Sistema escolar alemán de entonces: http://yuna6785-seyens.blogspot.com.es/2015/10/informacion-pertinente.html
Primer relato:
Edad de Víctor en el relato: 15 años.
A pesar de haber transcurrido un
año, Víctor aún no terminaba de acostumbrarse al ritmo frenético
de Stern. Quizás era porque en Venecia el mar suavizaba a la gente.
O tal vez, el vivir entre Seyens en un lugar tranquilo y en paz,
donde sabías que nunca ocurriría nada, le aportaba un humor
relajante que nunca había tenido. Lo cual, al llegar a un nuevo
lugar, donde no estarían protegidos, lo había puesto nervioso.
Sin embargo, después de todo
este tiempo debería estar acostumbrado. Todo debería haber vuelto a
su sitio. Pero no lo había hecho, el joven Roswell seguía
sintiéndose fuera de lugar y quizás nunca dejaría de sentirse, al
fin y al cabo nunca había sido humano del todo.
Esa sensación tan particular se
manifestaba mucho en los momentos de celebración, cuando todo el
ambiente a su alrededor se tornaba en una alegría que no sentía. Su
padre pocas veces celebraba los cumpleaños, fuera del ámbito de la
familia y amigos más íntimos. Sin embargo, en esta ocasión no
habían podido librarse de la invitación de Dave. (El mismo que en
esos instantes se hallaba coqueteando con una bella joven de cabellos
rubios, aunque de vez en cuando desviaba la mirada hacia la intocable
Giovanna.) Víctor incapaz de soportar esto solo había arrastrado a
Gerard con él. Inicialmente, se lo habían pasado bien, pero el
rubio no había tardado en encontrar alguien con quién hablar, y se
había ausentado de la sala hace unos minutos. Lo cierto es que
Víctor no le culpaba, solo a sí mismo.
“No debería de depender así
de alguien. Debería de encontrar un modo de divertirme, al fin y al
cabo mi hermana lo está haciendo.”
Pensó y era cierto, Giovanna se hallaba bailando con un joven
castaño de dudosa reputación, pero increíble encanto y notable
carisma. Víctor había oído decir que se llamaba Semil, aunque a
Giovanna poco le importaba el nombre, solo se estaba divirtiendo.
Disfrutando de la música y de los pasos de baile, como debería de
hacer Víctor en estos momentos, sin embargo…
—Víctor, ¿puedes venir? —La
voz alegre y serena de su padre lo sacó de su ensimismamiento, se
hallaba hablando con una pareja de mediana edad bastante amable. Eran
Bradiel y Arrianne Kruger, algunos de sus amigos en esa ciudad.
Víctor ignoraba cómo se habían conocido exactamente, pero tampoco
le había preocupado mucho, solo que, desde hace apenas un año, su
padre pasaba mucho tiempo en su compañía y los había visto, en
ocasiones, por la mansión.
Sin embargo, esa noche, había
algo diferente en ellos, más bien, alguien. Víctor no había
tardado mucho en identificar a la figura menuda que se alzaba a su
lado, debido al destello rojizo que emitían sus cabellos. Se trataba
de una joven de aproximadamente su edad. Bellísima, de largos y
rizados cabellos rojizos sueltos y semi alborotados, cuyos mechones
delanteros caían en actitud rebelde sobre su rostro, sin que ella se
molestara en apartarlos. Ojos grandes y bien delineados de color
marrón recubiertos de una perceptible sombra lila, a juego con el
color de su vestido, que revestía un cuerpo bastante bien definido a
su parecer. No estaba ni muy gorda, ni muy delgada, era perfecta. No
era el ideal de belleza de ningún libro que hubiera leído, pero aun
así lo era.
—Sí, claro. —El chico se
levantó, con tranquilidad, cuando los ojos de ella, que hasta ahora
no habían hecho nada más que observar la pista con un evidente
desinterés, parecieron captarlo en toda su plenitud. Se dedicó a
estudiarlo unos instantes y sonrió, ese chico no se asemejaba a
ninguno de los que hasta
ahora habían
acudido a la pista, simples copias que siguen un patrón definido de
antemano. No, él era diferente, no sabía cuánto, pero lo era.
—¿Recuerdas a Bradiel y
Arrianne Kruger? Los he traído a menudo a casa. —El joven
asintió. —Pues esta es su hija Dianne.
Lentamente Víctor levantó la
vista hacia ella. No estaba seguro de cómo actuar, pero finalmente
decidió ceder ante las normas morales y distinguidas que le habían
inculcado y llevo la mano de Dianne a sus labios.
