jueves, 22 de agosto de 2019

Recuerdos de Stern 3.3

Si hay algo que todavía me causa dificultades tanto en estos relatos como en Stern es la época en la que decidí desarrollar la historia, razón por la cual personajes como Samuel y Gerard resultan tan complejos como diferentes de lo que presenté en su día en Similares. La sociedad y normas de ambas historias son demasiado distantes como para que los hábitos que adquirió Samuel para lidiar con su dolor sean idénticos así que los cambié por algo que no causaría ninguna controversia como la música y Catrina. También el trato entre ella y Víctor es más complejo, ya que todavía no se conocen lo suficiente como para eludir las normas de respeto y educación que les inculcaron desde niños y tratarse como amigos o conocidos, lo cual es lo más cercano al trato que tienen en Stern desde que este sale con Layla y Candel con Catrina. Pero eso es parte de una historia que todavía no atañe este relato y sobre la cual prefiero callarme hasta que logre un modo milagroso de encajar todas las ideas nuevas y viejas que tengo sobre la historia y por las cuales soy incapaz de seguirla de nuevo. Así que mejor me callo y os dejo leer lo que logré escribir hoy. Espero que os agrade.

Relato 3

Si algo tenían en común Victor Roswell y Samuel Larreina, por aquel entonces, era que la palabra amor era sinónimo de maldición. Algo bastante irónico ya que era el sentimiento que brillaba en los ojos de Catrina en aquella época. Algo fuerte, intenso, nítido y único que la instaba a acompañarle en todos los momentos de su vida. Buscando siempre la mejor forma de aliviarlo, distraerlo y consolarlo. 

Sin embargo, en aquella época, ella aún no tenía el valor, ni ánimo de analizar sus propios sentimientos hacia el chico pelirrojo que se hallaba tendido en el sofá escuchándola tocar el piano. Samuel, al contrario de Gerard, no lloraba en público, o al menos había dejado de hacerlo hace mucho tiempo. Y sin embargo era incapaz de sonreír...

Era incapaz de concentrarse en algo que no fuera el dolor de su corazón, razón por la cual buscaba desesperadamente distracciones que lo hiciesen olvidar a Gerard Friedman y el dolor que le había provocado el día en que se le ocurrió el error de confesar-le sus sentimientos. Y la música que era capaz de crear Catrina era una.

Le hacía abstraerse, no pensar en lo tanto que echaba de menos aquellas tardes de clases y experimentos donde Gerard y él descubrieron unas sensaciones tan peligrosas como maravillosas. Unas sensaciones que era incapaz de olvidar y la razón principal por la cual su actitud con su antiguo amante había mudado de dulce y cariñosa a simple y llanamente hiriente. Lo cual, si bien, no le hacía sentir mejor, sí le había hecho ver otra cosa, algo primordial que lo hacía sentir tan dichoso como patético. Gerard no le era indiferente.

Y Samuel se sentía tan atado a aquella muestra ínfima de dolor que apenas había advertido el tipo de persona horrible en que se había convertido hasta que vio a Víctor Roswell desmayarse, advirtiendo que había cosas mucho más importantes que su dolor. Cosas que por una razón que tardaría mucho tiempo en comprender él ansiaba remediar.

Esas cosas eran, además de lo que sabía sobre sus padres originales, (los cuales había perdido de una forma demasiado impactante como para recordar el más mínimo detalle de su muerte), las razones reales por las cuales él siempre deseó ser médico.

Sin embargo, abandonar su silencio para explicar a Gerard las razones de su actitud y pedirle perdón, no estaba en sus planes próximos. Razón por la cual prefería pasar las tardes en compañía de su amiga a afrontar el dolor e incomprensión que sentían sus padres de acogida al verle hacer cosas como llorar o abrazarse a sí mismo de improviso. Algo que no sabía cómo curar sin curarse él primero. Y hasta ahora no lo había conseguido.

