pero es que no se da cuenta de que ese comportamiento no es apropiado de una dama de su clase?!” Pensó Cedric, mientras miraba muy enfadado a la pareja.

—Yo también me alegró de verte, amor, pero creo que convendría que me soltases. Tu antiguo prometido no parece muy contento —le susurró Víctor a Layla. Ella sonrió encantada y luego echó un vistazo a Cedric.

—No te preocupes, solo está celoso —le susurró sin soltarse de él.

—Ya, pero incluso así creo que deberías soltarme ¿Si no cómo cogerás mi regalo? — insistió él.

—Está bien —accedió ella y lo soltó, cogiéndole la mano libre.

—Cedric, ¿podrías disculparnos? Layla y yo necesitamos hablar a solas —dijo entonces Víctor. Cedric le fulminó con la mirada un buen rato, pero luego dijo, tranquilo.

—Claro, faltaría más, nos veremos otro día Layla —dijo él marchándose, pero antes de salir del jardín se giró y la llamó.

—Layla, piénsatelo, ¿quieres? No tienes porque contestarme ahora y si aceptas no nos casaremos inmediatamente si no quieres. Esperaré el tiempo que haga falta —comunicó él, entonces, a la chica, regalándole una sonrisa.

Layla no le contestó y él se fue muy enfadado con Víctor,  y eso que él aún no había hecho nada problemático.

—¿Esa bolsa contiene mi regalo? —preguntó entonces Layla a Víctor, para que este le prestara atención.

—Es que no es un regalo, son dos. Uno está en la bolsa y el otro ya lo verás —le contestó Víctor y le entregó la bolsa a Layla.

Layla abrió la bolsa con curiosidad, cogió la caja y la miró.

—¡Bombones! ¡Víctor, eres un sol! —Exclamó ella, alegre.

—Me alegro de que te gustase. Precisamente lo compré pensando en ti —le confesó él.

—¿Y el otro regalo? — preguntó ella, mirándolo ansiosa. Víctor sacó las entradas y le entregó una a Layla. Ella la observó un instante, con duda.

—¿Esta noche? No se si me dejaran —dijo ella.

—No te preocupes, ya pregunté y te dejan —informó Víctor.

—¿En serio? ¡Qué maravilla! ¡Hacía tanto tiempo que no salíamos juntos! Y además la obra está muy buena, o al menos eso dice mi madre —comentó Layla, muy ilusionada.

—¿Conoces la historia? —le preguntó, entonces, Víctor.

—No. Solo sé que es una historia de amor pero no quiero que me la cuentes —contestó ella.

—¿Por que no? —Preguntó entonces, Víctor.

—Bueno, si me lo cuentas de nada servirá ver la obra ¿No te parece? —Contestó ella.

—Quizás tengas razón. Pero yo conozco la historia y aun así quiero verla —opinó Víctor

—Creo que entiendo tu punto de vista. Richard Wagner es un buen compositor y te apetece ver su interpretación de la historia. — Supuso ella y Víctor asintió.

—¿Cuánto dura la representación? — Preguntó entonces, ella.

—Cuatro horas, por lo que acabará a las once y media —contestó él.

—¿Y piensas llevarme a casa en cuanto acabe? —Dijo ella, como si no se lo creyese
Víctor se giró de tal manera que estaban peligrosamente cerca uno del otro y dijo:

—No sé. Puede que eso no dependa solamente de mí. —Layla acercó su cara a la suya y lo besó en los labios.

—Me encantaría que no lo hicieras. Que nos quedáramos un poco más. —le susurró ella en el oído, antes de volverlo a besar.

Víctor devolvió el beso de un modo automático, procurándose olvidar de todo lo demás. Ser seyen, los asesinatos, la situación general, y lo peor, el temor a que por esta le pase algo a Layla. Nunca se lo perdonaría de ser así. Más consiguió apartar el asunto de lado y continuar el beso, como tenía planeando. Pensando únicamente en él, ella, y lo que ocurría entre ellos justo en ese momento...


De repente Víctor notó que alguien se acercaba y se separó de Layla. Ella le miró un poco extrañada no entendía porque paraban. Se lo estaban pasando bien.

La criada apareció entonces en el jardín y anunció:

—Siento molestarla, señorita, pero su padre dijo que convendría que el señor Roswell se marchase. Pronto estará lista la cena y después tendrá que arreglarse para ir a la ópera.

—¿La cena? pero aún son las seis —se sorprendió Layla.

—Supongo que tus padres han decidido adelantar la cena para que así puedas arreglarte y estés lista para cuando yo te vaya a buscar — opinó Víctor.

—Puede que sí. ¿No te quedas a cenar? —dijo entonces ella.

—No te lo tomes a mal, amor, pero yo también tengo que arreglarme —le contestó Víctor.

Amor...Que bien suena esa palabra cuando sale de sus labios.” Pensó Layla. Víctor encantado le dio un beso rápido y se despidió:

Layla entró en la casa guiada por la criada, apenas podía creer lo que estaba ocurriendo. Víctor, el amor de su vida, la amaba, iban a salir y él quería casarse con ella. Además parecía que sus padres empezaban a consentir la relación. Por eso Layla se sentía llena de felicidad y esperaba que esa sensación durase muchos años. No, mejor que durase los años que iban a pasar ella y Víctor juntos. Seguro que serían muchos. Quizás Víctor pase toda su vida junto a ella. Sí, eso seria maravilloso. Como si estuviese en el paraíso.

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