—Encantado de conocerla,
señorita. —Ella soltó una breve risita alegre cuando se vio
captada por los ojos marrones oscuros del joven. Dianne no era la
única con un modo peculiar de mirar, también Víctor tendía a
mirar directamente al rostro, a los ojos. Procurando captarlo todo a
través de ellos. Evidentemente no lo hacía adrede, era una
costumbre que había adquirido, inconscientemente, de su padre, pero
a Dianne le pareció misterioso a la par que fascinante. Enseguida le
atrajo hasta una mesa para que pudieran hablar en total tranquilidad.
Mientras, sus padres los observaban con una sonrisa. Podría salir
una bella amistad de allí.
Las primeras palabras cruzadas
entre los jóvenes fueron soltadas al azar. Simples preguntas que les
permitían conocerse. Fue así como Víctor averiguó que su
autentico nombre era Dianne Arielle Kruger. Su padre trabajaba en una
prestigiosa galería de arte, de ahí que se hubiese cruzado con
Eivan Roswell a menudo, no era la última vez que le encargaban
restaurar alguna de sus obras. Tenía dieciséis años y, al
contrario de lo que Víctor había supuesto, acudía a la escuela
laica. Sin embargo, y a pesar del deseo de saber de la joven, sus
padres estaban completamente en contra de que acudiera a la
universidad. No era el lugar adecuado para una mujer decían.
—¡¿Qué sabrán ellos?!
—Bufó
la joven, indignada. —El lugar de una mujer es donde esta quiere
estar, ni más ni menos. No importa que sea en la casa entre bordados
y demás labores “hogareñas”. —Entrecomilló
la última palabra —que en la universidad entre libros y apuntes.
—La sociedad es así, no te
extrañe. —El joven se encogió de hombros con naturalidad. —A mí
me parece increíble que una mujer como tú desee llegar tan lejos.
¿Qué te gustaría estudiar? —Preguntó entonces, interesado,
apoyando la cabeza en sus manos, mientras la observaba hablar
atentamente.
—Literatura —contestó
ella, sin dudar, —o
música, no estoy segura.
Pero
probablemente lo primero. Adoro leer e investigar el por qué los
autores de antes y ahora escribieron estas historias, que nos
enternecen actualmente. Las corrientes, los motivos que rodearon su
arte… Me parece un excelente objeto de estudio —le
explicó, entonces. —¿Y tú? —Orientó,
entonces, la pregunta hacia él. —¿Qué quisieras hacer una vez
acabado el Gymnassium? ¿Qué te atrae? —Víctor bajó
la mirada, pensativo.
—No estoy seguro. —admitió.
–Mi padre quiere que estudie medicina, pero temo no conseguir la
puntuación requerida para ello. Actualmente no consigo más de dos o
tres matrículas de honor, por año, y tengo entendido que para
conseguir llegar a la facultad se necesita una media de matrícula en
casi todo el curso. Tampoco es algo sobre lo que me haya puesto a
reflexionar mucho actualmente, estoy más concentrado en pasar de
año. No me interesa destacar.
Ella asintió pacientemente y
siguieron hablando, de lo básico pasaron a lo más complicado,
calculando entonces sus preguntas con cuidado para no perforar ningún
punto sentimental. No abrir heridas de ningún tipo en ellos. Es por
eso que se desviaron enseguida a sus gustos y aficiones, ella le
hablo de su gusto por la lectura y lo que más leía. También le
recomendó algunos autores célebres. Víctor por su parte le habló
del arte, la música, pero sobre todo, y aquello no era algo que
muchos entendiesen, la experimentación.
—¿Experimentación? ¿Te
refieres a productos químicos y cosas así o algo más difuso?
—Víctor asintió, emocionado, mientras se cambiaba
de postura y dejaba de sostener la cabeza entre sus nudillos. Terminó
por dejar las manos planas sobre la mesa mientras hablaba.
—Lo descubrí con Gerard,
pocas semanas después de entrar a clase. Cuando le encontré en los
laboratorios, intentando combinar unos compuestos químicos, en ese
entonces, desconocidos
para mí. Él siempre estuvo tentado por probar cosas nuevas e
innovadoras, e imagino que el mezclar compuestos solo para descubrir
qué ocurría hace parte de ello. Me agradó tanto… —El chico se
rió. —Creo
que nunca vi el muchacho tan sorprendido, como cuando, en vez de
reñirle, comencé a interesarme por los compuestos que estaba
utilizando. Se trataba de un proyecto avanzado que, según él me
dijo, le habían encargado. Aunque conociéndolo dudo mucho que no
fuera más que un reto que se había propuesto.