Y es que no era sencillo para una persona tan retraída como era él desde que sus progenitores murieron reunirse con sus padrastos y explicarles cómo el amor funcionaba de un modo muy diferente a los preceptos religiosos que siempre le habían inculcado. Esperando que lo comprendiesen y apoyasen, como lo hacía ahora su mejor amiga. Dudaba de que pudiesen hacerlo en un tiempo inmediato, ya que en aquel tiempo la gente como Catrina o Víctor eran excepciones a la norma social dominante, y todavía lo serían por mucho tiempo. Así que era mejor no intentarlo.

Era mejor sumergirse en melodías tan abstrayentes como sobrecogedoras, las cuales si bien le habían hecho llorar algunas veces eran perfectas para reflejar su sentir. O al menos así habían sido hasta que la muchacha emitió una nota discordante al advertir que no estaban solos en aquel salón y la persona que se hallaba escuchándola ante la puerta no era precisamente bienvenida.

—No debería usted estar aquí, señor Roswell —pronunció con una frialdad tan cruda que todas las palabras que Víctor había preparado para aquel momento se desvanecieron de su mente, junto con los cumplidos que iba a dedicarle por su talento musical. El cual le había hecho olvidar todos los conflictos relacionados con su naturaleza no humana que lo ocupaban desde el mismo momento en que se había desmayado en clase, para luego, más tarde, acentuarse al escuchar a su hermana discutir con su padre por causa de alguien que había pasado de ser una persona problemática, que este preferiría mantener lejos de ella, a la persona con la cual Giovanna deseaba comprometerse. Lo cual no sería un problema si Semil Leinnisteir no tuviera previsto mudarse a Berlín en un futuro cercano y llevársela con él.

Los hijos de los seyens no eran normales, podían desde heredar características de sus progenitores no humanos hasta despertar alguno de sus poderes antes de la conversión, razón por la cual no era recomendable que uno de ellos conviviese lejos de Seyens que pudiesen protegerlos. Las diferencias, visibles o no, que presentaban eran inconfundibles para las criaturas sobrenaturales; y muchas veces señal de alarma.

Víctor y Giovanna eran conscientes de eso, razón por la cual nunca se les ocurriría alejarse de su padre para convivir en una ciudad lejana cuya seguridad desconocían. Pero, ¿acaso podía ella explicarle a su pareja eso, sin revelarle la verdad sobre su familia? Obviamente, no.

—Soy consciente de eso, señorita, no se preocupe —articuló, nada más reponerse de la impresión que le había creado aquel tono tan similar al de Samuel cuando se cruzaba con Gerard que casi dolía. Ahora mismo estaba comenzando a comprender muchas cosas de él. —Aún así me gustaría hablar a solas con el joven Larreina. Necesito discutir un asunto importante con él.

Catrina observó a Samuel dubitativa, no estaba segura de que dejarlo a solas con el mejor amigo de quién le había roto el corazón fuese lo más adecuado, más este asintió de forma suave, insinuándole que estaría bien. Tenía una leve idea del motivo por el cual quería Víctor hablar con él, y echarlo no le parecía la mejor solución después de lo que él hizo esta mañana por el chico moreno que se hallaba ante él: Hablar con su profesor sobre el miedo a la sangre, preguntándole cual era la mejor forma de ayudar a alguien a contrarrestarlo y todo aquello delante del chico de quién seguía enamorado para que este pudiese ayudarlo.

—¿Gerard te envía? —preguntó directamente a Víctor en cuanto su amiga abandonó la sala y este negó con la cabeza de forma casi automática. —Lo imaginaba —siguió dejando traslucir una suave nota de melancolía en sus palabras. —En todo caso no te preocupes, no tengo previsto seguir molestándolo. —Admitió. Víctor por su parte parpadeó sorprendido.

—¿Por qué? —Murmuró sin comprender. A pesar del tiempo que llevaban Gerard y él siendo amigos todavía no comprendía del todo muchas cosas de él como el hecho de que no aborreciese el amor, o su actitud pasiva ante el trato crudo de Samuel, al cual comprendía todavía menos. —¿No lo odias? —El chico pelirrojo negó con la cabeza, desviando el rostro de él en una actitud más cobarde que tímida en sí. —¿Entonces por qué?