»Acabamos
terminando el proyecto juntos, pero eso no era lo importante.
Escuchar hablar de las propiedades de cada organismo, compuesto,
fórmula… Me fascinaba. Incluso aunque fuese lo poco que sabía
Gerard por aquel entonces. Creo que por eso experimenta tanto, para
saber.
»Acordamos finalmente vernos
allí cuando no tuviéramos nada qué hacer, probar un poco de todo y
de nada. Es entretenido, aunque debo admitir que no falta el momento
en que temo que provoquemos una desgracia.
Ella se rió.
—De modo que eres un pequeño
proyecto de científico —comentó,
fascinada e interesada a la vez. Víctor sonrió. —¿Has pensado en
dedicarte a ello más adelante? Sería una buena vía de estudio para
ti, creo. La investigación química. —El chico arqueó las cejas,
sorprendido, y ella sonrió. —Evidentemente, tendrás que dejar
esos jueguecitos antes, claro. —Dianne se río, animada,
y el chico sonrió, algo avergonzado.
—Quizás tengas razón
—admitió
él, encantado con la idea que le había propuesto.
—Y hablando de juegos,
¿quieres hacer un trato, Víctor? Te prometo que te divertirás
mucho consigas la recompensa o no. —Dianne sonrió sensualmente y
el chico se dejó llevar, entrando en un terreno hasta ahora
totalmente nuevo para él, pero no por ello más emocionante. El
juego era sencillo, había muchos lugares para esconderse en esta
mansión, ella escogería uno de ellos y él, simplemente, debía
encontrarla. Evidentemente, eso incumbía sortear varias
distracciones como la música, la gente, o sus propios padres. Pero
lo hacía más emocionante.
Básicamente jugarían al
escondite, como de niños, solo que esta ocasión el premio para el
momento en que la encontrase, era un beso.
—Evidentemente te está
prohibido llamarme o preguntarle a cualquiera de los asistentes si me
han visto. Respetemos las reglas del juego. —La
chica se rió, divertida, completamente consciente de que el joven
Roswell observaba sus labios con una sonrisa. —¿Y bien, Víctor?
¿Juegas? —El chico sonrió con malicia, aceptando el desafío
propuesto. Sería entretenido.
—Juego —dijo
simplemente.
Mientras, en los pasillos del
primer piso, Gerard comenzaba a sentirse culpable. Si Víctor lo
había invitado, no era solo por escapar a la soledad entre la
multitud. También era, en cierto modo, para que se distrajera de lo
ocurrido aquella mañana en clase. Cuando Yohann había decidido
tomarla con él. Era la primera vez que le acosaban de manera tan
directa. Víctor lo había sufrido desde su llegada a Stern y,
prácticamente, estaba acostumbrado a callar e ignorar. Pero, él,
era diferente, nunca había experimentado ese desprecio, ese dolor,
esa frustración… Era prácticamente un ataque a su autoestima y no
sabía si podría soportarlo cuatro años más.
Sin embargo, no era solo eso, si,
por alguna razón el acoso se hacía demasiado fuerte, o se producía
algún hecho que le incapacitase seguir estudiando de forma tan
sobresaliente como lo hacía en Stern. Si sus calificaciones bajaban,
aunque fuera un poco, debido a factores externos a su estudio
personal… Sus padres tenían todo el derecho de mandarlo a Berlín,
o a cualquier lugar donde fueran a sacarle provecho a una mente como
la suya. La de un superdotado. Y él tendría que aceptar.
Actualmente, su familia no podría pagar la educación selecta que
deseaba y necesitaba, pero en estos casos, los institutos de todo el
país se rifaban a los chicos como él. Pequeños genios que
revolucionarían el país. No sería complicado conseguir una beca en
cualquier lugar, podría ir a donde quisiese. Él problema es que él,
precisamente, no quería irse
de Stern.
—Venga Gerard, déjalo ya. ¡No
te irás a ningún lado, te lo prometo! —La
voz insistente de Samuel lo sacó de su meditación, era con él con
quién se había encontrado en el baile aquella noche y no había
tardado mucho en huir de la multitud en su compañía. Por alguna
razón se divertía mejor con él, que con cualquiera de las
jovencitas que se hallaban presentes en la sala central. Quizás era
por aquel secreto que compartían los dos.