—No lo entenderías —replicó con terquedad, incapaz de desviar la mirada del suelo de lo tanto que se avergonzaba en estos momentos. Víctor por su parte se encogió de hombros, debía admitir que a pesar de su propósito cada vez más firme de arreglar las cosas con Samuel, no estaba muy seguro de cómo lograrlo dado que Gerard le había hecho prometer que bajo ningún concepto le dijese la verdad sobre sus sentimientos. Los cuales, según su modo de ver, lo arreglarían todo más pronto que tarde, pero después de lo que habían compartido aquel día, justo después de que él lo arrastrara rápidamente a su habitación para evitarle escuchar la parte más dolorosa de la discusión entre su padre y su hermana, lo menos que se le ocurría era traicionarle.

—Podría intentarlo dado que conozco todos los detalles de vuestra historia —explicó de forma conciliadora, intentando un acercamiento, pero este negó con la cabeza.  —Samuel… —Volvió a intentar, consciente de que estaba siendo, quizás, demasiado terco cuando él lo interrumpió.

—Víctor —dijo simplemente con un tono tan franco como desgarrador —Incluso si te recitara palabra por palabra todos los poemas que escribí pensando en Gerard desde el mismo momento en que advertí la crudeza de mis propios sentimientos, y de los cuales él solo escuchó uno aquella noche, no llegarías a comprender, ni la placidez que sentía en su presencia, ni los cristales que me recorren desde el momento en que me rechazó. Así que deja de intentarlo, ¡por favor! —Y sollozó de una forma tan obvia que Víctor no pudo más y desvío la mirada de él, descubriendo que la mejor amiga de Samuel había regresado a la habitación y lo observaba con una sonrisa tan compasiva que no pudo evitar sentir envidia de aquella muchacha que, al contrario de él, parecía entender a la perfección a su mejor amigo.

—Duele, ¿verdad? —susurró Catrina sin abandonar la sonrisa. —la forma tan trágica en la que acabó esta historia de amor le desgarra el alma. —asintió tan sorprendido como desconcertado por lo bien que parecía ella captar sus propios sentimientos. —¿Podemos hablar?

Víctor observó sin decir nada a Samuel, el cual parecía haber decidido que su conversación había terminado, sin consultarle, ya que enseguida asintió, mandándole a Catrina una sonrisa suave de agradecimiento y le dejó partir al exterior, junto a la intrigante muchacha castaña.


—¿Por qué hace esto? —preguntó ella directamente, una vez estuvieron fuera. —No parece que le haga ningún bien. —Víctor se encogió de hombros.

—Por la misma razón por la que, imagino, usted está aquí en estos momentos. No soporto ver sufrir a mis amigos sin poder hacer nada. —reconoció pensando en Gerard y en lo tanto que le dolía verlo cada vez mas destrozado. Catrina por su parte soltó una suave carcajada.

—Tenía la ligera esperanza de que Gerard Friedman fuera el único villano de esta historia, pero ahora veo que el asunto es más complejo de lo que parece —explicó tan arrepentida que Víctor enseguida comprendió por qué ella y Samuel estaban tan bien compenetrados. Ella, al igual que Gerard, era capaz de percibir muchas cosas en una simple mirada, aunque por razones bien diferentes. —Deme tiempo, ¿sí? Creo que puedo sanarle. —Victor río más confuso que perplejo por aquellas palabras.

—Lo dice como si el amor fuese una extraña enfermedad que solo alguien tan empático como usted pudiese curar —Se burló de forma amplia, haciéndola sonreír de forma amarga.

—Tal vez realmente lo sea —dijo simplemente Catrina pensativa, sin percibir lo vital que podría ser aquella opinión suya en el futuro.

Y es que definitivamente el amor era tanto para ella como para Víctor un asunto que pronto dominaría sus vidas de una forma tan sobrecogedora como incomprensibles y diferentes eran sus vidas por aquel entonces.

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