—Lo siento, no puedo evitarlo,
duele. —El chico rubio se apartó las lágrimas de los ojos. —No
sé cuánto podré resistirlo, si apenas acaba de comenzar y ya
reacciono así. De verdad que no sé cómo lo soporta Víctor. —Fijó
atentamente la vista en los orbes marrones del chico que se hallaba
frente a él. —O tú —dijo.
—Soportándolo, es lo que nos
queda. —El chico pelirrojo se encogió de hombros, sin darle la más
mínima importancia. —Pero tú eres diferente, no tienes porque
hacerlo. Habla con tus padres, haz que presionen al director. Yohann
no tiene padres así que no les sería muy complicado vencer.
—Dio unos pasos hacia
él,
adoptando un tono más convincente. Gerard bajó la cabeza, dudando.
—No sé si es lo más adecuado
—admitió.
—¡Como si eso importase!
—Argumentó el otro chico, imperceptible, e iba a obligarlo a alzar
el rostro hacia él cuando algo chocó contra él, interrumpiéndoles
de improviso.
—¡Vaya, lo siento, perdonad
caballeros! —Se disculpó la joven pelirroja con una educada
reverencia y se rió. Se trataba de Dianne. El rostro de Gerard
pareció virar al rojo, pero Samuel sonrió con amabilidad, sin
importarle lo más mínimo lo ocurrido.
—No os preocupéis, no pasa
nada. –La disculpó, enseguida. —Pero, ¿qué
hace una dama
tan distinguida como vos correteando por los pasillos? –La
chica se rió.
—Solo es un juego, no os
inquietéis. Solo que… Si veis a un chico moreno persiguiéndome no
le digáis donde estoy, sería trampa. —Dianne se volvió a reír
divertida y partió enseguida. Samuel la observó sonriendo.
—Una chica curiosa. —admitió,
Gerard asintió.
—Es la hija de los Kruger
—dijo
simplemente. –Le encantan los juegos. —No parecía muy interesado
por ello y pasados unos segundos prácticamente se había olvidado de
ella. Sin embargo, los chicos debían admitir que el pasillo del
primer piso no era el mejor lugar para hablar de temas personales. La
sala de abajo estaba llena, y aunque se concentrasen en una esquina
se les notaría demasiado que estaban incómodos. Además, Gerard no
quería darle la ocasión a Víctor de pensar que lo estaba rehuyendo
por alguna razón especial. La mejor opción se concentraba en entrar
en alguna de las habitaciones. Era una propiedad privada, sí, pero
dudaba que importase mucho si no iban a tocar nada, solo buscaban
confidencialidad. Al menos él…
“96, 97, 98, 99, 100.”
Terminó la cuenta Víctor, inspirado, y se levantó dispuesto a
buscar la misteriosa joven. Estimó que, dada la evidente
probabilidad de que la vieran y reconocieran, la chica no se
ocultaría por la sala de Baile. Por lo que enseguida se encaminó
hacia lugares más remotos, como las habitaciones de arriba, o las
zonas más restringidas como las cocinas y habitaciones de los
criados, situadas más abajo. Pero, de nuevo, dudaba que ella se
paseara por allí. La echarían enseguida. Sí, las habitaciones de
los dueños de la casa era el lugar donde mejor podría encontrarla,
no había otro remedio.
Aprovechó que su padre se
hallaba en un rincón, riñendo a su hermana, para escabullirse hacia
las escaleras del piso principal. La zona estaba algo oscura, pero no
tardó mucho en encontrar forma de iluminarla. Era una zona lisa, de
paredes doradas y opacas al igual que toda la casa. Se dedicó a dar
una vista preliminar del lugar, había seis habitaciones si se
contaban las de invitados, pero también los baños y un estudio. No
parecía muy complicado si actuaba con astucia. En eso estaba
pensando, cuando la puerta de una habitación circundante se abrió
de improvisto, y un chico pelirrojo salió prácticamente llorando de
ella, sin apenas prestarle atención.
—¿Pero qué…? —murmuró
el chico, desconcertado, cuando vio que había otra figura en la
habitación. Otro chico, Gerard. Este se hallaba apoyado en el balcón
del fondo del cuarto y, a la luz de la luna, pudo ver que sus ojos
también se hallaban ordenados por finas lágrimas, en completo
contraste con el rostro aparentemente sereno del chico rubio.
—Gerard
—pronunció Víctor,
curioso y dubitativo pero, también, preocupado. El chico enseguida
se giró, limpiándose las lágrimas con el puño mientras le hacía
frente.
—No te preocupes —dijo,
terminó de limpiarse y forzó una mueca tranquila. —No es nada
—Víctor arqueó una ceja, había visto al amigo de Gerard bastante
afligido para que fuese nada. —Dianne se fue por allí. —Señaló
el pasillo de enfrente. —Apúrate si quieres encontrarla antes de
que se canse —comentó,
simplemente, el chico moreno negó con la cabeza.
—No deberías ayudarme
—explicó.
—Va contra las reglas. —Gerard sonrió, desinteresado.
—Esta casa es grande. —Fue
su respuesta, Víctor aún lo observó unos momentos, desconcertado.
—¡Venga, vas a perderla! —Animó de nuevo, Gerard, algo más
entusiasmado. Finalmente, el otro chico pareció rendirse y se
encaminó hacia donde le había indicado, pero antes se giró hacia
su compañero y dijo.
—Mañana hablaremos, no te
creas que puedes escaparme tan fácilmente. Quiero saber todos los
detalles. —El
chico abrió la boca, sorprendido y temeroso, creía que el asunto de
Dianne era suficiente para distraer a su amigo de preguntar. En
verdad, no se esperaba esa
reacción. Y menos
su presencia en aquellos instantes.
“Y sin embargo… Ella
misma nos lo advirtió.”
Rememoró, mientras recordaba el encuentro con la joven pelirroja.
“¿Por qué no se me
ocurrió que podía pasar?”
Apretó los puños de rabia y frustración, mientras se encaminaba
corriendo hasta la planta baja. Todo había salido mal…
Samuel, por su parte, se hallaba
sentando en cuclillas sobre la hierba de los jardines de los Von
Andechs, llorando
silenciosamente sin consuelo alguno. Se las había arreglado para
recorrer las esquinas más oscuras de la mansión, no quería llamar
la atención. Pero, por alguna razón, no podía evitar llorar.
No podía detener los ríos que
formaban sus ojos mientras los recuerdos pasaban ante él a cámara
rápida, como flashes descontrolados de una vida que no era la suya,
y dolía. Ese chico, Gerard, era más que un amigo, más que una
prueba, más que un simple reto o experimento, que un simple juego
para él. Y creía que el sentimiento era recíproco, al fin y al
cabo el chico rubio nunca había manifestado interés por ninguna de
las jóvenes que había conocido. Solo él…
Cuando comenzaron a verse en
secreto, hace casi un año, ninguno se había imaginado que duraría
tanto. Pensaban que solo era una confusión, una ilusión que había
dispuesto su mente en aquel momento. O tal vez, un desafío de los
cielos, una tentación. Gerard no creía en esas cosas, pero él sí,
y en aquellos momentos se había hallado tan confuso que cualquier
explicación le parecía verdadera. Cualquiera salvo la más
inverosímil, que aquello que sintiera fuera verdadero y que jugar
así solo empeoraría las cosas. Que no haría más que aumentar el
sentimiento creciente hacia el que había considerado, hasta ahora,
su mejor amigo. Hasta que, tarde o temprano, este sería tan fuerte
que no podría evitarlo; menos luchar contra él. Y todo se vendría
abajo, como acababa de pasar.
Sí, inconscientemente siempre
supo que Gerard le haría daño, pero… Incluso así no solo dolía,
destrozaba. Algo en él se había resquebrajado esa noche, cuando el
chico rubio le había declarado que debían detenerse, que ya no
podía seguir. Porque aquello no le emocionaba. Y sin emoción el
juego no podía tener sentido, ¿o sí?
—Lo siento.
—Había
emitido, finalmente, el chico rubio, pagado de sí mismo. –Supongo
que solo fuiste un capricho, al fin y al cabo. Me equivoqué
—confesó.
Samuel soltó un grito ahogado, comenzando a llorar de nuevo.
—¿Por
qué? –Sollozó
simplemente. —¿Por
qué? —Siguió
llorando, inconsolable. No
comprendía qué
le pasaba, por
qué su
mente se empeñaba en repetir hasta la saciedad la misma escena. A
creer que nunca se cansaba
de ella. Y dolía, no, desgarraba, arrancaba, rompía, destrozaba,
nunca sabría explicarlo adecuadamente. Simplemente era como si… Su
corazón… Se resquebrajara en mil pedazos.
Segunda parte ya disponible aquí: http://yuna6785-seyens.blogspot.com.es/2015/10/recuerdos-de-stern-relato-de-victor-con.html
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